Friday, November 10, 2006

VENDRÁ LO QUE VIENE

Dicen los sabios que todo acontecimiento es adorable porque supone la forma que lo real elige para manifestarse. Adorar significa, además de revenciar, amar algo profundamente. Como el término posee un sentido religioso, la sentencia parece propia de seres no laicos, excepcionales, y, desde luego, luce impracticable ante las ominosas circunstancias públicas de la realidad actual. Quizá uno pueda amar decididamente ciertos sucesos de orden personal o cotidiano, ciertos guiños encantadores de la vida concreta como la felicidad momentánea o la plenitud casual que sobrevienen de pronto, sin aviso, a la manera de epifanías evanescentes para hacernos saber que estar vivos, aun ahora, es bueno. Pero hay muchos más sucesos tardomodernos y específicamente mexicanos que sólo se pueden aborrecer, es decir, lo contrario de adorar.
Hace tiempo Elías Canetti afirmó que entre los imperativos del escritor actual se contaban dos: amar profundamente su época y también odiarla profundamente. Últimamente, salvo que se trate de enajenados sentimentales, de gente que todavía cree en el éxito (la ideología más falsa en circulación), de dirigentes panistas, de apocalípticos morbosos o de meras y bendecidas almas simples, es difícil encontrar a alguien que sostenga honestamente la primera actitud imperativa. Más bien la segunda es legión: “No entiendo nada ---me escribe una querida amiga desde Oaxaca---, no me gusta Flavio Sosa pero menos me gusta Ulises Ruiz. Estoy muy angustiada, además de todo esto tengo un dolor en el alma que no puedo ni nombrar. Estamos en un callejón sin salida, ni el cojín (de meditación) puede ayudar”.
Las fórmulas de aceptación de lo real requieren aplicar una operación fenomenológica que se conoce como el ir hacia las cosas mismas. Diversos investigadores del comportamiento humano han observado que la gente que logra sobrevivir a una situación personal de alto estrés, como el que se vivió en los campos de concentración nazi, posee un inherente sentido de la coherencia acerca del mundo y de sí misma, compuesto por tres condiciones: comprensibilidad, manejabilidad y significabilidad: “La gente que posee sentido de la coherencia tiene una fuerte sensación de confianza en poder encontrar lógica en sus experiencias externas e internas (comprensibilidad), en disponer de recursos para hacer frente a las demandas con que se encuentra y controlarlas (manejabilidad), y en considerar esas demandas como retos a los cuales encontrar razón y a los que debe consagrarse (significabilidad)”. (Jon Kabat-Zinn, Full Catastrophe Living.)
Si la sociedad mexicana está enferma y lo que surge cotidianamente en ella son las manifestaciones políticas de esa enfermedad pública, que va agravándose a pesar de lo que afirmen en contrario los aparatos mediáticos de entretenimiento, engaño y control, la única perspectiva personal e incluso colectiva de sanación exige de tales capacidades para transitar más o menos indemnes por las experiencias de este tiempo tan complejo que nos ha sido dado para vivir. Ese sentido existencial de la coherencia, sin embargo, no puede construirse más que desde el interior mismo de cada cual. Quien lo busque fuera de sí nunca lo encontrará. Quien lo construya en su propia conciencia lo proyectará hacia fuera, así lo externo parezca, y sea, atroz.
Comprender, manejar, significar. Las causas de la insurrección popular oaxaqueña vienen de mucho tiempo atrás y en ella, a pesar de sus delirantes y sangrientas taras, un personaje tan oprobioso e insensato como Ulises Ruiz resultaba necesario y otros como un Flavio Sosa lucen por ahora inevitables. La elección de Estado de la derecha gerencial panista y el despiste político-anímico de López Obrador concluyeron el tiempo histórico e institucional de un sistema manifiestamente gastado e inoperante. La banal presidencia foxista de la alternancia demostró que ésta no significa ni más ni plena transformación democrática, y su descomposición a la soviética antes que su transición a la española reiteró aquella regla esencial de la neurosis de destino gatopardiana: que todo cambie para que todo siga igual. O la impunidad y la corrupción extendidas como una atmósfera estructural e incontrolable en todos los estratos sociales del país, en todas sus manifestaciones, al modo de una segunda y verdadera piel mexicana, una cuenta larga que viene desde el virreinato y anuncia acaso su hora terminal.
Si bien ninguno de estos aconteceres puede ser denominado adorable solamente porque así se manifiesta una realidad específica, el primer paso para su posible transformación será comprender la lógica de sus fundamentos, aunque parezca no tenerla; el segundo, encarar su agraviante naturaleza para manejarla desde el terreno de lo existente; el tercero, acaso, aceptar que dicha realidad encarna un reto a vencer y que en tal empeño está el significado. Y tanta abstracción puede proponerse como un cambio del punto de vista, tarea que suele atribuirse a los magos cuando para transformar los fenómenos del mundo primero modifican la manera de ver el mundo. O acudiendo a los consejos de un antiguo libro hindú, el Baghavad Gita, donde Shiva, la deidad, le dice a Arjuna, quien teme involucrarse en lo inminente, que combata como si el combate tuviera sentido, que viva como si la vida lo tuviera. En ese “como si” radica la clave de la coherencia. En este país vendrá sin falta lo que viene. Sin hacernos desdichados antes de tiempo debemos ir a las cosas mismas, pues sólo cambian desde ahí.

Fernando Solana Olivares

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