Friday, December 08, 2006

OCULTA / VISIBLE: GUADALUPE

Con el permiso del poeta Miguel Hernández, inesperada visita de la memoria profunda, umbrío entonces por la situación nacional, casi bruno, porque la pena analítica, la pena de la conciencia sobre la naturaleza de las cosas tizna cuando estalla, este artículo, sin embargo, debe dedicarse al encuentro con un libro perspicaz, atípico y por ello oxigenante, Las claves ocultas de la Virgen de Guadalupe (Plaza y Janés, México, 2005), y a su talentoso e ilustrado autor, el astrólogo mexicano Luis Lesur.
¡Gulp! Astrología. ¿Cómo abordar un tema propio no del pensamiento racional ---cualquier cosa que esto signifique---, tan ajeno al cartesiano literal que todos llevamos dentro y tan tóxico para ese materialista vulgar en el que la modernidad nos ha convertido? Acaso, como todo encuentro casual es una cita, pueden emplearse tanto una variante romántica como otra clásica para ello. Se sabe que el escritor romántico quiere incesantemente expresar, y que el escritor clásico, en lugar de relatar, empeño subjetivo, prefiere describir lo que ve (o lo que lee) tal cual, pues no desconfía de la fuerza, de la poderosa virtud lacónica radicada en los signos del lenguaje.
Así pues, empleando la primera opción, deberá expresarse que hace unos meses, enfrascado en la búsqueda de otras interpretaciones sobre la contienda electoral en curso, este redactor leyó un adelanto del libro de Lesur en una revista especializada en astrología, Casa Nueve, y por el subyugante interés que le despertó se prometió a sí mismo conseguirlo. Tiempo después fue el mismo Lesur quien amable e inesperadamente se lo envió. Ninguna tarea queda cumplida a conciencia si no se conoce al remitente de aquello que se recibe. Pareció indispensable consultarlo como astrólogo para comprobar si tanta sapiencia como mostraba en su libro se desplegaba también en el análisis específico de un sujeto más o menos escéptico y de su biografía secular. El resultado fue una narración existencial mucho más aguda que arbitraria y mucho más precisa que circunstancial.
Recurriendo al segundo proceder clásico, que siempre requiere una petición de principios, debe asumirse que la historia del advenimiento del pensamiento racional oculta una pérdida, aquello que Apolo, dios tutelar del Logos, de la razón, usurpó de los agentes del otro principio divino polarizante y antes culturalmente necesario, Dionisos, lo cual dio cabida al origen de la civilización: el orden oracular propio de la Pitia, de la Sibila, cuyas supuestas incoherencias, al ser interpretadas, fueron los rudimentos de la hermenéutica creados precisamente alrededor de la adivinación. “El Señor cuyo oráculo está en Delfos ni habla ni oculta nada, sino que se manifiesta por símbolos”, explicó Heráclito hace milenios. Lo mismo hace hoy entre nosotros Luis Lesur al revelar (palabra que implica un doble sentido) las claves tutelares y caracterológicas ocultas en el horóscopo de la Virgen de Guadalupe, único emblema capaz de considerarse como abarcante y general para la nación en su conjunto, más allá incluso del espectro devocional católico.
“La sustancia básica del pensamiento astrológico es la imaginación ---escribe Lesur---, cuyas reglas y prioridades son distintas de la racionalidad de las disciplinas científicas, incluso de las sociales. La tradición racionalista supone que la comprensión de un fenómeno social consiste en poder establecer la variedad de causas y efectos que condujeron a él. Frente a esto, el anacronismo de intentar dar sentido a las cosas a través de algo como la astrología tiene que entenderse como una respuesta romántica ante la tiranía de las causas eficientes”. Asumiendo que el trabajo del astrólogo consiste “en establecer un diálogo con formas llamadas símbolos”, aceptando que lo que escribe puede ser “una mezcla de ciencia ficción, filosofía ficción, antropología ficción y psicología ficción”, y postulando, a partir de una voluntad estética más propia de la poesía y la imaginación simbólica, que lo mexicano y su identidad deben entenderse “primariamente desde el lado femenino”, Luis Lesur elabora uno de los retratos más clarividentes y potencialmente completos de la idiosincracia mexicana a partir de una fecha, 1531, donde antes que una aparición metafísica ocurrió una fundación nacional, se trazó un destino colectivo y comenzó una historia patria (o matria) de largo y contradictorio aliento que aún no cesa de manifestar su particularidad.
Recusando los tópicos sobre la identidad nacional que se han concentrado “en explicarla a partir de dilemas y procesos psicológicos característicamente masculinos”, que describen lo femenino “como algo valioso y misterioso, pero pasivo, frágil, mancillado”, Lesur levanta una hermenéutica derivada del horóscopo guadalupano donde “una feminidad activa, poderosa hasta lo amenazante, aunque de ninguna manera libre de patologías, es la que tiene el rol protagónico”. Otros arquetipos, otras narrativas, otras interpretaciones.
Sometido por el espacio del texto, y ya no umbrío por la pena política del país sino exaltado por la sorpresa cognitiva de su veraz naturaleza, al redactor de esta nota sobre un oráculo contemporáneo avecindado en Coyoacán, que no sentencia didácticamente nada sino que sugiere creativamente todo, no le queda más que hacer la sugerencia enfática de que ese libro se lea antes o después del 12 de diciembre para saber quién, la oculta/visible Virgen de Guadalupe, desde su mandorla como almendra, a todos los mexicanos nos sintetiza, nos determina, nos explica y nos tutela.

Fernando Solana Olivares

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