Friday, May 11, 2007

VARIANTES DE LA SOMBRA

Tal cosa dice el crudo dicho isabelino: “Good mother is a dead mother.” Es relativo, pues existen madres buenas que no se convirtieron en tales después de morir sino que lo fueron ya en vida. El recuerdo se propone entonces remitente de la sentencia, dado que quien en su imaginación la invoque casi siempre hará de su madre una buena mujer. Esa caracterización a posteriori no es tanto por la progenitora misma sino por el indispensable equilibrio emocional de la psique. Así el dicho puede leerse como una generalización que a todos aconseja: una madre muerta debe ser una madre buena.

El psicólogo Freud especula en algún lugar de su poderosa mitografía que la muerte del padre significa un colapso, mientras que la de la madre representa un gran dolor. Por eso no es lo mismo encarnar a Edipo con la madre de uno que caracterizar a Hamlet, es decir, desearla carnalmente o más bien ser o no ser, saber o no saber, gustar o no gustar físicamente de ella. Afortunados aquellos que tuvieron una madre bella y amorosa: fue tiempo ganado en su vida.

Hay cuatro cosas por resolver a tiempo: a) bañar nuestra sombra con los contenidos de la conciencia, no practicar con ella la mutilación represiva, porque las partes sumergidas de la psique sufren el mismo proceso de quienes pierden un miembro: su falta se convierte en una presencia irremediable para la imaginación. b) Celebrar al interior del ser las bodas de las dos partes, anima y animus, el hombre y la mujer que todos somos. c) Conocer al viejo sabio que menciona cualquier tradición ---un problema de la época y de la geografía: está escondido en algunos libros, muy pocos. d) Hacerle sitio en nuestro cuerpo integrado al joven héroe, metamorfosis salvadora, única puerta para abrir la realidad.

Theilhard de Chardin escribe desde el corazón total de la materia ---¿una mera frase o una certeza?---, y asegura que el verdadero descanso consiste en “renunciarse” a uno mismo, aceptar que ser feliz o desgraciado carece de toda importancia.

Él se dice: hoy lo haré muy bien. Inicia el día, se vigila y conforme pasa la mañana va dirigiéndose al verdadero autocontrol. Pero de pronto empieza a deslizarse hacia otro polo, aquél del corte y la ruptura. ¿Su divisa? “Destruimos lo que amamos.” Él se dice: mañana lo haré muy bien.

El día de las madres hubo un eclipse anular de sol. La familia se reunió para comer aunque todos dijeron tener prisa. Suplicarían por quedarse pero no saben cómo hacerlo. Siempre los mismos, pocos sentimientos y un patrón de conducta. Entre ellos todo lo demás está pendiente, esperan que se disuelva, como lo sólido se desvanece en el aire. Debido a ello comieron de prisa, con el eclipse a la mesa royendo las migajas de una biografía que creen común.

Odia los malos tratos, la obligan a regresar al áspero dominio de la autoridad. También se entristece: da vueltas sobre sí misma como en un cuarto cerrado. Aunque en el primer instante, cuando los sufre, una bocanada de energía sube a su boca. Por ese instante intrascendente no ha podido aprender la irrelevancia de las emociones, dulce dipsómana de lo ideal.

Cambian las formas de la lectura cuando cambian los tiempos. Hoy aparecen sombras a las que antes escondían algunos brillos. Un amigo fatiga viejos papeles históricos y concluye: estamos en el mismo punto de hace un siglo, pasa lo mismo y está pendiente lo mismo. ¿Se estará viviendo el instante inmóvil que algunos condenados obtienen para enmendar su pasado antes de morir? El amigo sonríe: mira, dice, igual que ayer.

En estos días casi todos moralizan, pero es extraño que tantos lo nieguen con horror. El verano de las proyecciones no trajo consigo a nadie que dijera las siguientes palabras inaudibles: “Así pues, puesto finalmente en presencia de mí mismo, por la fuerza incoercible de las circunstancias ---sin satisfacciones exteriores tangibles---, me hallo en la obligación de sumergirme en lo Único Necesario, y este me parece ser el resultado más inesperado y más sustancial de mi viaje: el haber penetrado más allá en el gusto y en la apreciación de los acontecimientos independientemente de cuanto puedan tener de agradables o molestos. El acontecimiento se convierte en adorable única y exclusivamente porque tiene el privilegio de ser la forma adoptada por lo Real que nace.” Lo escribió Teilhard de Chardin en una carta al regresar del desierto del Gobi donde buscaba fósiles, el incapaz de calificar, el maldito tranquilo, el antimoral.

Hoy es viernes, dijo al despertar, y abrió su ventana sobre la ciudad del purgatorio para mirar el sudario opaco que la envolvía. Hoy soy viernes, pensó en la noche, cuando terminó de mirar.

Flotan en la atmósfera entidades cuya materia es desconocida. Por las calles se multiplican augurios indescifrables de lo que vendrá. Su mujer le cuenta que ayer por la tarde aparecieron dos arcoiris en el cielo y que por minutos una niebla salida de quién sabe dónde devoró la realidad. Entonces comprende el mensaje, tan simple que parece equívoco: el presente del pasado ya murió.

Buscó algo de sí mismo entre palabras viejas. Cumplió artes combinatorias y apiló en su mesa aquellos términos de sí mismo que nunca había empleado. El resultado lo asustó: todos sus rostros proscritos le lanzaban dentelladas.

Recordó que ese hombre que hoy aparecía en la primera plana del diario se daba la propina de derecha a izquierda, que su única rebeldía era contra la muerte, que había creído en lo espléndido de vivir en secreto, que asumía como propio todo lo que nunca había experimentado, que se sorprendía a sí mismo en cada movimiento y que se obligaba a no afilar nada: las ideas en su desnudez.

Y diría el poeta: existen sombras, nada más.


Fernando Solana Olivares

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