Friday, September 14, 2007

LAS PIELES DE OVEJA

Dice la endecha castellana que la rueda de la fortuna nunca deja de girar. A un año de los turbulentos y dudosos comicios presidenciales, la reforma electoral que se discute en el Congreso condensa una lucha formal entre el amplio y diverso grupo que actuó no tanto a favor de Calderón como en contra de López Obrador, y aquellas otras fuerzas que directa o indirectamente resultaron derrotadas mediante las muchas malas artes de sus adversarios. En gran medida está ocurriendo una lucha política contra el dinero, contra los monopolios de la oligarquía y su avasalladora influencia, pero también contra la perversión del sentido de lo público y el artificioso e indebido papel protagónico en la vida nacional que los medios masivos electrónicos se han atribuido a ellos mismos.
Ahora, como explican los sociólogos, es el mundo del homo videns donde las orwellianas, las omnipresentes pantallas de televisión y las redes de araña de los programas radiofónicos construyen consensos masivos e inducen preferencias ideológicas y opiniones políticas a escala planetaria. Su arrogancia es proporcional a su influencia, la cual, paradójicamente, no es tan profunda socialmente como se pretende. Eso fue llamativo por evidente en la confrontación televisada que tuvo lugar el martes 11 de septiembre entre los senadores que discuten, además de otras reformas, la reducción del financiamiento a los partidos y sus gastos en medios electrónicos, y diversos comunicadores y representantes del duopolio televisivo mexicano, quien decidió hacer una cadena “voluntaria”, según después sus noticieros le llamaron al enlace de frecuencias, para mostrar tan singular encuentro al país.
Desde luego nuestros senadores ---con honrosas y precisas excepciones--- no son sujetos muy recomendables, pero cumplen una representación pública que les fue asignada por la ley. Desde luego entre nuestros comunicadores ---con honrosas y precisas excepciones--- también habrá sujetos no muy recomendables, pero la función que cumplen no les fue asignada por ningún mandato popular. Dicha función es autoasignada, y ningún rating y ninguna encuesta bastan para convertirla en equivalente a la que cumple una legislatura constitucional.
Sin embargo, los términos están adulterados. Enarbolando un amago de censura a la opinión pública en los medios ---producto de la redacción ambigua de un artículo del proyecto de reforma, redacción aclarada ahí mismo por el senador Monreal, conforme se entendió---, ciertos comunicadores como un retador señor Ferriz de Con, sobreactuado y antigramatical, cantinflesco y de voz tipluda ---“la voz es el espejo del alma”---, se atrevieron a comparar su importancia opinativa con la importancia política del Senado mismo, apelando a una supuesta fuente popular común. Y si nos vamos a las mediciones entre el público consumidor, habrá dicho el vehemente Ferriz, nosotros ganamos. También habló un señor Azcárraga de edad avanzada, dueño de un sinnúmero de estaciones radiofónicas, argumentando que ese proyecto de reforma legal suponía una expropiación, él, un monopolista, es decir, un expropiador.
Participó luego un sobresaltado asesor de Televisa, incendiario y hasta grosero. A continuación una locutora de espectáculos preguntó si llamar guapo, feo o desviado a un gobernador la volvería perpetradora de un delito. “Intervención prístina”, diría de ella horas más tarde un analista de otro canal televisivo. El locutor estelar de TVAzteca convocaría la defensa de la libertad y su exceso mejor que su restricción; López Dóriga advertiría sobre la tentación autoritaria de la censura gubernamental contra la expresión crítica; Sarmiento mentaría la aburrición y el sesgo informativo de los tiempos oficiales en televisión. Etcétera.
Un martes en cadena nacional voluntaria y el mundo al revés. Los conspicuos representantes de los monopolios informativos, aun aquellos de elemental y precario lenguaje, demandaban de los senadores el respeto inequívoco e integral a la libertad periodística. Demanda inobjetable de la sociedad abierta que era hecha de tan enfática manera como si sus demandantes fueran ejemplo del respeto y la custodia a esa libertad. Y sin embargo no dejaba de parecer todo ello un escenario donde la realidad se editaba.
Por otro lado, la monopólica televisión mexicana ha envilecido a la sociedad. La estupidización mental colectiva que representa debiera ser un asunto de seguridad nacional, y el mercantilismo extremo que practica supone una máxima enajenación social: que ya no existan ciudadanos sino consumidores. De ahí que debe aplaudirse el discurso de respuesta del senador Pablo Gómez, cuando recordó a los visitantes que utilizan medios de comunicación que son bienes públicos tutelados por el Estado mexicano, el cual se los concesiona.
Los griegos le llamaban Ta Megala a la discusión de cuestiones importantes en el ágora pública. Lo hizo este digno senador con oratoria de tribuno. Y aun García Cervantes, representante panista, encaró a algún desmesurado asesor del monopolio televisivo mayor y señaló que mentía. Entretanto el EPR realiza atentados contra ductos petroleros y provoca pérdidas millonarias. El país se inunda y públicamente se discuten las reformas políticas. Los poderes fácticos pelean, el segundo Estado cruje y en su parte oscura asesina, el dinero danza. Río revuelto para pescadores. Lobos con piel de oveja, ruedas de la fortuna que no están quietas.

Fernando Solana Olivares

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