Friday, October 12, 2007

LA FALSA CIENCIA / I

Con cierta sorna me recibió el martes pasado por la mañana uno de mis alumnos cuando me dio a leer un artículo firmado por Martín Bonfil Olivera, “El misticismo nuestro de cada día”, quien comenta del siguiente modo un texto aparecido semanas atrás en estas mismas páginas:
“¡Caray! Qué desesperación, ver que la mezcla de credulidad, ignorancia y misticismo invade las mentes de personas que uno pensaría son cultas y racionales... Ejemplo al caso, la columna “Elitismo para todos”, de Fernando Solana Olivares, que aparece los viernes en Milenio Diario, y donde frecuentemente expresa el tipo de ideas místico-seudocientíficas que aparecen en los chafalibros de autosuperación de Sanborn’s o en la chafísima pero, desgraciadamente, exitosa película ¿Y tú qué #$(/ sabes? (What the bleep do you know?, fraudulento anuncio de ‘escuela de iluminación’ disfrazado de película reveladora). El 7 de septiembre, por ejemplo, publicó un texto titulado ‘Acaso así’ del que les paso algunas citas selectas.”
Me veo obligado, y pido disculpas, a citar tales citas selectas para después proseguir con algunas reflexiones sobre la nota referida:
“‘El esfuerzo es realizador’, leo en un texto hindú del siglo IX. La frase me parece cargada de sentido, como si me estuviera ofreciendo una revelación. Tal vez es uno de los pequeños signos que muy temprano por la mañana convoqué presenciar el día de hoy. Esa técnica psicofisiológica se llama crear el día y consiste en decirse a uno mismo al final de la meditación, estando sereno y concentrado, que quiere trabarse contacto con el nivel subatómico de cada cual. Desde luego debe aceptarse que en dicho nivel existe una manifestación de la conciencia que también es parte íntima ---y quizá la más importante pues resulta la más pequeña y la más extraordinaria, y ahí es el lugar donde acaso resida aquello que se denomina el observador. Para decirlo tan claro como abstracto: ese nivel donde todos y todo somos Uno”.
“La técnica de crear el día no es otra cosa que la disposición a incursionar, desde la mente concentrada, en la física de las posibilidades sobre la vida diaria, en la física cuántica que constituye a cada quien. Acudo a un ejemplo que se utiliza en las teorías de comunicación para aclararme: si pateo una piedra le transfiero energía, si pateo a un perro le transfiero información.”
“Hace tiempo que ya no discuto estas cuestiones con quienes solamente hablan de aquello que pueden ver, medir o contabilizar. La realidad se compone por muchísimo más que eso, hay muchos mundos y están en éste.”
“...Y estar dispuesto a percibir sutiles noticias provenientes del silencio, del nivel invisible donde la mente y el cuerpo también están y son. Coincidencias, sincronicidades, fenómenos inexplicables, paranormalidades.”
Hasta aquí la nota con citas de Martín Bonfil Olivera, el cual, según consigna la ficha de su blog, es químico farmacobiólogo y divulgador.
Resulta un lugar común semiilustrado denostar los libros de autosuperación y autoayuda. Es cierto que su nivel generalmente es deplorable y su veracidad muchas veces resulta dudosa. Provienen de intereses mercantiles un buen número de ellos y son parte de ese batiburrillo de contenidos, disciplinas, verdades a medias y mentiras completas que integran lo que podría denominarse la sensibilidad New Age. Sin embargo, representan un inequívoco signo de la época, corresponden a una necesidad humana y cultural cada vez más urgente entre nosotros: la búsqueda de la interioridad, así ese empeño acabe significando muchas partidas equivocadas en dirección correcta. O la búsqueda del espíritu, para emplear un término que ni la ciencia que conocemos ni sus practicantes pueden tomar en cuenta, pues no poseen ningún método experimental capaz de mostrarlo, medirlo o contarlo.
Entre otras razones que explican el surgimiento de lo que los críticos denominan irracionalismo contemporáneo está el lamentable papel de la ciencia-técnica moderna: mercantilista, amoral, responsable de la era industrial y de sus horrores químicos, físicos, médicos, ambientales, económicos y sociales. La ciencia reemplazó la antigua autoridad de la Iglesia y se convirtió en el nuevo sacerdocio que sancionaría lo que es correcto (científico) y lo que no lo es (seudocientífico). Revisando su historia pueden verse todas las teorías científicas que han venido cambiando pues son erróneas o son parciales. Lo que no ha cambiado es la ortodoxia que guarda eso: la doxa (opinión recibida, en latín) ideológica de la ciencia en turno. Lo mismo que en toda Iglesia, los sacristanes científicos practican un pensamiento reductivo. Hay una causa de ello que el escolástico Nicolás de Cusa formulaba así: “Poca ciencia aleja, mucha vuelve a llevar”.
Sólo la ignorancia explica la rijosidad con que la poca ciencia ---que es una falsa ciencia, dado que carece de conciencia--- trata términos como “misticismo”, presentes de otra manera, en cambio, entre los pocos poseedores de la mucha ciencia contemporáneos como Heisenberg, Schröndinger o Pauli, padres de la física cuántica, o Einstein, Jeans, Planck o Eddington, eminentes y cultos científicos de la época que no temen hablar seria e inteligentemente sobre lo místico, pues lo ejercen y lo conocen, así como de la metafísica, por ejemplo, otra palabra que pone a los sacristanes a temblar.
Desde el siglo pasado sabíamos ---no todos, claro--- que la ciencia-técnica era la Némesis de la civilización contemporánea. Como diría el Quijote: “nadie es más que otro si no hace más que otro”. Revisemos la película, pues.

Fernando Solana Olivares

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