Friday, October 19, 2007

LA FALSA CIENCIA / II

La ciencia occidental está equivocada. Entre sus limitaciones se encuentran las siguientes, que se toman de René Guénon, un acidísimo crítico de la modernidad y los reductivos dogmas del materialismo científico predominante, cuando define cómo son nuestras ciencias y filosofías: “es decir, la negación de la verdadera intelectualidad, la limitación del conocimiento al orden más inferior, el estudio empírico y analítico de los hechos que no son relacionados con ningún principio, la dispersión en una multitud indefinida de detalles insignificantes, la acumulación de hipótesis sin fundamento, que se destruyen incesantemente las unas a las otras, y de puntos de vista fragmentarios que no pueden conducir a nada, salvo a esas aplicaciones prácticas que constituyen la única superioridad efectiva de la civilización moderna; superioridad poco envidiable por otra parte y que, desarrollándose hasta ahogar toda otra preocupación, ha dado a esta civilización el carácter puramente material que hace de ella una verdadera monstruosidad”.
Siendo así, entonces, pues lamentablemente así es, la vilipendiada película ¿¡Y tú qué sabes!? representa, cuando menos, una perspectiva científica novedosa y distinta, mucho más interesante y posibilitadora, mucho más creativa que cualquier otra versión divulgada hasta ahora a nivel masivo sobre la naturaleza de la realidad. Los colaboradores del proyecto (2 películas y un libro) son científicos y pensadores con diversos trabajos, publicaciones y reconocimientos que acreditan la seriedad de sus intenciones: David Albert, Joe Dispenza, Masaru Emoto, Amit Goswami, John Hagelin, Stuart Hameroff, Ervin Laszlo, Miceal Ledwith, Daniel Monti, Andrew B. Newberg, Candance Pert, Dean Radin, William A. Tiller, Jeffrey Satinover y Fred Alan Wolf. Entre ellos hay físicos cuánticos, filósofos, bioquímicos, educadores, neurólogos, neuropsicólogos, especialistas en política pública, médicos, teólogos y psiquiatras cuya trayectoria profesional puede ser conocida ampliamente en Internet. También participa la autora del exitoso libro The Field (El Campo), Lynne McTaggart, quien ha editado un amplio número de textos y boletines en inglés sobre salud alternativa.
Sin embargo, la principal objeción que puede hacerse a ¿¡Y tú qué sabes?! ---además de las imprecisiones conceptuales a las que se presta el tratamiento cinematográfico de ideas complejas, además de esas ideas que pueden ser discutibles en sí mismas, además del inevitable tufillo gringo de la narración anecdótica---, es la conspicua presencia en ella de Ramtha, un supuesto “místico, filósofo, maestro y hierofante” (alguien que inicia a otro en cosas ocultas o reservadas), asociado con una enigmática mujer llamada J. Z. Knigth, la cual le sirve de canal para transmitir un sistema de pensamiento calificado de coherente por quienes lo conocen y donde trata de unificar, según su propia descripción, “el conocimiento científico y el conocimiento esotérico del espirítu” a través de las materias que estudian sus alumnos: biología, neurofisiología, neuroquímica y física cuántica.
Significa una envoltura demasiado exótica para no suscitar el escandalizado y acrítico rechazo del materialismo vulgar. Es curioso: puede haber, y las hay, películas sobre cualquier tópico, menos sobre la espiritualidad porque resultan fraudulentas (ésta es la primera de un género emergente y sin duda vendrán más). Pueden existir escuelas de todo, pero no de iluminación porque resultan fraudulentas. Para afirmarlo con autoridad habría que probarlo empíricamente. He escuchado a varios racionalistas semiilustrados, de vida tan unidimensional y neurótica como se retrata en la película, decir que ésta es un engaño hecho por charlatanes y que reparar en ella es pecar de ignorante credulidad.
La mayor de sus imperfecciones, entonces, es que puede sospecharse financiada por una secta, la de Ramtha, para hacerse publicidad ante los incautos y ganar adeptos propalando mentiras seudocientíficas. Ninguno entre las varias decenas de quienes me consta que han visto la película (muchos de ellos alumnos míos en clase) repara gran cosa en los dichos de la atractiva rubia J.Z. Knigth supuestamente canalizada por Ramtha. Un buen número, en cambio, manifiesta una profunda extrañeza ante los contenidos que mira en la pantalla, precisamente aquel sentimiento que el físico danés Niels Bohr, uno de los padres de la mecánica cuántica, definía como inevitable cuando se entraba en contacto por primera vez (y correctamente, o sea, sin prejuicio) con las extraordinarias manifestaciones descubiertas por esa física contemporánea e inesperada.
La película provoca tal sentimiento de extrañeza ---una perplejidad creativa que puede llevar al conocimiento--- porque sus propuestas psicológicas no solamente son correctas sino, a fin de cuentas, harto antiguas: el pensamiento de la mente humana es el factor determinante para configurar la realidad que cada cual percibe y vive. Así comienza el primero de los 423 versos del Dhammapada, considerado por los especialistas como el texto cumbre del budismo: “La mente es la precursora de todos los estados. La mente es su fundamento y todos ellos son creados por la mente”.
En todos sentidos ---imperfecciones sumadas--- de eso trata la película. Es un producto de lo que en la India y en el Tíbet se conoce como “ciencia interior”. Y si no, para eso sirve. Que aparezca en cartelera y la vean miles acaso sea un antídoto de la época antes que una conjura esotérica o un mero cálculo comercial.

Fernando Solana Olivares

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