Friday, October 26, 2007

LA FALSA CIENCIA / y III

Tal vez habría que decir: la ciencia idiota, pues como supone el sentido griego de ese adjetivo, la ciencia-técnica está encerrada en las particularidades de su propio interés. Al mismo tiempo vive enajenada en lo externo, en la materia, sólo acepta la existencia de lo que perciben los sentidos y niega todo ámbito que suponga términos tan problemáticos, tan poco rigurosos según su estrecho criterio como espiritualidad, supraconciencia, interioridad o metafísica. Todo conocimiento, diría el cabalista Martin Buber, es una autopsia practicada sobre el cadáver de la realidad viva.
El dualismo cartesiano (mente versus cuerpo) lleva siglos de estar intoxicando al pensamiento científico moderno. Le ha hecho creer que el mundo que está afuera de la mente es materia inerte, carente de vida, sujeta a leyes predecibles y mecánicas, sin ninguna cualidad espiritual o animada. Pero el poder de esta nueva Iglesia científica y materialista se fracturó a partir del siglo pasado, cuando físicos que no temieron hablar de misticismo o de cualquier teofanía, y aun de la divinidad, fundaron la mecánica cuántica y comprobaron que en los niveles profundos de la materia ésta desaparece y se disuelve en una energía que excede cualquier límite pensable.
“El universo físico es en esencia no físico y puede provenir de un campo que es más sutil todavía que la energía misma, un campo que se parece más a la información, a la inteligencia o a la conciencia que a la materia”, escriben los codirectores de ¿¡Y tú qué sabes?! en el libro derivado de esa polémica película. Valdría la pena preguntarse de nuevo el motivo por el cual provoca tanta irritación en unos, tanta sorpresa en otros y un acriticismo automático en bastantes. Quizá esta cita del doctor Dean Radin, científico participante en el filme, pueda aclararlo:
“Hay otra forma de pensar acerca del mundo, señalada por la mecánica cuántica: el mundo no es un mecanismo de relojería, sino un organismo, es algo orgánico, sumamente interconectado, que se extiende a través del espacio y del tiempo. De modo que, desde un punto de vista muy básico en lo referente a la moral y la ética, lo que yo creo afecta al mundo. En cierto sentido esa es, en verdad, la clave sobre por qué el cambio de la visión del mundo es importante”.
Como quiera (o pueda) verse, la película provee ese mensaje, que en esta modernidad tardía que se descompone cada vez más rápido resulta básico, esencial, pues permite a cada sujeto que lo comprenda correctamente comenzar a hacerse cargo de su propia conciencia, aprender a intervenir en su flujo mental y cambiar sus pensamientos irritantes y prejuiciados acerca de la realidad. No es magia ni esoteria ni ocultismo ni New Age ---aunque ahí aparezca. Se llama psicofisiología de la atención, se conoce y ha sido practicada como ciencia de la mente desde hace milenios, hay muchas denominaciones para nombrarla. Desde 1967 la estudian los neurocientíficos occidentales de sus colegas budistas tibetanos en diversas universidades y centros de investigación de punta en Norteamérica y Europa. Una poderosa corriente de pensamiento válido, que además representa el verdadero encuentro cultural entre Oriente y Occidente, se expande a su alrededor.
De ahí proviene la aparentemente exótica idea de crear el día, la cual no tiene nada de nuevo, está emparentada desde con los ejercicios mentales de visualización que todo meditador medio logra hacer hasta con los ejercicios espirituales jesuitas creados por Ignacio de Loyola. Sé de un hombre que sin conocer ninguna de las sofisticaciones anteriores, sin haber oído siquiera de ellas, todas las madrugadas al despertar se sienta en un despanzurrado sofá y planea su día: el asunto va por ahí. Las instrucciones son simples: luego de meditar, de hacer silencio interior constante, de mantener una posición fija, de anclarse en la respiración, de registrar cada pensamiento y cada sensación, luego de ello que debe durar entre 30 minutos y una hora, el sujeto ha de decirse mentalmente a sí mismo que quiere modificar o agudizar o enriquecer la experiencia que traerá consigo para él ese día.
Y al hacerlo es cierto, uno comienza a andar bien místico por la vida. Vale entonces preguntarse: ¿cómo son ellos? Evelyn Underhill, estudiosa contemporánea del tema, explica que los místicos modernos (el término viene de mustes, el iniciado que debe callar lo que aprende) son sujetos altamente eficientes en sus espacios de trabajo, amables y creativos, de gran inteligencia intra e interpersonal, poco dispuestos a subjetivizar la experiencia que viven, dueños de su ánimo y capaces de un entusiasmo vital constante y generoso. No como la ignorancia espiritual cree sino exactamente al contrario: el místico penetra en la naturaleza de la realidad, nunca se evade de ella. Lo saben quienes lo hacen, pues hay vías mentales accesibles para lograr afectar favorablemente la experiencia consciente y personal.
Nadie entiende lo que no quiere, nadie da lo que no tiene. Las mentalidades mecánicas y cartesianas producidas por el materialismo científico y su capitalismo concomitante no cambiarán así el conocimiento humano de la realidad verdadera se transforme delante de sus ojos, o así tengan que vérselas con aquel koan zen mexicano propuesto por el sabio Aniceto Aramoni para gente con dificultades tan cognitivas como las de ellos: “Agárrense de la brocha, porque van a llevarse la escalera”.

Fernando Solana Olivares

Friday, October 19, 2007

LA FALSA CIENCIA / II

La ciencia occidental está equivocada. Entre sus limitaciones se encuentran las siguientes, que se toman de René Guénon, un acidísimo crítico de la modernidad y los reductivos dogmas del materialismo científico predominante, cuando define cómo son nuestras ciencias y filosofías: “es decir, la negación de la verdadera intelectualidad, la limitación del conocimiento al orden más inferior, el estudio empírico y analítico de los hechos que no son relacionados con ningún principio, la dispersión en una multitud indefinida de detalles insignificantes, la acumulación de hipótesis sin fundamento, que se destruyen incesantemente las unas a las otras, y de puntos de vista fragmentarios que no pueden conducir a nada, salvo a esas aplicaciones prácticas que constituyen la única superioridad efectiva de la civilización moderna; superioridad poco envidiable por otra parte y que, desarrollándose hasta ahogar toda otra preocupación, ha dado a esta civilización el carácter puramente material que hace de ella una verdadera monstruosidad”.
Siendo así, entonces, pues lamentablemente así es, la vilipendiada película ¿¡Y tú qué sabes!? representa, cuando menos, una perspectiva científica novedosa y distinta, mucho más interesante y posibilitadora, mucho más creativa que cualquier otra versión divulgada hasta ahora a nivel masivo sobre la naturaleza de la realidad. Los colaboradores del proyecto (2 películas y un libro) son científicos y pensadores con diversos trabajos, publicaciones y reconocimientos que acreditan la seriedad de sus intenciones: David Albert, Joe Dispenza, Masaru Emoto, Amit Goswami, John Hagelin, Stuart Hameroff, Ervin Laszlo, Miceal Ledwith, Daniel Monti, Andrew B. Newberg, Candance Pert, Dean Radin, William A. Tiller, Jeffrey Satinover y Fred Alan Wolf. Entre ellos hay físicos cuánticos, filósofos, bioquímicos, educadores, neurólogos, neuropsicólogos, especialistas en política pública, médicos, teólogos y psiquiatras cuya trayectoria profesional puede ser conocida ampliamente en Internet. También participa la autora del exitoso libro The Field (El Campo), Lynne McTaggart, quien ha editado un amplio número de textos y boletines en inglés sobre salud alternativa.
Sin embargo, la principal objeción que puede hacerse a ¿¡Y tú qué sabes?! ---además de las imprecisiones conceptuales a las que se presta el tratamiento cinematográfico de ideas complejas, además de esas ideas que pueden ser discutibles en sí mismas, además del inevitable tufillo gringo de la narración anecdótica---, es la conspicua presencia en ella de Ramtha, un supuesto “místico, filósofo, maestro y hierofante” (alguien que inicia a otro en cosas ocultas o reservadas), asociado con una enigmática mujer llamada J. Z. Knigth, la cual le sirve de canal para transmitir un sistema de pensamiento calificado de coherente por quienes lo conocen y donde trata de unificar, según su propia descripción, “el conocimiento científico y el conocimiento esotérico del espirítu” a través de las materias que estudian sus alumnos: biología, neurofisiología, neuroquímica y física cuántica.
Significa una envoltura demasiado exótica para no suscitar el escandalizado y acrítico rechazo del materialismo vulgar. Es curioso: puede haber, y las hay, películas sobre cualquier tópico, menos sobre la espiritualidad porque resultan fraudulentas (ésta es la primera de un género emergente y sin duda vendrán más). Pueden existir escuelas de todo, pero no de iluminación porque resultan fraudulentas. Para afirmarlo con autoridad habría que probarlo empíricamente. He escuchado a varios racionalistas semiilustrados, de vida tan unidimensional y neurótica como se retrata en la película, decir que ésta es un engaño hecho por charlatanes y que reparar en ella es pecar de ignorante credulidad.
La mayor de sus imperfecciones, entonces, es que puede sospecharse financiada por una secta, la de Ramtha, para hacerse publicidad ante los incautos y ganar adeptos propalando mentiras seudocientíficas. Ninguno entre las varias decenas de quienes me consta que han visto la película (muchos de ellos alumnos míos en clase) repara gran cosa en los dichos de la atractiva rubia J.Z. Knigth supuestamente canalizada por Ramtha. Un buen número, en cambio, manifiesta una profunda extrañeza ante los contenidos que mira en la pantalla, precisamente aquel sentimiento que el físico danés Niels Bohr, uno de los padres de la mecánica cuántica, definía como inevitable cuando se entraba en contacto por primera vez (y correctamente, o sea, sin prejuicio) con las extraordinarias manifestaciones descubiertas por esa física contemporánea e inesperada.
La película provoca tal sentimiento de extrañeza ---una perplejidad creativa que puede llevar al conocimiento--- porque sus propuestas psicológicas no solamente son correctas sino, a fin de cuentas, harto antiguas: el pensamiento de la mente humana es el factor determinante para configurar la realidad que cada cual percibe y vive. Así comienza el primero de los 423 versos del Dhammapada, considerado por los especialistas como el texto cumbre del budismo: “La mente es la precursora de todos los estados. La mente es su fundamento y todos ellos son creados por la mente”.
En todos sentidos ---imperfecciones sumadas--- de eso trata la película. Es un producto de lo que en la India y en el Tíbet se conoce como “ciencia interior”. Y si no, para eso sirve. Que aparezca en cartelera y la vean miles acaso sea un antídoto de la época antes que una conjura esotérica o un mero cálculo comercial.

Fernando Solana Olivares

Friday, October 12, 2007

LA FALSA CIENCIA / I

Con cierta sorna me recibió el martes pasado por la mañana uno de mis alumnos cuando me dio a leer un artículo firmado por Martín Bonfil Olivera, “El misticismo nuestro de cada día”, quien comenta del siguiente modo un texto aparecido semanas atrás en estas mismas páginas:
“¡Caray! Qué desesperación, ver que la mezcla de credulidad, ignorancia y misticismo invade las mentes de personas que uno pensaría son cultas y racionales... Ejemplo al caso, la columna “Elitismo para todos”, de Fernando Solana Olivares, que aparece los viernes en Milenio Diario, y donde frecuentemente expresa el tipo de ideas místico-seudocientíficas que aparecen en los chafalibros de autosuperación de Sanborn’s o en la chafísima pero, desgraciadamente, exitosa película ¿Y tú qué #$(/ sabes? (What the bleep do you know?, fraudulento anuncio de ‘escuela de iluminación’ disfrazado de película reveladora). El 7 de septiembre, por ejemplo, publicó un texto titulado ‘Acaso así’ del que les paso algunas citas selectas.”
Me veo obligado, y pido disculpas, a citar tales citas selectas para después proseguir con algunas reflexiones sobre la nota referida:
“‘El esfuerzo es realizador’, leo en un texto hindú del siglo IX. La frase me parece cargada de sentido, como si me estuviera ofreciendo una revelación. Tal vez es uno de los pequeños signos que muy temprano por la mañana convoqué presenciar el día de hoy. Esa técnica psicofisiológica se llama crear el día y consiste en decirse a uno mismo al final de la meditación, estando sereno y concentrado, que quiere trabarse contacto con el nivel subatómico de cada cual. Desde luego debe aceptarse que en dicho nivel existe una manifestación de la conciencia que también es parte íntima ---y quizá la más importante pues resulta la más pequeña y la más extraordinaria, y ahí es el lugar donde acaso resida aquello que se denomina el observador. Para decirlo tan claro como abstracto: ese nivel donde todos y todo somos Uno”.
“La técnica de crear el día no es otra cosa que la disposición a incursionar, desde la mente concentrada, en la física de las posibilidades sobre la vida diaria, en la física cuántica que constituye a cada quien. Acudo a un ejemplo que se utiliza en las teorías de comunicación para aclararme: si pateo una piedra le transfiero energía, si pateo a un perro le transfiero información.”
“Hace tiempo que ya no discuto estas cuestiones con quienes solamente hablan de aquello que pueden ver, medir o contabilizar. La realidad se compone por muchísimo más que eso, hay muchos mundos y están en éste.”
“...Y estar dispuesto a percibir sutiles noticias provenientes del silencio, del nivel invisible donde la mente y el cuerpo también están y son. Coincidencias, sincronicidades, fenómenos inexplicables, paranormalidades.”
Hasta aquí la nota con citas de Martín Bonfil Olivera, el cual, según consigna la ficha de su blog, es químico farmacobiólogo y divulgador.
Resulta un lugar común semiilustrado denostar los libros de autosuperación y autoayuda. Es cierto que su nivel generalmente es deplorable y su veracidad muchas veces resulta dudosa. Provienen de intereses mercantiles un buen número de ellos y son parte de ese batiburrillo de contenidos, disciplinas, verdades a medias y mentiras completas que integran lo que podría denominarse la sensibilidad New Age. Sin embargo, representan un inequívoco signo de la época, corresponden a una necesidad humana y cultural cada vez más urgente entre nosotros: la búsqueda de la interioridad, así ese empeño acabe significando muchas partidas equivocadas en dirección correcta. O la búsqueda del espíritu, para emplear un término que ni la ciencia que conocemos ni sus practicantes pueden tomar en cuenta, pues no poseen ningún método experimental capaz de mostrarlo, medirlo o contarlo.
Entre otras razones que explican el surgimiento de lo que los críticos denominan irracionalismo contemporáneo está el lamentable papel de la ciencia-técnica moderna: mercantilista, amoral, responsable de la era industrial y de sus horrores químicos, físicos, médicos, ambientales, económicos y sociales. La ciencia reemplazó la antigua autoridad de la Iglesia y se convirtió en el nuevo sacerdocio que sancionaría lo que es correcto (científico) y lo que no lo es (seudocientífico). Revisando su historia pueden verse todas las teorías científicas que han venido cambiando pues son erróneas o son parciales. Lo que no ha cambiado es la ortodoxia que guarda eso: la doxa (opinión recibida, en latín) ideológica de la ciencia en turno. Lo mismo que en toda Iglesia, los sacristanes científicos practican un pensamiento reductivo. Hay una causa de ello que el escolástico Nicolás de Cusa formulaba así: “Poca ciencia aleja, mucha vuelve a llevar”.
Sólo la ignorancia explica la rijosidad con que la poca ciencia ---que es una falsa ciencia, dado que carece de conciencia--- trata términos como “misticismo”, presentes de otra manera, en cambio, entre los pocos poseedores de la mucha ciencia contemporáneos como Heisenberg, Schröndinger o Pauli, padres de la física cuántica, o Einstein, Jeans, Planck o Eddington, eminentes y cultos científicos de la época que no temen hablar seria e inteligentemente sobre lo místico, pues lo ejercen y lo conocen, así como de la metafísica, por ejemplo, otra palabra que pone a los sacristanes a temblar.
Desde el siglo pasado sabíamos ---no todos, claro--- que la ciencia-técnica era la Némesis de la civilización contemporánea. Como diría el Quijote: “nadie es más que otro si no hace más que otro”. Revisemos la película, pues.

Fernando Solana Olivares

El budismo político

Decirlo de tal modo quizá significa un despropósito, pero así es como aparece. Son los monjes budistas de Myanmar, antes Birmania, quienes en días recientes han encabezado las protestas públicas contra las alzas del combustible y ahora han sido expulsados de sus monasterios para llevarlos a campos de concentración. Hacen y sufren política, pues resisten ante la brutal tiranía militar que oprime al país. Si la oscura y enigmática dictadura de Corea del Norte —aparentemente en sus postrimerías— es unipersonal, la junta militar birmana que gobierna con puño de hierro desde hace décadas, y que desde entonces ignora los reclamos internacionales debido a sus atrocidades, está formada por más de una decena de generales, un directorio de accionistas y dueños del poder. En frente de ellos está la líder de la oposición, premiada con el Nobel de la Paz y bajo arresto domiciliario también desde hace años, Aung San Suu Kyi, una mujer que luce tan serena y refinada como dispuesta a ganar la dilatada batalla por construir la democracia birmana y liberarse del sanguinario y corrupto yugo militar.

En Birmania, la antigua Burma conquistada por los ingleses, se ha practicado desde hace dos mil años el budismo histórico más antiguo, el theravada, que daría origen a las escuelas budistas posteriores. Tal vez una comparación pueda poner en perspectiva lo inesperado que resulta la politización budista theravada en la lucha popular birmana contra los militares. El budismo de los antiguos o mayores, significado del término theravada, propone como ideal de salvación personal el modelo del llamado arahant: aquel que se consagra por todos sus medios y con las técnicas psicofisiológicas adecuadas a obtener la iluminación personal —una acción que consiste en salir de la rueda a la que, según los escasos preceptos doctrinales que el budismo tiene, todos los seres humanos estamos sometidos: nacer, existir, morir—.

Precisamente ese modelo de acción en solitario llevó a sus oponentes a llamarlo “pequeño vehículo” (budismo hinayana), pues sólo era practicable para unos cuantos. Surgió su versión complementaria: el budismo del “gran vehículo” (budismo mahayana), dispuesto a masificar las enseñanzas del Buda, donde se propuso otro tipo de ideal: el del bodhisattva, aquel que posterga su liberación de la rueda del nacer y el morir hasta que los demás seres sintientes la hayan obtenido.

Volviendo al tema, ya que podría mencionarse que este modelo inspiró directamente, según algunos, al mismo Jesucristo, quien acaso conoció textos budistas en arameo, uno de los idiomas empleados en su tiempo por el emperador hindú budista Asoka para divulgarlos, y de allí seguir a otras consideraciones, el budismo birmano podría suponerse todavía más impermeable e indiferente a lo que ocurre en el mundo común, pues éste es descrito por el Buda como impermanente, insustancial e insatisfactorio.

Tales tres factores son el meollo de la explicación budista acerca de la naturaleza de la realidad: el mundo es enteramente pasajero; ninguna cosa o ser que lo constituye existe por sí o tiene sustancia propia; existir resulta entonces insatisfactorio porque produce dukha, dolor. Parece una doctrina triste y desesperanzada, pero absolutamente no lo es. Por ejemplo, exalta la alegría (pitti) como un estado que conduce a la iluminación. Y la alegría, un sentimiento de plenitud, conduce a una relación operativa, eficaz e interdependiente con la realidad, así ésta resulte a fin de cuentas aquella realidad a superar.

La política budista, además, ha estado encarnada de una manera lúcida y altamente persuasiva por el Dalai Lama tibetano, el cual con su autoridad cultural y su encanto humano viene posibilitando desde años atrás un encuentro sistemático entre científicos occidentales, neurólogos y cognitivistas, y las más antiguas técnicas psicológicas, comprobables en laboratorio, desarrolladas por el budismo tibetano. Los autores experimentales más serios han participado en esta inteligente política de encuentro: en el terreno de la mente humana y su posibilidad de expandirse, conforme sabe y enseña el budismo, de transformarse, de cambiar. Ninguna otra doctrina espiritual había dicho así que la mente de cada cual es el maestro y es la guía.

La plasticidad mental que el budismo describe no tiene término conocido, pues el último estado, el nirvana que sobreviene al salir de la rueda del samsara, no es posible explicarlo o describirlo con palabras. El hecho civilizacional de su divulgación persistente y correcta ha sido parte central del cambio tardomoderno de paradigmas y mentalidades, esta época nuestra tan bizarra y excepcional, cuando las energías somáticas crecen, la gente se da cuenta de que otros ámbitos y otras voces son accesibles, y el budismo, una ciencia del espíritu, impregna un gran número de perspectivas occidentales, lo sepan éstas o no.

Solamente el Oriente budista ha conservado a sus monjes. El islam exhibe fanáticos enajenados y Occidente persigue a sus curas pederastas. Y estos monjes no representan la sanción de deidad alguna, sino sólo un método psicofisiológico para cambiar la vida, es decir, mejorar la mente de todo aquel que lo siga. Sin duda por eso los monjes de Myanmar salen a las calles para enfrentar sin miedo a los soldados, pues una función de la actividad contemplativa tiene por caso penetrar más en la realidad cotidiana, penetración compuesta de una actitud moral. Todo alzamiento de un pueblo contra sus tiranos es un hecho político espiritual inaplazable.

Fernando Solana Olivares