Friday, February 22, 2008

SANTO Y SEÑA: REALIZACIÓN

Las palabras son el santo y seña del espíritu. Concretan el mundo y lo construyen: lo aterran. Las palabras son la substancia operativa que permite la manifestación de lo existente. No sólo porque en aquel dictum memorable se enseña que la casa del ser es el lenguaje, sino porque el lenguaje, este bosque hecho de palabras, convoca la realidad e invoca la transmutación de esa realidad. Muchas doctrinas y preceptivas han desaparecido entre nosotros, pero no aquellas que rigen y determinan la creación mediante el lenguaje. La causa de esta permanencia transhistórica proviene del origen mismo de las palabras, cuya esencia está en la germinación del universo. “En el principio fue el Verbo”, establece el libro fundacional de nuestra era judeocristiana, en el cual la divinidad crea el mundo nombrándolo, designándolo a través de las palabras. Los Upanishadas, textos devocionales de la tradición hindú, garantizan que quien medite en el sonido de un fonema sagrado llegará a saberlo todo, porque en dicho fonema está todo. El primer contacto de un ser humano con el mundo es la voz de la madre que se escucha desde el vientre, y el último contacto con el mundo es a través del oído, percepción terminal del agonizante. Las palabras son las marcas del espíritu.
Entonces los poetas, artífices de las palabras, son los emisarios o los amanuenses ---en expresión borgiana--- del espíritu. Así todavía: son los kavi, los poetas-videntes que concitan el surgimiento de los símbolos bajo la forma de imágenes y de sonidos. No habría mundo sin ellos, pues acaso el mundo es sobre todo la hechura de su empeño, el conjuro de su realización. Vayamos pues a las pautas del poeta. O más en corto, más en limpio: al santo y seña de una poeta que para mi gusto, simple consideración de mi arbitrio, es la poeta tutelar cuya obra ---indisociable de su persona, aunque como toda obra verdadera, al margen canónico de su persona--- me viene acompañando y nutriendo desde treinta años atrás. Pensar es experimentar; conocer es comprender. Y entre los bienes que la vida me ha otorgado cuento con el luminoso, indeleble viático de Pura López Colomé.
De pronto me sale al paso un dilema crítico: ¿celebraría tanto como lo hago la talentosa obra poética, ensayística y divulgativa de esta mujer de letras tan sensible y cultivada, tan rigurosa y persistente, de no quererla con tal abundancia, siendo para mí más hermana que mis propias hermanas, más confidente que mi confidencialidad harto reservada, más presente antes y ahora como una relación afectiva que se lleva en las entrañas? Respondo que sí, pues sus libros despejan cualquier sesgo valorativo que mi querencia dicte interesada. Nadie es más que otro si no hace más que otro: esta regla de oro que Don Quijote enseña a Sancho Panza es la misma que se sigue para enunciar el valor incontrastable de toda literatura. Y con el otorgamiento del Premio Xavier Villaurrutia, o aun sin él, el último volumen poético publicado por Pura, Santo y seña, está inscrito en aquella poderosa genealogía expresiva que se nutre de una función primordial ya mencionada: la poeta-vidente, la kavi cuyos cantos revelan la naturaleza profunda de la realidad, pues la fuerzan ejerciendo su acción lingüística sobre lo que es ---el mundo del devenir, de la apariencia, del tiempo crónico, podría decirse---, para que ello se muestre tal como es mediante su ser esencial: permanente, sustantivo, atemporal.
Una vieja fórmula alquímica demanda que la operación superior de la conciencia se lleve a cabo en dos movimientos casi simultáneos por secuenciales: “Disuelve y coagula”. Otra divisa gremial exige al cantor de imágenes una medida igual de radical y admirativa, que conduce al mismo lugar y ofrece una adquisición equivalente: “¡Bebe tu sangre, poeta!” Sólo con la sustancia de la vida propia, utilizándose a uno mismo, se hace posible producir el poema. Acaso como ocurre en Santo y seña, donde Pura obtiene tal deconstrucción propia bebiendo su sangre vital, su anecdotario lúcido y somático, la vida íntima de su carne lacerada y las floridas batallas de su mente y de su recuerdo, ocurrido todo esto desde ella misma, percibido para ella misma y a la vez vuelto poema sin ella misma, pues así debe ser cuando la poeta sale de sí y logra al fin, un alcance de valor objetivo, escuchar al espíritu interior que le dicta el poema, creyendo digno, como pediría Dante Alighieri, sólo aquello en que se emplea todo el arte.
Cito una de las extraordinarias piezas líricas de Santo y seña, “Diálogo de las cenizas”, abierto el libro al azar prácticamente, pues para sobrevivir ---función de la poesía austera, directa, no sentimental--- a este lado del enigma, según escribe la autora, podría elegirse cualquiera de ellas: “No como Cicerón/ en su sabia admonición/ a Catilina,/ o como algún sacerdote poeta/ predicando desde su púlpito,/ sino como un muerto/ que enterrará a sus muertos,/ me disuelvo/ en platónico intercambio/ entre lo que atrás quedó/ y lo que hoy se desmorona,/ un mero rezago vital,/ una zanja que se ahonda/ conforme pierde nitidez./ Va uno abandonando el mundo/ ---todavía en el cuerpo---/ ante quien llena formularios,/ autoriza,/ da el sí/ a una permuta/ en cenicienta bagatela”. (...)

El anterior es un fragmento del texto que será leído por su autor mañana sábado 23 de febrero, durante la presentación del libro de Pura López Colomé, Santo y seña (FCE, México, 2007), que tendrá lugar a las 13 hrs. en la Feria del Libro de Minería.

Fernando Solana Olivares

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Hola

Me gustaría tener un contacto via telefonica con usted. quisiera extenderle una invitacion para un programa de canal 22
mi correo
fabiola.g.rivera@gmail.com

saludos

3:35 PM  

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