Sunday, August 10, 2008

EL BOSQUE DE AGUA

Me escribe un amigo para contarme su tristeza por la inminente destrucción de la zona forestal más importante del centro del país: el Gran Bosque de Agua, localizado entre las ciudades de Cuernavaca, México y Toluca, que será mutilado, y a mediano plazo destruido, por la autopista Lerma-Tres Marías, recientemente autorizada por el titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Juan Elvira, a pesar de que en 2005 y 2006 la misma dependencia la hubiera rechazado por el brutal impacto ecocida que tal carretera provocará en una de las regiones con mayor diversidad biológica del mundo, que abastece de agua a 35 millones de habitantes de esa parte de la república, regula el clima y mitiga los efectos del calentamiento global.
Sin importar los argumentos técnicos, ambientales y legales presentados por la comunidad científica, por diversas organizaciones ambientalistas y por las comunidades de la zona para oponerse a tal despropósito carretero ---calificado por algunos articulistas, siempre sirvientes del poder político y de los nihilistas intereses económicos que éste tutela, como indispensable “progreso”---, la mal llamada Secretaría del Medio Ambiente y su irresponsable titular no atendieron ninguna de cuando menos once razones sólidamente sustentadas en dichos argumentos, que exigirían, si las leyes y el interés público en este país no fueran meras abstracciones, la prohibición perentoria de la autoridad competente (es un decir) para la construcción de tan nociva autopista que herirá de muerte al Gran Bosque de Agua, una geografía vital y por ello sagrada, además.
Pero los negocios de las oligarquías locales y la corrupción de los funcionarios gubernamentales mexicanos, su condición idiota de encierro en lo particular, están por encima de cualquier circunstancia, aun de nuestra propia sobrevivencia como sociedad histórica y quizá, tremendismos aparte, como especie viviente sobre el planeta. Cuenta James Lovelock, uno de los científicos e intelectuales ecologistas más importantes de la época, creador de la antes hipótesis y hoy realidad comprobada de Gaia (la cual establece que la Tierra funciona como un sistema único y autorregulado que se forma por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos, cuyas interacciones y flujos de información son complejos y de gran variabilidad en sus múltiples escalas temporales y espaciales), que estamos atrapados en un círculo vicioso de repercusión instantánea: lo que afecta a un sitio rápidamente afecta también a otros lugares. Y su metáfora sobre la situación actual es perturbadora, pues afirma que nos acercamos a un punto de inflexión: “nuestro destino es parecido al de los pasajeros de un pequeño yate que navegan tranquilamente junto a las cataratas del Niágara sin saber que los motores están a punto de fallar”.
Que no lo perciban la inútil Semarnat y su venal secretario no importa ya, en sustancia, gran cosa: el régimen panista solamente busca “guanajuatizar” al país, y su flagrante inepcia y su inmensa pobreza conceptual están muy cerca de conseguirlo, así nos falte terminar de conocer, y padecer, el verdadero significado político, ambiental, económico y social de tan ominoso neologismo: el mal siempre es banal, la estupidez también. Nadie da lo que no tiene y los funcionarios públicos otorgan a los capitalistas a quienes sirven aquellos permisos necesarios para acercarnos al suicidio global. Progresemos, pues.
“Pronto tendrá lugar la batalla ---escribe Lovelock en el último, amargo y lúcido de sus libros, La venganza de la tierra, Planeta---, y lo que vendrá será mucho más letal que una Blitzkrieg. Al cambiar el medio ambiente, hemos declarado sin darnos cuenta la guerra a Gaia. Hemos ocupado el medio de otras especies, el equivalente, en el campo internacional, a haber invadido el territorio de otro país. El futuro pinta mal. Incluso si tomamos medidas inmediatas, nos espera, como en cualquier guerra, una época muy difícil que nos llevará al límite de nuestras fuerzas. Somos resistentes, y hará falta mucho más que la anunciada catástrofe climática para eliminar a todas las parejas humanas en edad de reproducción, pero si no está en juego la supervivencia de la especie humana, lo que está en riesgo es la supervivencia de la civilización”.
La tristeza de mi amigo Octavio Ramón González Díaz por la destrucción del Gran Bosque de Agua es tan humanamente honrosa como socialmente irreparable. Entiendo que un joven padre de familia como él, con hijos pequeños, sienta que estamos en un callejón sin salida. No le diré que lo que no nos aniquila nos vuelve más fuertes, sino que debemos armarnos espiritual y somáticamente para la noche racionalista que ya comenzó. Las culturas sólo cambian con las catástrofes, así que debemos educar a los nuestros para que lo sepan, lo acepten y lo procesen: toda puerta que se cierra es otra que después se abrirá. Quienes hoy son niños deberán prepararse para construir un nuevo mundo y una nueva manera humana de habitar en él. Recordarán entonces la tristeza de sus padres y sabrán que ella, un signo de esta época terminal, edad oscura, fue el abono de su legítima alegría, de su creativa capacidad. No habrá entonces ninguna Semarnat esquizofrénica, ningún funcionario idiota, ningún capitalista depredador y voraz. No existirá panismo alguno que “guanajuatice” al país. Los bosques de agua volverán a reinar. Otros serán los términos predominantes en el pensamiento y en el lenguaje: interdependencia, quizá. Que no lo veamos nosotros no supone que no ocurrirá.

Fernando Solana Olivares

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