Saturday, September 20, 2008

EL IMPERIO PODRIDO / 1

Toda circunstancia admite varias interpretaciones. Mirar un objeto es rodearlo, así que un punto de vista inmóvil no supone dicha operación pues con él no se alcanza a mirar nada. Rodear un objeto es multiplicar sus interpretaciones, de tal manera que mostrar la muerte del imperio estadunidense también puede significar el anuncio de otra época que por fin comienza a emerger. Sin decirlo tan enfáticamente sino sólo sugerirlo, pues su libro Edad oscura americana. La fase final del imperio (Sextopiso, México, 2007), documenta con amplitud, al modo de un riguroso epitafio, el momento terminal del poder político hegemónico en el planeta hasta apenas ayer, Morris Berman propone quizá el comienzo de una nueva cultura emergente mientras va mostrando cuán carcomidos están los cimientos del poder norteamericano, de su economía, su sociedad, su moral y su cultura de masas.

Tan amargo y pormenorizado retrato es amargo también para el lector mexicano, pues todas las taras públicas y privadas del imperio estadunidense son planetarias pero están radicadas aquí como si fueran propias: la decadencia de ellos es la nuestra. O la de nuestros decadentes que forman las varias generaciones de gringos nacidos en México. La decadencia de nuestros políticos, por comisión o inercia procónsules del imperio todos. La de nuestros medios televisivos, clones de aquella sociedad banal del espectáculo. La de nuestros procesos privatizadores y antisociales, dictados para servir sus intereses y no los nuestros. La de nuestra feroz cultura urbana e individualista de la negación de los otros, de la despiadada competitividad.

Empecemos por el principio. Morris Berman advierte en la introducción al texto que en su opinión, la cual luego será fundamentada en más de 400 páginas de un ensayo que analiza con gran creatividad la información de múltiples fuentes y desde diversas perspectivas, el imperio norteamericano ha entrado a una fase final, de ahí que la denominación Edad oscura, incomprensible y exageradamente dramática para millones de estadunidenses, proponga solamente una similitud analítica e histórica con las condiciones que tuvo Occidente tras la caída de Roma: “cuatro características post Imperio Romano se aplican a nuestra situación actual”.

La primera característica es el triunfo de la religión sobre la razón. Berman afirma que ahora ocurre lo mismo que en el siglo IV: “la gradual sumisión de la razón ante la fe y la autoridad”, misma que ha llegado a límites extremos en el gobierno de George W. Bush, el “niño-emperador”, un presidente quien, “junto con su base evangélica”, cree estar cumpliendo una misión divina donde la fe aplasta la evidencia empírica: “un mandato de infalibilidad guía la vida de la Casa Blanca”, escribe el periodista Ron Suskind citado por Berman. El poder se vuelve teocrático y poseído: somos un imperio, afirman los asesores bushistas, y al actuar fabricamos la realidad. Y en mucho, atrozmente, así es, pues en las escuelas de secundaria los profesores dejan fuera del programa de estudios el tema de la evolución por miedo a las protestas de los padres fundamentalistas, el gobierno es hostil no nada más a la ciencia sino a la razón misma, se han minado seriamente los bienes culturales que alguna vez estableció la Ilustración occidental, y una visión religiosa se impone para definir el fenómeno del terrorismo.

La segunda característica es lo que Berman llama la crisis de la educación y la caída del pensamiento crítico. “Cada vez hay más pruebas de que, en términos intelectuales, este país ‘permanece en la oscuridad’ de manera manifiesta”. Así como en la Edad Media la mayoría obtenía todos sus conocimientos sobre el mundo de una sola fuente, la Iglesia, hoy la mayoría de la población estadunidense los obtiene de la televisión. Berman se pregunta por el significado de que esa ignorancia –y un manifiesto orgullo por la misma– se exprese desde la Casa Blanca.

Así el autor escribe sobre el exitoso comportamiento robótico de Bush en el contexto nacional. Su mundo simplista y medieval, concebido como el campo de batalla entre el Bien y el Mal, su falta de flexibilidad, de curiosidad intelectual, su aversión a la ambigüedad, su ignorancia histórica y su condicionamiento por los medios masivos, hacen de Bush un espejo donde el público mayoritario y anónimo se reconoce: “el Mundo Bush no es tan sólo el resultado de un ganador que se regodea en su triunfo, es un conjunto de ideas, valores, símbolos y políticas” (Powers citado por Berman). En un mundo como ése todo análisis político e histórico no significa otra cosa que la mecánica repetición de unas cuantas frases oídas la noche anterior en el noticiario televisivo.

La tercera característica –la más representativa de los regímenes preilustrados, oscuros y bárbaros–, es la legalización de la tortura, la más o menos reciente creación de “un gulag” estadunidense sancionado por la ley y aplicado por el gobierno contra todo aquel que, sin requerirse procedimiento alguno, decida hacerlo, se trate de sus propios ciudadanos o de extranjeros, sea dentro en sus fronteras o en otros países. De ahí el patológico sadismo que las tropas y las agencias de seguridad y justicia de ese pueblo perpetran, cada vez con mayor crueldad y más avanzada tecnología, en cualquier rincón del planeta, sin tener ninguna reserva moral para llevarlo a cabo. Justificándolo hipócritamente como un derecho, ideologizándolo incluso como si fuera un bien.

Fernando Solana Olivares

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