Friday, November 20, 2009

ESPERANDO A QUIÉN

Ayer se ahorcó en el baño de la cárcel de Lagos una mujer, madre de tres niños, de oficio lavacoches, quien estaba detenida por haber robado un kilo de carne con valor de cuarenta y cinco pesos: Rosa Isabel Reyes Miranda. Otra Rosa, madre soltera, fue detenida hace días por hurtar dos paquetes de pescado en el autoservicio. “Fue automático”, dijo, “no lo pensé”. Una de las hijas acababa de preguntarle qué cenarían aquella noche.
Una joven mujer es aprehendida cuando lleva al hospital a su bebé de dos años molido a golpes. Después detienen al compañero de ella, el padre o no, a saber, de la criatura martirizada, con una maceta de mota entre las manos. La custodia del museo tiene grave a su mamá después de sufrir una extorsión telefónica que cimbró a la familia.
Los ejemplos de una creciente descomposición nacional pueden enunciarse como letanía, pues están a la vista del público y se relacionan causalmente entre sí: los últimos lugares en zonas estratégicas ---educación, transparencia, corrupción, competitividad, etcétera---; la discordia nacional política hacia dentro y hacia fuera de todos los organismos actuantes; el predominio de los tecnoburócratas, cuyo mundo mental no es el de la gente, desde el gobierno y en las cámaras; el interés insaciable de los barones del dinero; la imparable manipulación mediática del duopolio televisivo, su insistente proyecto con guión por estupidizar a las audiencias; la avanzada construcción calderonista de un régimen policiaco-militar autoritario; la feudalización de los gobiernos estatales encabezados por virreyes impunes y autistas; la inseguridad irresoluble, la justicia inservible, la desigualdad irremediable; los miles de jóvenes pululantes que no van a la escuela y representan un candente asunto, otro entre tantos, de seguridad nacional; la insensatez de quienes gobiernan municipios y estados, pequeños Nerones locales; la prevaricación de legisladores y magistrados, de comisionados de derechos humanos, de servidores públicos de todo nivel; la escasez de agua en la ciudad de México; las enfermedades crónicas en expansión como la diabetes y la obesidad; las epidemias de dengue y las pandemias que más virulentas muy pronto regresarán; el clima meteorológico iracundo. En fin.
La magnitud de los problemas rebasa, tanto intelectual como éticamente, a los encargados formales de resolverlos ---y aun a tantos que darían lo que fuera para ser los siguientes en encargarse y sucesivamente fallar---: ellos son parte de los mismos problemas que flagelan al país. Los cuales se presentan en tal abundancia que ningún paliativo o corrección parcial podría ir atemperándolos. Se requiere una refundación íntegral y orgánica de un Estado, que en mucho es ya fallido, y del sistema de gobierno, bien sea pactada, opción que se antoja imposible; bien sea impuesta por aquello que cambia las culturas: las catástrofes, los cambios violentos, los acontecimientos inesperados, la revolución, así ésta sea tan difusa y esperpéntica como pueda imaginarse en la tardomodernidad nacional.
Aunque el materialismo racionalista concibe al tiempo como un suceso lineal (de ahí la tóxica idea del “progreso” ininterrumpido), todos los fenómenos existentes están sujetos a ciclos. Por ello no es posible pensar que nuestro país podría transitar por un periodo indefinido, y “democrático”, de perturbaciones sociales, económicas y políticas, sin que se alcance un punto de no retorno, de generalizada descomposición. Las sociedades tienen éxito mientras sus miembros así lo crean. Salvando la pauta sentimental del pensamiento positivo, cuyo número ha de ser considerable hasta por autodefensa personal, todo análisis realista lleva a una conclusión: las cosas se desmoronan, como escribiría el poeta irlandés vidente, el centro no puede resistir.
Tal vez es justo y correcto, hasta necesario que así sea. Un día le pregunté al doctor Payán, un médico colombiano que fue secuestrado, cuándo se arreglaría su país. “Después que se lo lleve la chingada. Cuando acabe de enfermarse”, me contestó. Poniéndonos pragmáticos, hay que reconocer que la tragedia permite la purificación de las pasiones. Duele pensar que le suceda a uno, a quienes uno quiere, pero la época exige considerarlo, porque su premeditación es una forma de perder el miedo.
Y el miedo es capital en esta hora sombría, tan distinta de aquel tiempo mexicano que cuando ya era nublado resultaba bueno y pasó apenas ayer. Dice Sun Tzu que el punto vital del enemigo es el propio punto vital: saber qué y quién produce el miedo, y vencerlo en el interior de la conciencia por cualquier medio al alcance: la fuerza resistente, la calma interior, el desapego, la santa indiferencia, la lectura, el trabajo manual. El desorden es un orden que nadie puede ver y todo es pasajero.
Esperando a Godot, esperando a los bárbaros, esperando a ¿quién? A quien deba venir, que es más bien lo que tenga que venir. El tiempo se muestra líquido y veloz, como si estuviera concentrado en un embudo. La inminencia de algo en curso es un sentimiento impreciso y creciente que se encuentra entre muchos y en muchas partes, así cambie la narrativa de cada caso en particular. Como si el nudo de la tragedia mexicana ya estuviera anudado en sus peripecias adecuadas y sólo faltara el reconocimiento que su desenlace traerá.
Me temo que será pronto, pues la obra no parece soportar el prolongarse mucho más.

Fernando Solana Olivares

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