Saturday, January 30, 2010

EL OTRO BORGES, EL MISMO

Las ventajas de la edad también contienen libros. Así como hay experiencias que suceden cuando el tiempo transcurrido del sujeto es suficiente, o bien experiencias que se comprenden solamente al paso del tiempo, así ciertos libros llegan poco a poco a aquel lector que los ha buscado. La sentencia hermética parece adecuada: el adepto se hace a sí mismo, no se le convierte en tal.
Un rumor vuelto suspicacia rodea Borges a contraluz de Estela Canto (Espasa Calpe, 1989), libro esencial para conocer íntimamente y sin las complacencias del carismático prestigio a Jorge Luis Borges, pues nunca volvió a ser publicado y su primera edición no se encuentra en librerías desde hace años. “Hablo aquí del Borges vivo, del hombre que conocí ---escribe Estela Canto en la nota preliminar que abre el volumen---. Lo presento en una dimensión que se ignora, a través de las cartas que me escribió, aunque todo el tiempo indago la relación entre el hombre y su obra, explicando a ésta por aquél y a aquél por ésta”.
Borges, según cuenta Estela Canto, continuaba una poderosa tradición de la antigüedad tardía, cuya idea central, repetida en muchos de sus textos narrativos, ensayísticos y poéticos afirma que un hombre es todos los hombres. El hombre de letras encontró tal correspondencia en libros cabalísticos: el hombre es el microcosmos. Dicha idea tiene dos vertientes: “una débil (esotérica y aria), y otra fuerte (secreta, tradicional y judía)” seguida por Borges, escribe quien fuera primero su joven novia, luego su amada perdida y después su amiga devota hasta el final de su vida.
La exigencia de esa tradición impone tender un velo sobre las verdades últimas, ambigüedad que Borges cumplió de varias maneras en su vida y en su obra escritural. Estela Canto hace notar que uno de sus primeros ensayos va encabezado por una cita de Thomas de Quincey: “Un modo de verdad, no de verdad central y coherente, sino angular y fragmentada”. Modo que a continuación ella misma también practica mediante guiños, sugerencias, veladuras: “Nuestra amistad es el relato de un amor frustrado. Todos sus amores lo fueron hasta una tarde, en Nara, cuando al tocar un Buda descubrió su voz verdadera, esa voz que también eran sus ojos. El hecho de que lo entendiera creó sentido, trazó la forma perfecta que él estaba buscando y que Dios le tenía destinada”.
Estela Canto, a quien le será dedicado “El Aleph” --- “relato de una experiencia mística”, conforme ella misma lo definiera para satisfacción del autor---, describe a su enamorado como a un hombre no convencional prisionero de las convenciones, un hombre que amaba intensamente la vida y quería comprender a la manera hindú, donde la meta de la vida no es la felicidad sino el conocimiento, que eventualmente acaba llevando a la felicidad.
Tanto los juicios políticos como el mundo social de Borges fueron conservadores (“la única formación política que no inspira fanatismos”, se burló alguna vez). Del mismo modo que el monje, el renunciante o el místico aceptan el mundo externo como algo ya dado y cuyas formas obvias y verdades relativas no deben entretenerlos demasiado, igual que los masones cumplen cabalmente con las formas externas para preservar sus secretos o los hombres de conocimiento juntan la exoteria con la esoteria sin perder energía en aquella, Borges simplificó su vida cotidiana dando por aceptado que fuera así y que en ella reinara su madre, Leonor Acevedo, quien se empeñó profundamente en la carrera literaria del hijo y hasta llegó a dictarle el implacable y gauchesco final del cuento “La Intrusa”.
Junto con ese contentamiento cuasibudista y pequeño burgués profundamente ilustrado, otros ámbitos operaron activamente en la existencia de Borges: la revelación literaria (Estela Canto consigna una anécdota sobre un poema dictado por el venerable ciego en Israel: ¿Es bueno?, preguntó aquel a quien se lo había llevado. Debe serlo, contestó Borges haciendo un vago gesto al más allá, pues lo acabo de escuchar), la palabra como instrumento de la liberación interior, la búsqueda malograda y al cabo conseguida del amor. Y la felicidad, que “encontró finalmente en el conocimiento, en el amor sublimado y ---no más no menos--- en la admiración que suscitaba en todas partes”, recuerda la también escritora.
La trilogía borgeana de cuentos compuesta por “El Aleph”, El Zahír” y “La escritura del dios” guardan las claves de esos momentos trascendentes e iluminativos que el autor alcanzó. Acaso los tres contengan el método empleado por él para lograr ver (y escribir) aquella otra dimensión de lo real, de la cosa en sí de las cosas comunes, del velo descorrido de los sentidos habituales.
“No hay un solo día en que no tenga uno o dos momentos de felicidad perfecta”, le dijo Borges a Estela Canto una de las últimas veces que los dos se verían. Ella entendió entonces que el círculo de ese autor perfecto y canónico, un hombre que era todos los hombres, pronto se cerraría, que la espera había terminado y que seguía la liberación.
Ya había escrito años atrás lo que por entonces sentía: “Sólo me queda el goce de estar triste./ Esa vana costumbre que me inclina/ al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina”. Al final su propia vida, místicamente humilde en el fondo y profusamente favorecida en la superficie, lo desdijo: Borges conservó los recuerdos, fue dueño pleno de su prosa extraordinaria, usuario de su imaginación altísima, alcanzó el conocimiento que le estaba reservado y murió sintiéndose agradecido y feliz.

Fernando Solana Olivares.

1 Comments:

Blogger Román Villalobos said...

Borges es, lamentablemente, una de mis asignaturas pendientes, pero me gustó mucho leer sobre él. Ahora me falta, pues, leerlo.

Profesor, le mando un saludo y la dirección de mi blog de cuento: noviembre30.blogspot.com

2:35 PM  

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