Friday, January 08, 2010

LEYENDO A KEN WILBER / II

La cultura predominante está compuesta, dice Ken Wilber, por el liberalismo ateo y por el conservadurismo fundamentalista. Una cultura así desdeña toda espiritualidad verdadera. Eso le falta al liberalismo: una perspectiva espiritual. Eso le sobra al conservadurismo fundamentalista: la robotización ideológica y el estéril y sangriento monopolio del espíritu durante siglos.
Quizá la diferencia esencial entre Ken Wilber y casi todos los pensadores anteriores a él sobre todo radica en lo siguiente: una práctica integral que se realiza con el cuerpo, la mente y el alma para primero atisbar, luego probar y después ocupar ese territorio espiritual que engloba a los otros tres, que los contiene de manera completa. El nombre de dicho alcance, potencialmente posible para la mayoría de los seres humanos, es llamado conciencia no-dual, y también, conciencia sin elección, pues en dicho estado mental se resuelve la percepción de separatividad entre el observador y lo observado.
Antes de reseñar lo que Wilber entiende por una práctica integral, es importante enfatizar además aquello que él menciona como obstáculos para lograr una orientación personal transformadora así: las “visiones exclusivamente traslativas” (es decir, que trasladan al sujeto mentalmente fuera de sí, dándole referentes morales y seudoespirituales externos), centradas en las nuevas ideas o paradigmas sobre la realidad. Y aunque no niega la importancia de algunas de esas ideas, y aun su acuerdo con ellas, Wilber señala que “aprender un nuevo concepto jamás nos permitirá acceder de manera constante a la conciencia no dual, porque para ello es necesaria una práctica intensa y prolongada”.
Eso que el autor llama “campo traslativo” ---cuestiones como la teoría sistémica, la ecopsicología, el ecofeminismo, los teóricos de la “red-de-la-vida”, el neopaganismo, la astrología, la neoastrología, la ecología profunda, el culto a la Diosa/Gaia---, queda atrapado en el mundo sensorial y motriz inmediato, “el mundo chato descendente”, donde el esfuerzo del conocimiento y la reflexión no se centra en transformar la conciencia sino en traducir el mundo, el mismo mundo que traduciéndolo y traduciéndolo se convierte para el sujeto en una prisión.
¿Hacia dónde va la conciencia cuando se ejercita en su transformación? A los dominios mentales que se llaman sutil, causal y no dual. Son estados que la conciencia alcanza mediante técnicas psicofisiológicas de atención y concentración. Desde hace dos décadas, cuando menos, las investigaciones científicas occidentales sobre neurología y estados meditativos han demostrado la verdad objetiva de lo que tales estados logran cerebralmente en el practicante, su funcionalidad superior. Hay un impedimento inmenso, sin embargo, para construir y sostener el hábito de la meditación y el silencio interior, para librar la guerra santa individual de repetir un día y al siguiente y al otro también esas prácticas psicofisiológicas tan fáciles que se vuelven tan difíciles. La acción cotidiana espiritual.
Y el que solamente un mínimo porcentaje de gente sostenga la repetición diaria, único medio de probar sus efectos, no cancela su verdad empírica, comprobable para quien se tome el duro, ascético trabajo, una dedicación inusual y escasa en una cultura como la nuestra dedicada al narcisismo y a la comodidad. La propuesta de Wilber afirma que cualquiera podría diseñar su propia práctica integral, un enfoque que ejercite “simultáneamente todos los niveles y dimensiones del cuerpomente humano: físico, emocional, mental, social, cultural y espiritual”. Territorios cartografiados por el penetrante ojo intelectual de Wilber, por su vasto conocimiento de tantos temas hecho en sus propias fuentes, por su pensamiento integrador profundamente original, culturalmente multiabarcante y sintético, con mucha mayor cantidad de verdad que otros, pues integra a la realidad perceptible el ámbito determinante y resolutivo para lo humano de una verdadera espiritualidad no dogmática ni confesional, hasta liberal, si se quiere, encontrable en todos los planos de la existencia. Un brillante pensamiento teórico dotado, además, de un método tangible para ser puesto en práctica. Elevadísima, superior autoayuda.
Una práctica integral debería componerse, según Wilber, de acciones dirigidas y conscientes en los ámbitos citados: físico, emocional, mental, social, cultural y espiritual. Las acciones físicas tienen que ver con la dieta apropiada y el ejercicio físico indispensable (“estructural”, le llama) para estar en forma y elevar el sistema inmunológico. No es solamente una metáfora creer que el cuerpo es un templo, como postula la tradición hindú. A Wilber le encanta el cuerpo pues es el asiento de la conciencia. Al suyo lo trata con especial cuidado. Y sin atorarse en hedonismos superficiales, en tonterías yoicas, su cuerpomente está fuerte y sano: ese es su soberano arbitrio, su voluntad de voluntad.
Aparición simultánea: la enfermedad, la curación. Y Wilber no sufre por el drama histórico, pues aunque lo conoce al dedillo está en él sin estar. Tampoco es apocalíptico ni terminalista. Si el horror obra en el tiempo y en el espacio, la obra de Ken Wilber muestra que estando aquí, en el momento histórico, sin irse a ninguna fuga mental o emocional traslativa, se puede vivir más allá de tal horror.
Tonta modernidad que cree que el ámbito espiritual es una cuestión de locos, escribe el autor, cuya propuesta es acabar con la autocomplacencia, abrir las puertas de la percepción.

Fernando Solana Olivares

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