Friday, March 12, 2010

TRANSITANDO ETAPAS

La técnica se llama “correlato objetivo”. Uno toma anécdotas, cuestiones, cosas propias, las pone sobre la mesa de la imaginación, las ve con cierta distancia, como si ya fueran ajenas, y se las adjudica a un tercero porque el cambio verbal del yo al él brinda libertad, atrevimiento, estimula la fantasía. Entonces, siguiendo el método.
10:30 a. m. La cita es a las once y el hombre piensa en ella mientras va manejando por la carretera, cuando mira por el espejo retrovisor que una motocicleta se desprende desde atrás y acelera para rebasarlo. No la había advertido antes, y la imagen del piloto va creciendo en el espejo. Lleva una mascada en la cabeza, lentes oscuros, y sobre el rostro una pañoleta que reproduce la imagen de una calavera. Dos grandes astas metálicas parece el manubrio de la máquina, toda negra como el traje de cuero y las botas del piloto. Pasa al lado izquierdo del vehículo del hombre en una exhalación. Un casco del cual sobresalen dos pequeñas alas rígidas va colgado sobre la alforja trasera. El hombre piensa: “Allí va Odín, dios tuerto de la batalla, la magia, la inspiración y los muertos”.
11:00 a. m. Aquí no hay dioses, salvo quienes se dicen sus intermediarios. Se trata de hacer que el protuberante domo que cubre el patio de esta primaria de monjas baje hasta el nivel indicado por la ley de monumentos históricos. Se trata de un torneo de trampas provincianas, falsos permisos, autorizaciones verbales indebidas, del tiradero dejado por las corruptas e ineptas autoridades panistas anteriores. También de la falsa mansedumbre que utilizan los curas y las monjas para tratar a los demás y justificar sus acciones. La madre superiora actúa como si supiera algo que no saben ni el hombre ni el especialista que lo acompaña ni los dos padres de familia que ella ha convocado en su defensa. Acaso una patente metafísica que la lleva a hacer rezar a los alumnos para impedir el triunfo del mal y la remoción del domo, pero que en nada la aconseja buscar otra solución. Los malos arreglos son mejores que los buenos pleitos. Dos semanas para que hagan un proyecto de modificación. Muchísimas gracias y sí cómo no. El hombre deja la reunión con sentimientos equívocos: es México, se dice, sus arraigadas prácticas ilegales, su doble moral, su fariseica religión.
11:50 a. m. El hombre va pensando en lo que está leyendo, la divina Odisea, y en que en ella sí hay dioses, y también en lo que debe terminar por la tarde, las dos o tres cuartillas finales de un ensayo sobre los libros para conmemorar el próximo día internacional del mismo, cuando circulando por las calles de ese pueblito subibaja ve al motociclista cruzar por delante, ahora llevando puesto el casco de Odín sobre la máscara de la muerte. Visita un supermercado para abastecer su casa, y estando en él cavila que Ulises Mañero, el héroe odiseico, a veces sí y a veces no pudo ser un hombre abastecido, voz homérica que recuerda haber escuchado aquí mismo en los Altos. Se la dijo Manuel, el taxista cuya mente es una esponja, hablándole de su padre fallecido.
15:00 p. m. El hombre regresa a su casa repitiendo el Versículo que Alfonso Reyes escribió agradecido por aquella su esposa incansable y alentadora: “Ciñóse de fortaleza y fortificó su brazo, tomó gusto en el granjear, su candela no se apagó de noche, puso sus manos en la tortera y sus dedos tomaron el huso”. La suya lo espera con una sabrosa comida. Y la ve entonces como su Nausícaa, la bella mujer que ama, la bella mujer que cuida. Escucha las noticias de la casa y él cuenta las suyas. Había venido don Samuel, el encargado, a decir que los Afis andaban en los ranchitos vecinos buscando droga y extorsionando a las atemorizadas ancianas por tener una planta medicinal de mariguana. Los vasos del vino tinto cardiovascular se alzan para brindar por el enfermo país bizarro. Es México, dice ella. Es México, confirma él.
19:00 p. m. El hombre por fin termina lo que lleva febriles días de estar escribiendo: una elegía por el libro, por las palabras escritas, por la moribunda Galaxia Gutenberg. Le avisa a Nausícaa con alborozo y ella lo festeja. Pero el hombre ha pasado un umbral.
20:30 p.m. La noche llega y es mejor obedecerla, según Homero, cantor de Ulises, también llamado Ninguno y Nadie. Mientras el hombre y su mujer están viendo Atlantic City y una sensual Susan Sarandon vuelta Circe escurre por su pecho y sus brazos jugo de limón en tanto escucha Norma de Bellini, en él se desata la crisis. Un temblor incontenible comienza a recorrer su cuerpo, que se estremece como si recibiera latigazos. La fiebre aparece de golpe y un intenso frío lo domina. Cae en una especie de trance, conservando una postura meditativa que más o menos lo protege, se balancea y se inclina, y su mujer, comedida, se coloca detrás de él para sostenerlo. Es inmensa la energía que lo sobresalta y lo recorre, tal si fuera una violenta posesión.
23:45 p. m. La calma regresa a su cuerpo, aunque nunca se fuera de su mente, al contrario. El hombre siente que ha transitado por ciertos dinteles, donde una puerta quedó cerrada y otra se abrió. Pero como quien sabe diez sólo puede enseñar nueve, ahora admite que los términos del asunto posesivo no aceptan una prolija enumeración. Solamente que cuando un dios pasa cerca de uno dos veces seguidas suele, como lo hacía Apolo, herirnos sin tocar. Odín es reputado como Glapsvidir, el ducho en ardides. Así el hombre piensa en Ulises, piensa en el dios nórdico, también piensa en él.

Fernando Solana Olivares

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