Saturday, May 22, 2010

TRAMPANTOJO DEL FUEGO

Se hablaba de lo usual en ese tipo de encuentros sociales que resultan tan múltiples como desordenados: pedacería del mundo, circunstancialidades, ideas incompletas, generalizaciones. Sucedía también, como suele ocurrir en tales momentos, un orden de la anécdota: la mera referencia sobre las cosas, pero al mismo tiempo operaba un orden de lo abstracto: aquello que significan las cosas.
---Mi técnica es invariable: primero me refiero a Hegel y postulo: todo lo real es racional y todo lo racional es real. Luego cito a Heidegger y digo que el ser humano es el ser para la muerte. Y al final remato con Sartre y logro que los alumnos no entiendan nada: la existencia del sujeto precede a la esencia ---comentó un maestro universitario entrado en años y verbosidades.
---No me diga. ¿Así que las cabezas cercenadas, los cuerpos colgados en los puentes, los miembros desollados de los muertos, la bestial brutalidad cotidiana del crimen organizado, la militarización gradual y sus secuelas, el comportamiento represivo impune e ilegal de los cuerpos castrenses y policiales, todo eso y más, siendo acontecimientos reales, representan hechos racionales? Tanto Hegel como usted están pendejos ---afirmó una señora de cabello teñido tan azul que se miraba morado.
---No, más bien, pandejos, si me permiten el neologismo. Es una pandejada asumir que tales patologías públicas suponen avances o progresos en una guerra que tal como se pelea no va a ganarse nunca ni tampoco conducirá a ninguna parte salvo a un estado colectivo de terror y descomposición crecientes, lo cual se entiende justo como lo contrario de lo que la razón propone establecer como una vida tolerable para todos, ¿qué no? ---intervino un joven con cara de hipnotizado.
---Pero el segundo autor que el maestro dijo sí tiene razón. ¿Heidequé? Ése. Todos nos vamos a morir, entonces qué más da. Por eso yo vivo en el instante. Aunque al tercero, el que suena como sastre, no logro comprenderlo. ¿Cuál es la importancia de lo que venga primero y de lo que llegue después? Si hay una esencia sólo se manifiesta en la existencia. Existo, luego pienso en mi esencia. Si no existo, ¿qué diablos me importa lo esencial? ---dijo una mujer madura y de cuerpo turgente.
---Permítanme hacerles una pregunta capciosa: si su casa se estuviera quemando, ¿qué salvarían primero? ---indagó un hombre que llevaba un sombrero envejecido, sólo por participar en la conversación.
---Tres o cuatro libros, mis obras completas y mi credencial de elector ---contestó el maestro universitario.
---Tal vez mi diario, sin duda mi bolsa y quizá a Bobi, mi novio, si anda por allí ---repuso la señora de cabello teñido.
---Ay, qué disyuntiva tan difícil. Pero empezaría conmigo misma: soy lo más importante de mi propia casa ---dijo la mujer curvilínea.
---Yo salvaría el fuego ---afirmó el joven.
---Qué curioso. Lo mismo escribió Jean Cocteau. Usted ya lo sabía. ¿No? Más curioso entonces ---comentó el hombre que propusiera el dilema.
---Es un desacato al principio de realidad. ¿Cómo se salva aquello mismo que a su vez destruye? Tal cosa es una fantasía ---atajó el maestro.
---Hay una física del fuego pero también una psicología del fuego. Y este joven amigo parece situarse en la segunda antes que en la primera: una intimidad con el fuego que contradice y así supera las apariencias del fuego. Una cosa son los modos y otra las propiedades. Y ya se sabe: las apariencias engañan ---argumentó el hombre del sombrero.
---Ay, me encantan estas charlas aleatorias. Siempre hay alguien que arrebata la agenda de la plática a todos los demás. Y usted, ¿qué salvaría? ---preguntó la mujer deseable al hombre preguntador.
---Todo depende del alcance de la metáfora: ¿mi casa es sólo mi casa, es también el país donde vivo, es además el planeta todo? Los alquimistas enseñaban que el fuego es una cualidad que separa las cosas heterogéneas y cuece las homogéneas ---contestó el hombre como si no quisiera decir.
---Aterricemos, aterricemos. Me repugna este verbo aéreo pero debo emplearlo ante su imprecisión ---dijo el maestro, irritado por haber perdido la batuta de la tertulia.
---A mí me da igual lo que se queme: casa, país o planeta. Sostengo que siempre salvaría al fuego, no a lo purificado sino a la purificación ---acotó el joven que sin saberlo citó a Cocteau.
---Cede, y permanecerás intacto. No intentes salvar nada y no correrás el riesgo de quemarte. ¿Pero si se están quemando los tuyos, los dejarás quemar? Me parece el colmo del egoísmo personal. A menos que, como en mi caso, Bobi casi nunca vaya a frotarse conmigo para encender el fuego de mi hogar ---dijo la señora de melena hechizada por el color.
---Yo veo tres alternativas: la de Prometeo, robar el fuego; la de Empédocles, arrojarse al fuego; y la de los Perfectos, entrar cantando a la hoguera. Si mi casa se quema, intento salvar a los míos. Si el país se incendia, quemo mis recuerdos. Si el planeta se inflama, lo acepto agradecido ---repuso el hombre, nada más.
Significado, significación. O las cosas y el sentido de las cosas. La plática derivó hacia otros temas: el último secuestro inexplicable, la próxima sorpresa nacional. Para eso se junta la gente, para hablar. De tal modo se va contando la vida a ella misma. Pedacería de lo existente. Drama anticipado. Variabilidad.

Fernando Solana Olivares

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