Friday, June 25, 2010

AQUELLA TARDE DE GUARDAR

El vuelo a la ciudad de Oaxaca se anunció con retraso de un par de horas. Vagué por la sala de los pasajeros retenidos y lo vi sentado a la distancia. Su alborotada cabellera grisácea entonces y sus anteojos cuadrados me permitieron reconocerlo de inmediato. Iba tan elegantemente desaliñado como de costumbre y estaba leyendo un libro de Allan Bloom, The Closing of the American Mind. “¿Lo conoces?”, me preguntó Monsiváis cuando me senté a su lado. Antes de poder responderle hizo una brillante y veloz síntesis del contenido, enfatizando lo que parecía llamarle más la atención: toda crisis social y política es sobre todo una crisis intelectual, dijo.
Yo llevaba uno distinto, Buddhism Without Beliefs, de Stephen Batchelor, que revisó con interés durante unos minutos. Mientras él leía aquí y allá algunos párrafos, a mi vez encomiaba las virtudes del texto y del autor, un agnóstico terapéutico y culturalmente revolucionario según mi opinión.
---Sí, Fulano me contó que te volviste budista. Juró que andabas rapado y vestido con túnica, como hare-krishna. Qué bueno: ya veo que no ---dijo, y soltó una carcajada.
---No, quizá me habré vuelto budiatra o budólogo, pero budista no ---contesté, y los dos reímos. Fulano no era confiable para nada, y a él le constaba sobradamente. Pero en su interés inocultable por los otros, por lo otro, Monsiváis quería saber por qué me interesaba el tema y había escrito recientemente un librito introductorio al respecto, cuyo título mencionó.
No éramos amigos cercanos: él sabía de mí porque sabía de todos, habíamos tenido contactos editoriales tanto esporádicos como regulares a lo largo del tiempo, coincidíamos en algunas presentaciones de libros, contábamos con amistades y conocidos en común, pero yo nunca me había decidido a penetrar los círculos admirativos de su entorno y tampoco a superar la devoción generacional tan intensa que su figura pública, sus posiciones políticas, sus libros, sus artículos y su legendario suplemento convocaban en mí. A fin de cuentas sostenía una lección aprendida tiempo atrás en cierto autor canónico: no te acerques en persona a quien intelectualmente te fascina.
Hablamos esa tarde acerca del budismo como una ciencia del espíritu. Escuchó con atención las razones que me llevaban a indagar por el asunto y compartió la nómina de autores occidentales mencionados, a todos los cuales conocía con esmero, y a muchos de ellos bastante mejor que yo: Schopenhauer, Eliot, Bateson, Hesse, Eliade, Toynbee, Yourcenar, Borges, Ginsberg, de Chardin, Huxley, Wilber, Jung, Guénon, Fromm, Suzuki, Tablada, Vasconcelos, Paz.
---Culturita por aquí, culturita por allá ---dije yo en algún momento de la plática, citándolo zumbonamente desde un texto suyo que ninguno de los dos recordó si era aquel rutilante “No es que esté feo sino que estoy mal envuelto”, u algún otro publicado tiempo atrás en su oracular suplemento México en la Cultura.
Antes de referirse a la memorable anécdota de Tablada traduciendo haikús en su casa de Tlalpan mientras las tropas zapatistas penetraban a la ciudad de México, o de poner en duda la calidad de la información orientalista de Vasconcelos durante sus exilios políticos en bibliotecas públicas estadounidenses, o la cercanía somática de Paz con las técnicas meditativas referidas muy de pasada en su Vislumbres de la India, antes de mencionar su encuentro con Jodorowsky y el roshi Ejo Takata inmóvil durante dos horas en la obra de teatro Zaratustra, antes de especular si Borges podría haber conocido la iluminación instantánea del satori mediante la poesía solamente, antes de recordar que fue en Cuernavaca donde Fromm dialogó con Suzuki, Monsiváis situó el problema político de los asuntos espirituales.
---El problema es que el tema está monopolizado por la derecha y el fundamentalismo religioso. Y todas las religiones se han edificado sobre el suelo del miedo. No hay algo todavía como un liberalismo espiritual ---dijo, con aquella su voz ronca y su léxico preciso.
Luego debimos subir al avión. “Palabras, palabras, sustantivos. Sólo necesitan abrir las alas y milenios caen de su vuelo”, escribiría Gottfried Benn, un autor que en la plática no había sido mencionado pero que sin duda Monsiváis, el insaciable y proteico, también conocía. Quedamos de vernos después para seguir conversando, pero llegó el torbellino de cada uno y nos alevantó. Nunca volví a encontrarlo personalmente, aunque su imagen omnipresente y lo mejor de su herencia ilustrada y lúcida: la crítica del poder, la lucha contra la tradición moralizante y anquilosada, y el asalto contra los prejuicios y la prepotencia, estuvieron muy cerca de mí como de tantos otros ciudadanos, así fuera desde los medios de comunicación enajenantes y antirreflexivos que en sus mocedades había satirizado como cajas idiotas, o desde los ritos vacuos aunque a veces justos de los premios en la vida intelectual.
Y ante su reciente muerte al comienzo del solsticio de verano, en el mediodía del año, cuando se dice que el sol tiene una cita con la luna llena, la más baja del horizonte, para lograr su mayor humildad; cuando los pueblos antiguos hacían un ritual llamado la búsqueda de la visión donde se cerraba temporalmente la comunicación con los dioses, un sentimiento de fin de época me invade desasosegado. No sé cómo explicarlo y ni siquiera me interesa, pero creo que en este país algo muy profundo ha muerto al irse para siempre Carlos Monsiváis.

Fernando Solana Olivares

1 Comments:

Blogger POLITICA DESDE LAGOS DE MORENO. said...

Muy interesante como siempre su lectura, reciba un cordial abrazo.

Luis Fernando Torres

3:36 PM  

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