Friday, September 03, 2010

ESTE DÉJÀ VU

Todo vuelve, todo regresa, así haya cambiado. Me sostengo en el barandal de mi vida y veo la historia de mi país. Como las fechas esenciales son tan púdicas como discretas, o tan sutiles que a veces pasan desapercibidas, mi mente, mi corazón y mi recuerdo han venido considerando sin ningún sistema la bidigital efeméride de hace un par de siglos, un par de ciclos: Independencia y Revolución.
Hace años leí que la reserva de signos y el depósito de sentido común donde está el concepto patria habían llegado a su fin: esa reserva y ese depósito eran un recipiente hecho pedazos, según me lo hizo reflexionar un profeta intelectual. Sin embargo todo vuelve y todo regresa, pues la historia nos ilusiona con un movimiento de mareas que vienen y van. Entonces la historia quizá está aconteciendo en cuentas más largas, aunque parezca suceder en cuentas cortas. Pero que conste: el signo patria y sus contenidos simbólicos, como solían entenderse, ya llegaron a su fin.
Tomo en consideración también las diferencias, pues hace doscientos años, lo mismo que hace cien, hubo una guerra interna en el país donde se disputó el poder: los criollos ilustrados lucharon contra el dominio de los españoles y después los revolucionarios contra el régimen porfirista y sus secuelas; ahora, en cambio, hay una guerra que es filosófica e históricamente muy distinta a las anteriores, pues la fuerza armada opositora, la que reta al poder legal, no quiere reemplazarlo sino sencillamente ponerlo a su servicio, subordinarlo. Esperar a los bárbaros es una idea, una experiencia o un miedo que recorre la historia conocida. Y en tales procesos siempre han ocurrido sincretismos, se han hecho civilizaciones, se han construido épocas y culturas. Alarico a las puertas de Roma cambiará su momento histórico, pues en él había aquello que está ausente de las fuerzas destructivas actuales: la visión de otro mundo, la voluntad de otro proyecto, la existencia de otra internalización.
Los criminales de esta época son los demonios actuales. Los otros bárbaros fueron crueles, despiadados, pero de las ruinas y del exterminio levantaron ciudades. Aun aquellas fuerzas genocidas y monstruosas de la historia ---Hitler, Mao, Stalin, Pol Pot, etcétera--- predicaban algo, así fuera falso y letal. Los ejércitos narcos irregulares de hoy son consustanciales al mundo capitalista, son los trasgos, los productos subhumanos y finales que el propio sistema ha creado mediante sus artificios: el fetiche del objeto, el principio del placer, la democratización del deseo, y empleando la magia negra de su tecnología. Por ello no se empeñan tanto en destruir, aunque al fin lo hagan, el mundo chato de la realidad plana, el mundo sensible de las envolturas brillantes, sino en dominarlo para servir a una diabólica y deificada abstracción materialista: el dinero.
La desmesura de la cantidad ---trailers cargados de dinero--- patentiza su total sinsentido, su pérdida de referencia con la realidad común. La paradoja es que este mal salió del interior del organismo, no es exógeno a la misma civilización. No solamente es parasitario, sino que resulta directamente fomentado por el sistema de valores e imágenes, por la narrativa mediática predominantes, como si fuera el guión previsto de una guerra metafísica o una caída inevitable dentro de la degradación capitalista, dentro de los subsuelos de la Internacional del Lucro. Me asomo al barandal de mi vida y vagabundeo por ella pensando que no creo más en la espontaneidad de la historia moderna, porque conforme envejezco y voy mirando las cosas, teniendo experiencias y a veces sus correspondientes conceptos, tal historia me parece una conspiración instrumental auxiliada por la brujería tecnológica y su uso enajenante y masificado.
Existen textos muy inquietantes que desde siglos atrás anticipan con algo más que informada exactitud lo que acabaría sucediendo ahora. Lo mismo hubo gestos prognóticos que invocaron todo esto, como el del arquitecto francés que propuso a los revolucionarios guillotinadores abrir en pleno centro de París una puerta del Infierno. Hay quienes afirman que nunca llegó a hacerse pero hay otros que aseguran lo contrario: la puerta sí se abrió. Algunos han creído que bastó con la intención.
El tiempo es el acompañante del movimiento, y aquella patria que cantó el poeta, alacena y pajarera, donde ocurrió la ruleta de mi vida, como fue la de él, hoy me parece perdida: su barro ya no suena a plata ni su sonora miseria es alcancía. En sus calles, López Velarde dixit, ya no se vacía el santo olor de la panadería. Pero algunas cosas, déjà vu, permanecen: las virtudes de su mujerío, sus hijas que la atraviesan como hadas o las niñas que se asoman por las rejas.
Y aun la posibilidad de hablar de ella: el espacio que publica estas líneas, la condición de quien las lee, las circunstancias del que las escribe, aquel pronombre personal: yo. Comienza otro septiembre, el tercero luego de doscientos años, y acaso convenga celebrar que había una patria, pues decir que la hubo es francamente mandarla al olvido. Un pasado en movimiento no es lo mismo que un pasado que el lenguaje inmoviliza.
De pie en el barandal de mi vida veo la patria que ya no es suave, ni impecable o diamantina. Ahora parece ser el patológico comienzo de una dimensión desconocida. La historia, que ayer tocó a la puerta desde afuera, hoy desde su propio interior la derriba.

Fernando Solana Olivares

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