Friday, November 05, 2010

LA PERSEVERANTE NECEDAD

No es que no puedan, es que no quieren. La iniciativa californiana para legalizar formalmente, porque en la práctica ya lo está, el uso y el cultivo individual de la mariguana ---iniciativa derrotada por un margen relativamente escaso (o bien aceptada por un porcentaje de votantes llamativo en número: nada es grande ni pequeño salvo por comparación), sobre todo si se toman en cuenta las poderosas fuerzas que fueron puestas en juego para impedirlo: esas campañas falsamente moralizantes de la revitalizada y fascistoide derecha norteamericana, aquellos intereses económicos y políticos ocultos en el tema del narcotráfico, y el empeño de todo el biopoder estatal propio de la mentalidad común inducida publicitariamente en nuestras sociedades “democráticas”--- ha vuelto a evidenciar la radical incapacidad del gobierno mexicano para comprender el problema de las drogas desde otra perspectiva que no sea la misma de su perseverante necedad punitiva, de su fallida persecución policiaca y de su ominoso e inútil cerco militar.
Una buena política se mide por su eficacia final y no por su pureza declarada, y la única moralidad que rige el orden de lo público se compone de resultados antes que de buenas intenciones. Este principio del arte de gobernar, activo desde la antigüedad clásica hasta nuestros días, es lamentablemente ignorado por un régimen inepto cuyo vocero condenó la iniciativa californiana aun antes de ser decidida en las urnas mediante los votos ciudadanos, argumentando retóricamente que la legalización de la mariguana no detendría al crimen organizado local en cuanto a los otros delitos que componen su nocivo quehacer: secuestros, extorsiones, trata de personas, etcétera. El Sr. Poiré, dicho vocero cada vez más sentencioso y telegénico que ya no sale a cuadro aunque sea para aludir las sucesivas matanzas cotidianas, parecería invocar metafísicamente una solución providencial y milagrosa ante el fenómeno del crimen organizado ---el cual es sobre todo un efecto y no una causa, como insisten en presentarlo los bienpensantes ante la opinión pública, ese ente ahora compuesto por las “amigas y amigos” del presidente Calderón---, antes que convocar una estrategia lógica que paulatinamente vaya reduciendo su campo de acción y el devastador poder económico que de él se deriva.
No es que no puedan, es que no quieren. Ya Thomas Hobbes en su Leviatán de 1651 escribió que “antes de que los conceptos de justo e injusto puedan darse, debe existir algún poder coercitivo”, pues “allí donde no ha precedido ningún pacto […] cada hombre tiene derecho a todas las cosas, y, en consecuencia, ninguna acción puede ser injusta”. Mientras la impunidad y la corrupción mexicanas sigan siendo brutalmente estructurales, profundamente orgánicas, no habrá forma de enfrentar un poder paralelo que ha acelerado la putrefacción y la ausencia del Estado nacional, pues aquel pacto social plasmado en las leyes y su aplicación objetiva no existe más entre nosotros, o ha quedado circunscrito a los ciudadanos comunes y corrientes que no pueden comprar o pervertir o someter a la justicia, como lo hacen cotidianamente las oligarquías políticas, financieras, económicas y delincuenciales mexicanas, una denominación redundante pues de facto engloba a las otras tres.
Entonces, no habiendo un pacto social verdadero que categorice lo justo y lo injusto, que castigue esto y proteja aquello, no es posible poner orden público, pues “un acto es inmoral tan sólo si es punible, y sin un Leviatán que castigue lo que es incorrecto, no puede haber escapatoria del caos del estado natural”, como comenta Kaplan siguiendo a Hobbes. ¿Cuántas masacres, cuántos asesinatos, cuántas corruptelas, cuántos secuestros, cuántas extorsiones, cuántas desapariciones, cuántas afectaciones a los bienes públicos, cuántas privatizaciones indebidas, cuántas cesiones del patrimonio nacional, cuántos crímenes de Estado se han castigado por parte del Leviatán mexicano? No es que no puedan, es que no quieren. Por ello los dirigentes políticos y los funcionarios gubernamentales, los policías buenos, si los hay, y los policías coludidos, los comentaristas a modo y los locutores manipulantes, entre tantos otros, siguen desestimando las evidencias comprobables, científicas incluso, que demuestran que la mariguana es una droga muchísimo menos nociva que el alcohol y un tóxico menos dañino que el tabaco, anatematizada en el imperio norteamericano por razones económicas (el cáñamo es un serio competidor de las fibras sintéticas derivadas del petróleo) y por motivos de control social (la mariguana no lleva a la exaltación de los valores consumistas egodominantes, sino al contrario).
No pueden, no quieren y no comprenden. Es tan triste como irritante observar el trayecto autodestructivo de un Estado-nación como el mexicano que, según afirmara lúcida y amargamente Porfirio Muñoz Ledo hace poco (Proceso 1773), parece ya no tener remedio, excepto quizá para los tangibles efectos de su dramática desarticulación.
La distinción política básica concierne no a la forma del gobierno sino al grado de gobierno existente en una sociedad. Y si el Estado se establece para sustituir el miedo a la muerte violenta por el miedo a infringir la ley, es obvio que en México ya no es así. Y mientras el pasado y el presente son visibles puesto que están delante de nosotros, el futuro nacional es algo desconocido porque está a nuestra espalda y no lo podemos ver. Para saber lo que ocurrirá es necesario ver lo que ha ocurrido: no es que no puedan, es que no quieren poder.

Fernando Solana Olivares

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