Saturday, April 24, 2010

ESTADO FALLIDO: SOCIEDAD FALLIDA

La primera vez, tragedia. La segunda, comedia, si no se tratara de un crimen. Meursault, el protagonista de El extranjero de Albert Camus, mata a un hombre en una playa de cinco balazos sin saber por qué. Habrá sido el calor infernal y el mar ardiente, acaso, o el impulso homicida del revólver mismo que cargaba en el bolsillo, pero aun representando al prototipo del hombre moderno íntimamente ajeno al alcance moral de sus actos, Meursault todavía comprende, al asesinar a otro de tan vana manera, “que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa donde había sido feliz.” Y al disparar cuatro veces más sobre un cuerpo ya inerte, reconoce que ha dado otros cuatro golpes breves “en la puerta de la desgracia”. Aquella vez trágica.
Pero en esta ocasión ni siquiera hubo tal elaboración homicida sino una banal y violenta brutalidad. La prensa local consignó el hecho: “Un joven de 26 años de edad vecino de la colonia Paseos de la Montaña de Lagos de Moreno, Sergio Paul Mancilla Medina, murió ayer brutalmente a las cuatro de la tarde luego que el conductor de una camioneta lo atropelló a propósito pasándole una llanta sobre la cabeza y el copiloto que viajaba en la misma se bajó para golpearlo repetidamente con un bat cuando ya estaba tendido en el piso.”
Después de una persecución policiaca fueron detenidos los agresores: José Esteban Aguiñaga Gómez, de 21 años de edad, quien conducía la camioneta, y su hermano Eduardo, de 15 años, portador del bat ensangrentado. José Esteban, un cholo autóctono recién llegado de Estados Unidos, explicó a las autoridades que días atrás el occiso y unos amigos los habían confrontado por el rumbo del mercado de San Miguel, y en su descargo dijo: “Es que no sabíamos quién era, pero él junto con su banda el otro día nos agredieron (sic). Mi hermano y yo ni sabemos quién es, ahorita íbamos (sic) a recoger a mi hermana.”
Enunciado: José Esteban dice. Enunciación: José Esteban dice que él dice. A diferencia de la sensible insensibilidad de Meursault, quien no razona su acto pero cuando menos percibe estéticamente sus consecuencias, este joven asesino solamente denota su acción y la de su hermano a partir de tres elementos rudimentarios: no conocer al asesinado (lo cual repite dos veces en sus 32 escuetas palabras), sin embargo haber sido agredidos por él y familiarmente estar yendo por su hermana. Sería ocioso especular qué hubiera ocurrido si los asesinos supieran quién era su víctima o si el encuentro fatal se diera mientras iban a otro asunto, pues el bizarro subtexto es obvio: matamos a un desconocido que se lo buscó mientras no era nuestra intención, al modo de una impremeditada, impersonal y atenuante objetividad pragmática. ¿Y el exceso del bat? Por sabido se calla: colérica crueldad adolescente, a la vez que fraterna y competitiva complicidad. O los resultados netos de la nueva subespecie, los homos videns “educados” por la antipedagogía electrónica: “para cuando haya cumplido 14 años de edad, un espectador promedio habrá contemplado once mil asesinatos en la televisión”.
El crispante estado de cosas que caracteriza al tiempo histórico actual resulta acaso más patente, si cabe, en un país como México, cuyo proceso cultural colectivo ha venido siendo determinado en las últimas décadas por influencias ideológicas provenientes del imperio unipolar estadounidense que han fomentado la construcción de una sociedad materialista extrema, de una sociedad del espectáculo cuya constante es la disolvencia del ciudadano para dar lugar a consumidores infantilizados, irracionales, sentimentales y egoístas, ajenos casi del todo a la noción civilizatoria del bien común. Fue el vilipendiado sociólogo Oscar Lewis quien en los años setenta del siglo pasado anticipó el efecto destructivo que la televisión provocaría en una sociedad tan profundamente desigual y estratificada como la mexicana.
Y a pesar de que “la mayor libertad política, la diversidad social (de las últimas décadas), se reflejó en la diversificación de la información política que fluía de manera abundante en el radio y la televisión”, como señala la historiadora Soledad Loaeza en un ensayo reciente (Arma la historia, Grijalbo, México, 2009), las condiciones estructurales del país no prosperaron hacia una sociedad mejor integrada, más homogénea y suficientemente educada, sino a la situación predominante, en la cual, si se habla de un Estado fallido, debe considerarse su lógico complemento: una sociedad fallida, postrada por la violencia ciega, el resentimiento mayoritario y la escasez generalizada de oportunidades, postrada por una certeza compartida que se ha vuelto idiosincrasia nacional: la ausencia de futuro, la común precariedad.
Tal vez sea hora de volver nuestra mirada a los poetas. Donde está el peligro, advirtió Hölderlin, está la salvación. Y Cavafis dijo que del futuro los sabios captan lo que se avecina, que su oído en las horas de reflexión se sobresalta, pues el rumor de hechos que se acercan llega a sus oídos, “y a él atienden reverentes, mientras en la calle, fuera, el vulgo nada oye.”
Premeditar es anticipar. Sin volvernos desdichados antes de la hora, debemos estar preparados para lo que pueda pasar, hoy, cuando cualquier cosa puede pasar. Tiempo inestable, tiempo variable, tiempo terminal. Toda transición verdadera se realiza en la oscuridad. Este momento umbrío, cuando un telón desciende, al fin y al cabo ya es en sí mismo una solución. Sólo queda el consejo del poeta: haz cuanto puedas.

Fernando Solana Olivares

Saturday, April 17, 2010

CRONOTOPO INMÓVIL

El término significa la unidad del tiempo y del espacio tal como son intuidos por el pensamiento divino. El cronotopo es Dios mismo según los filósofos pues contiene las posibilidades infinitas de la creación: en él radica el modelo eterno del tiempo y del espacio. Para los teóricos de la literatura designa la conexión esencial de relaciones temporales y espaciales que componen la obra narrativa, y expresa además el carácter indisoluble del espacio y el tiempo, entendido el tiempo como la cuarta dimensión del espacio. Se utiliza también en las ciencias matemáticas a partir de la teoría de la relatividad, y la biología o la estética lo consideran en sus análisis y afirmaciones.
Si el horror se manifiesta en el tiempo y en el espacio, el horror habita en el cronotopo. Entonces, para librarse del horror hay que salir de esa unidad crónica y tópica donde suceden los dramas y las tragedias que jalonan las vidas de la gente. Puede creerse que todos los empeños humanos profundos ---la religión, en tanto a su sentido etimológico esencial: religar; el arte, como una estrategia para no morir de realidad; la ciencia, asumida conforme a la necesidad de descifrar el misterio insondable de la existencia; la imaginación, ejercida para mover los goznes limitantes de todos los fenómenos, o aun el amor, suma de una exaltación que saca al sujeto de sí mismo--- obedecen a tal necesidad: escapar de los límites culturales establecidos, escapar del cronotopo ideológico que toda época histórica significa.
Escapar como una marcha de ella, o escapar como una penetración a la misma. Es decir, moverse más allá de la superficie cronotópica de la época, que a fin de cuentas solamente es eso: el mundo superficial. Quienes se pregunten cómo es posible lograr tal empeño quizá deban iniciar una operación compleja (compuesta de varias partes) antes que complicada (aquello que es contradictorio y está revuelto). Una cierta manera chamánica de captar la naturaleza del universo, y con ella la condición verdadera del sujeto al habitarlo, presenta correspondencias directas con las certezas descubiertas por la física cuántica: existe una interconexión fundamental que une a todo lo que existe, a todo lo que es.
“Poco a poco comprendo ---escribe Patrick Drouot, un físico especializado en el tema--- que los chamanes perciben el universo de una manera mucho más amplia que la propuesta por los modelos mecánicos del paradigma cartesiano o de la relatividad galileana. No captan la realidad dentro de una relación de causa a efecto. Es para ellos como una telaraña, una red parecida a las interconexiones observadas en los modelos de la física cuántica. Los antiguos chamanes sajones del norte de Europa llamaban a esa telaraña, especie de Internet espiritual, el wyrd.”
En su origen, la palabra wyrd se refería a una manera de comprender (y eventualmente controlar) el destino, a un modo de vida donde se reconocía que los acontecimientos estaban ligados entre sí como los hilos de una telaraña, y que la influencia de un suceso sobre otro podía ser percibida en cualquier parte de la telaraña pues la totalidad de la misma, interconectada, vibraba. Dicha conexión, nunca evidente para la gente común, era la tarea del chamán, quien a través de rituales y prácticas destinados a modificar su conciencia se movía más allá del universo sensorial, más allá del cronotopo inmediato, más allá de ese mundo del cuerpismo donde el sujeto está apresado en el nivel físico porque cree que las únicas realidades existentes son aquellas registradas por sus sentidos y originadas en su experiencia empírica. Más allá del mundo chato, diría Ken Wilber.
Esta operación compleja: superar el cronotopo actual que parecería inmóvil pues se repite casi idéntico y de forma circular, comienza con el lenguaje. Tanto los chamanes como los científicos creativos, los pensadores auténticos o los poetas genuinos afirmarían que el primer movimiento de tal operación tiene que ver con la semántica, con el ámbito de los significados. El matemático V. V. Nalimov formula el concepto de un universo semántico del cual todo lo existente forma parte, y se sabe que las profundidades de la psique ---que no son la inconsciencia freudiana de la cultura moderna sino la supraconsciencia bien conocida por las antiguas tradiciones de la filosofía perenne--- representan un “campo semántico intemporal” donde residen los grandes descubrimientos, las intuiciones superiores y el milagro de la transformación del sujeto y su realidad inmediata.
Sin embargo, el predominio hegemónico y masivo de lo que Giovanni Sartori define como el postpensamiento del homo videns ---un ser “educado” por la imagen televisiva antes de saber leer y escribir, incapaz entonces de comprender abstracciones o de entender conceptos, sometido por la primacía de la imagen al mundo de lo visible y ajeno al mundo de lo inteligible, el sujeto que ve sin entender--- ha empobrecido el lenguaje en su función connotativa, en su riqueza de significados, y no sólo en el número de palabras empleadas, para sustituirlo por un lenguaje denotativo, elemental y concreto, de muy pobre capacidad cognoscitiva y muy escasa capacidad conceptual.
Toda originalidad supone regresar al origen. Si la casa del ser fue el lenguaje, a ella debemos volver para regresar al ser. En este mundo neo, trans, post e hiper, dice Sartori, “arriesgándome a no existir, yo prefiero resistir”. ¿Cómo se vence al cronotopo, cómo se sale de él? Desde el lenguaje, esa primera línea de la resistencia: así el chamán va más allá.

Fernando Solana Olivares

Saturday, April 10, 2010

LA IGLESIA AGOTADA

Agustín, obispo de Hipona y padre de la Iglesia, en fecha tan temprana como el año 399 d.C. formuló dos tesis contra el donatismo, una de las abundantes sectas cristianas existentes entonces, que según comenta Raoul Vanegeim en su imprescindible libro Las herejías (Jus, México, 2008) darían lugar a “un futuro despiadado y sanguinario”, determinante en la violenta, autoritaria y antievangélica historia del catolicismo: la primera de ellas justificaba la represión policial contra individuos y grupos que se apartaran de la ortodoxia, definida ésta como “emanación de la autoridad divina”; la segunda establecía el carácter sagrado del sacerdote administrador de los sacramentos al margen del hombre mismo, el cual, “independientemente de su cargo, puede ser inmoral e innoble”.
Más allá de sutilezas o complejidades teológicas, de apelaciones indemostrables a una supuesta razón “divina” que dispone tales despropósitos, en esas dos tesis infames radica tanto el dolor sistemático y destructivo que el cristianismo ha producido a lo largo del tiempo en todos los lugares y entre todas las gentes donde se ha establecido, como el error epistemológico y la flagrante contradicción apostólica que esa fe contiene, propia de una divinidad esquizofrénica, más cercana a la vieja deidad patriarcal, inescrutable y colérica de Yahvé, un macho cabrío que guía dictatorialmente a su rebaño, antes que a la dulzura comprensiva y multiabarcante de un Jesucristo, para quien los últimos, los niños, los pobres y los simples de espíritu, de acuerdo a los Evangelios aceptados como verdaderos por la Iglesia católica, serán los primeros.
Acaso por ello, cuando Gerard Winstanley fue acusado en 1649 de herejía (palabra del griego hairesis, que significa elección, y cuyo sentido represivo y condenatorio no apareció sino hasta el año 325 cuando el catolicismo se constituyó en religión de Estado, como precisa Vaneigem), dijo lo siguiente a sus injustos y venales jueces: “Ese Dios al que servís, ese que os confiere vuestros títulos de nobles señores, gentilhombres y propietarios, ese Dios es la codicia.” Los sinónimos del término son múltiples y todos ellos definen la hipócrita conducta actual de la Iglesia y sus prelados, quienes en las recientes homilías pascuales celebradas en todos los templos católicos han cerrado filas en torno a Benedicto XVI, pretendiendo ignorar así los imparables escándalos de paidofilia, solapamiento y abusos que se suceden ---tan parecidos a aquellas denuncias contra la luxuria y la aviditas del papa y el clero que llevaron al dominico italiano Savonarola a la hoguera en 1498---.
El cardenal Angelo Sodano, decano de los melifluos príncipes de la Iglesia, pretendió defender la autoridad incuestionable del papa en la misa de Pascua celebrada en la plaza de San Pedro con una argumentación intolerante y acrítica, que una vez más corrobora la incapacidad orgánica del Vaticano para enmendar un destino torcido desde su origen histórico porque fue basado en el doble discurso de una doble moral: “Con este espíritu ---arengó el cardenal---, hoy nos ponemos cerca de ti, sucesor de Pedro, obispo de Roma, la inquebrantable roca de la santa Iglesia. Santo Padre, a tu lado está la gente de Dios, quien no permite ser influida por el chismorreo mezquino del momento, por los juicios que a veces sacuden a la comunidad de creyentes”.
Ya lo prometía siglos atrás el dominico Tetzel, persuasivo agente de la venta promocional de indulgencias dispuesta por el papa León X para financiar las obras de esa misma iglesia de San Pedro, empresa mercantil que enfureció a Lutero y lo llevó a su ruptura definitiva con la sórdida y libertina corte papal: absolver, mediante un precio razonable, todos los pecados, “aunque se hubiese fornicado con la Virgen María en persona”. Otra manera de referirse a un “chismorreo mezquino” y hasta hacerlo expiar.
Hace mucho tiempo que la Iglesia católica, si alguna vez lo hizo, dejó de representar el ámbito de lo espiritual. El propio Joseph Ratzinger, en un diálogo sostenido con Jürgen Habermas antes de ser electo papa, reconoció “que en la religión hay patologías altamente peligrosas que hacen necesario considerar la luz divina de la razón como una especie de órgano de control por el que la religión debe dejarse purificar y regular una y otra vez. […] Por ello, yo hablaría de una correlación necesaria de razón y fe, de razón y religión, que están llamadas a depurarse y regenerarse recíprocamente, que se necesitan mutuamente y deben reconocerlo.”
En tal momento de enero de 2004, el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la antigua e inhumana Inquisición, también habló de “un proceso universal de purificación en el que al final puedan resplandecer de nuevo los valores y normas que en cierto modo todos los hombres conocen o intuyen, y así pueda adquirir nueva fuerza efectiva entre los hombres lo que cohesiona al mundo.”
Sea esta fuerza de cohesión lo que fuere, no parece estar en la perspectiva de una iglesia adicta a sus inmorales trampas ontológicas y esclavizada por un origen secular y político que no tiene que ver con la trascendencia espiritual predicada por Jesús sino con el ejercicio profano del poder. Como escribiría George Steiner al referirse a los tiempos presentes, ya no nos quedan más comienzos, y esta iglesia agotada es el espejo de una civilización que más pronto que tarde parece terminar. Tal vez dicho final así deba entenderse: un drástico proceso universal de purificación.

Fernando Solana Olivares