Friday, February 11, 2011

ESTA HORA OSCURECIDA.

La estupidez nos gobierna, la idiotez nos rige. Ya se ha dicho hasta el hartazgo, cuando menos en esta columna: idiota es aquel que está encerrado en lo particular. Y el modelo histórico mexicano, compuesto de tres elementos fatalmente inalterables: la desigualdad, la corrupción y la impunidad, ha llevado a los ciudadanos a aislarse en sus pequeños universos de interés, en sus estrechas ínsulas de particularidad, como si socialmente hubiéramos cumplido ya aquel fin último de la modernidad capitalista que profetizó hace varias décadas Marcel Duchamp: “Esta libertad para ser indiferentes”.

Apenas el martes pasado la prensa reportó 30 asesinatos violentos en 10 entidades: dos jóvenes asesinados en Ciudad Obregón, un hombre rafagueado en Guaymas, cinco personas ejecutadas en los municipios duranguenses de Lerdo y Pánuco, un anciano muerto de 60 balazos en Ciudad Juárez, seis sacrificados en Torreón, cinco cadáveres de torturados en Tepetongo, un ataque contra el Cereso estatal en Apodaca, un muerto mutilado de la mano derecha y otro decapitado en San Luis Potosí, tres fallecidos en un enfrentamiento en el puerto de Veracruz, cinco ejecutados ­­—uno de los cuales aparece descuartizado— en Acapulco. La libertad de nuestra indiferencia: tales actos no son más que las estadísticas diarias del horror regular.

Mientras el país se pudre y se degrada, mientras el territorio se pierde y el imperio del derecho se evapora, mientras vivimos un estado de excepción militarizado que no se declara como tal, mientras las extorsiones y los secuestros aumentan, mientras el no futuro de los jóvenes mexicanos se instala como una realidad inmodificable, mientras crecen los suicidios entre niños desde ocho hasta quince años, mientras los melifluos gobernadores usan el dinero de los impuestos para mentir publicitaria y descaradamente, mientras avanza el desmantelamiento y la privatización de los pocos bienes públicos que aún subsisten, mientras la inepta burocracia federal prohíbe llamadas a celulares desde los centros de trabajo como medida de supuesta austeridad, mientras la simulación y la mentira predominan, mientras el desastre nacional avanza en un larguísimo y atroz etcétera, la cadena MVS despide a Carmen Aristegui por la supuesta “falta ética” (sic) de haber abordado en su noticiero la imputación de alcoholismo hecha al presidente Felipe Calderón en la Cámara de Diputados a través de una manta —exhibida, entre otros legisladores de oposición, por uno más de los esperpénticos payasos de la política nacional, Gerardo Fernández Noroña—, y opinar al aire acerca de la necesidad de una toma de posición al respecto por parte de Los Pinos, sin disculparse posteriormente por ello como la empresa afirmó habérselo exigido.

Aristegui no convalidó la imputación, solamente hizo uso del sentido común al abordar el tema y cumplió con su deber informativo ante un rumor que ha sido insistente desde la llegada al poder de Felipe Calderón. Puede pensarse que la especie proviene de los enemigos políticos del régimen para desprestigiar a un mandatario cuestionado a partir del resultado electoral mismo. Sin embargo, el tema se vuelve crucial cuando involucra a un presidente que gobierna durante el momento más grave que ha vivido el país después del proceso revolucionario, y lleva a pensar que el celo persecutorio con el que su régimen ha declarado la guerra contra las drogas —así ahora se niegue haber empleado varias veces tal denominación, no sólo semánticamente imprecisa sino costosamente irresponsable— se origina, además de en una necesidad de legitimación social y política que evidentemente no fue ni será conseguida, en los excesos retóricos y conductuales de una doble moral: las adicciones propias trasladadas a la denuncia punitiva y al castigo de las adicciones ajenas.

El alcohol es la droga dominante por excelencia y el alcoholismo es una obsesión del yo incapaz de resistir el impulso hacia la gratificación inmediata. Y aunque hace que el ego se sienta poderoso en los primeros instantes de su ingesta, después provoca el estrechamiento de la conciencia, disminuye la capacidad de respuesta a las señales externas y obliga al sujeto a una regresión infantil donde se pierde el lenguaje y el control motriz. El alcohol y sus instituciones sociales han creado el enfoque neurótico y violento, represivo y patrilineal, masculino y destructivo propio de la civilización occidental. Autores como Terence McKenna afirman que hasta ahora hemos sido incapaces de percibir que el delicado equilibrio de la época y el Armaguedón nuclear “se creó en la atmósfera de disfrazado sentimentalismo y fanfarronería típica de las personalidades alcohólicas en cualquier lugar”. Se sabe que Churchill, Stalin y Rooselvet se repartieron el mundo moderno en Yalta bebiendo abundantemente. ¿Cuántos otros políticos y hombres de Estado no han decidido tan graves y delicados asuntos públicos intoxicados por el alcohol?

Tenga o no un problema similar el presidente Calderón, su gobierno, sus discursos y sus acciones parecen estar determinados por tales características: un disfrazado sentimentalismo, una fanfarronería habitual. Véase su desafortunada guerra contra el narcotráfico y sus desgraciadas consecuencias. Véase la situación lamentable en que está dejando al país.

La estupidez nos gobierna, la idiotez nos rige, la indiferencia nos carcome. Pero mientras existan miradas lúcidas y voces valientes como las de Carmen Aristegui podremos conservar la legítima esperanza de que alguna vez todo esto cambiará.

Fernando Solana Olivares

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