Saturday, March 05, 2011

LAS DOS COSAS PROTECTORAS / y II.

Para Ciro Gómez Leyva, con un abrazo

Basho, poeta budista, advertía contra el uso de adjetivos de magnitud porque, siendo inexactos, conducen a la infelicidad. En tal precaución lingüística puede verse la voluntad operativa de esta ciencia del espíritu que se define como el camino del justo medio, ese equilibrio cognitivo, psicológico y ético indispensable para apartar los velos de la ilusión materialista y encontrar el sentido de lo real, más allá de revelaciones metafísicas o de dogmas devocionales, de mesías escatológicos o de intermediarios sacerdotales, de morales teístas y autoritarias, de decálogos flamígeros absortos en la persecución de pecados y herejías.
Sin embargo, este libro (Dejando atrás el sufrimiento. Enseñanzas de los discursos del Buda) resulta ---a pesar del adjetivo de magnitud--- extraordinario, no solamente por su claridad expositiva, por su correcto y accesible lenguaje; no solamente, además, debido a la temática que aborda: el muy noble, verificable y empírico budismo, sino quizá sobre todo porque representa una nueva y hasta inédita ---así sea totalmente canónica--- interpretación vivencial de ese pensamiento, sucedida culturalmente entre nosotros y efectuada por una persona episódica que proviene de nuestra misma mentalidad ---relativa y efímera, sin duda, pues la mentalidad es un fenómeno compuesto, pero desde la cual conoceremos o no una doctrina que podría curar nuestra ignorancia sobre la verdadera naturaleza de lo existente y aligerar nuestra agobiante carga histórica y existencial.
Los budistas hablan del Dhamma (la doctrina) como de una rueda que gira en el tiempo. Los ensayos de Miguel Ángel Romero demuestran que ella se ha desplazado hasta nosotros en uno más de sus movimientos seculares, que ya está asentada aquí y se manifiesta mediante expresiones y didácticas propias de una idiosincrasia específica, al modo de una budología, una budiatría o un budismo a la mexicana: tan dúctil y plástico es el mensaje de esta práctica inmediata del espíritu, del comportamiento y la conciencia, determinada por una preceptiva de solamente cuatro nobles verdades: el sufrimiento, su origen, su cesación y el camino que conduce a dicha cesación, sendero compuesto a su vez por no más de ocho axiomas de acción individual. Complejidad de lo simple, sencillez de lo real. O transparencia de una ética inmediata y cotidiana que no representa un fin en sí misma sino un mero instrumento, un soporte para la transformación individual.
“Las dos cosas lúcidas protectoras del mundo”, llamadas así por el Buda, hiri y ottappa, vergüenza moral interna y temor propio hacia la consecuencia de acciones inmorales ---mencionadas en “Los cinco impedimentos”, otro notable ensayo del libro donde se pormenorizan los símiles utilizados por ese maestro humano y no divino al explicar el carácter psicológico de aquellos obstáculos mentales que debe vencer la conciencia del sujeto para alcanzar su liberación---, serían factores suficientes en el empeño de construir un proceso civilizatorio distinto por entero al nihilismo egoísta y terminal predominante en nuestra ominosa realidad actual.
O bien el texto “Paz interna, paz mundial”, un pequeño tratado de política básica cuya sabiduría, en paráfrasis que Miguel Ángel Romero hace de las palabras del Buda: “protegiendo nuestra propia paz, protegemos la paz de los demás; protegiendo la paz de los demás, protegemos nuestra propia paz”, también sería suficiente para mejorar radicalmente esta vida pasajera, impermanente, insustancial e insatisfactoria, desde la cual, paradójicamente, debemos intentar el paso hacia la otra orilla incondicionada donde radica la realización final. La cual puede considerarse literalmente como una expansión integral e irreversible de la mente. De ahí el logro que se atribuye a la budeidad, patrimonio potencial de todos los seres humanos: la iluminación.
El budismo Zen, una variante cultural más de la adaptabilidad de esta proteica ciencia del espíritu, afirma que todos los problemas nacen de la falta de atención. Y el cultivo de la atención plena al momento presente es el imperativo categórico de la práctica budista, la única disciplina conocida de la conciencia que enseña una psicofisiología para desarrollar ese atributo de la mente, comprendido por diversos autores occidentales, desde Marcel Proust hasta Simone Weil, como el elemento definitorio de la acción moral en el mundo y de la transformación personal. Lleva al único milagro que el budismo reconoce con ese nombre: el cambio de actitud.
Es posible, pues, que este singular libro de Miguel Ángel Romero provoque en sus lectores un vital sentimiento de urgencia para dar un primer paso hacia la salvación del sujeto histórico posmoderno: la atención. Decía Nietzsche, alumno renegado del filósofo budista contemporáneo extraviado en Occidente, Schopenhauer, que sólo se necesita un pequeño grupo dispuesto a reconstruir el mundo o a derribarlo. Son aquellos que despiertan del sueño colectivo y se disponen a transformar su circunstancia interior. Son quienes antes que cambiar el mundo optan por cambiar su manera de pensar en el mundo. A fin de cuentas eso es lo que enseña el budismo: que somos lo que pensamos, que todo lo que somos surge con nuestros pensamientos y que con ellos construimos lo que llamamos realidad.
La única llave maestra que abrirá la cerradura de nuestro implacable desasosiego es la atención. Leer a Miguel Ángel Romero puede ser el comienzo de tal estrategia: la liberación.

Fernando Solana Olivares.

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