Friday, April 22, 2011

HIPERPOLITICA/ y II.

Este texto se publicará en Viernes de Dolores, cuando el país vive su propia crucifixión. El horror nacional crece y se desborda. De pronto ninguna teoría es capaz de explicarlo por entero y las palabras lucen gastadas para narrar su atroz dimensión. Sólo se sabe que la degradación del lenguaje, su empobrecimiento, también proviene de una ausencia de sentido ante la deshumanización colectiva cada vez más patológica que aceleradamente viene sucediendo entre nosotros. ¿Cómo se explica el que un grupo criminal mate sistemáticamente a varios cientos de personas que pasan en tránsito por su exterminadora y cruel aduana, que esclavice a otras reclutándolas contra su voluntad y que secuestre a las restantes para pedir rescate por ellas como si fueran viles mercancías?
Lo concomitante en tal fenómeno es parte estructural en esta hipócrita guerra putrefacta desde su origen contra el crimen organizado: las complicidades federales, estatales y municipales, las connivencias policiacas con los mafiosos, el silencio oficial protector y la participación directa de servidores públicos en su desalmada encomienda, el maltrato y las amenazas a los parientes de los desaparecidos, cuestiones que revelándose llevarían a descubrir otras muchas fosas rebosantes de escarnecidos cadáveres y acaso campos de concentración llenos de quienes han sido detenidos por una maligna y facciosa voluntad.
¿Cómo se le llama a hechos así? ¿Genocidio sistémico? ¿Holocausto selectivo? ¿Tribulación generalizada? ¿Degradación multitudinaria? ¿Siega histórica? ¿Delincuencia idiosincrática? El lugar común diría: pérdida de valores, y tendrá razón parcial aunque no vaya más allá de un lamento mecánico y por ello ignorante de que la sociedad mexicana, debido a razones educativas, políticas y económicas, nunca ha superado en su desarrollo moral colectivo el intercambio instrumental, aquella orientación premio-castigo propia de la niñez y la adolescencia, inaplicable ahora por la venalidad generalizada del sistema, y no se ve cómo podría transitar colectivamente hacia la etapa de las convicciones morales autoasumidas, esa condición adulta de una sociedad.
Entretanto, el narcotráfico es sobre todo un problema de salud pública y de mercado, como ha señalado Javier Sicilia, este líder moral surgido repentinamente desde el fondo del dolor mexicano, legitimado no sólo por su pérdida filial sino por su obra reflexiva, por su vida misma se podría decir. ---Y además es poeta ---afirmó una de mis alumnas cuando en clase hablamos del tema de las formas con que lo real se manifiesta entre nosotros estos días viacrúcicos. El tema del fatalismo trascendente, cuando las cosas ocurren por una causa inevitable.
Es tan simple como estúpido: en toda guerra un bando vence al otro, o bien los contendientes quedan tan extenuados que deciden abandonar la disputa. La guerra calderonista contra las drogas, que hasta hoy se ha perdido, durará cuando menos siete años más según el maleante tartamudo que dirige la oscura e ineficaz secretaría de seguridad pública. Su intención obvia es hacerse imprescindible en el próximo sexenio y así obtener impunidad. Pero la cínica afirmación no se sostiene con evidencias: continúa sin sancionarse el capital económico del crimen organizado, el cual ingresa al sistema y nutre su adicción financiera; la corrupción y la impunidad ante la ley son casi absolutas; las policías están al servicio del narco. Los dos bandos resultan asimétricos y, a menos que la represión se convierta en una exterminación total, como es hoy (o peor) será mañana.
El punto vital de mi enemigo es mi propio punto vital, enseña uno de los proverbios del Go, juego oriental de estrategia. Si las drogas son el punto vital de esta malhadada guerra, que entre todas sus aberraciones hace culpables a las víctimas, a los adictos, deben ser legalizadas por los estados nacionales (o lo que queda de ellos) para lograr la derrota del enemigo. Ilegalizar es criminalizar, como lo demuestra la historia una y otra vez.
Mientras esto llega, si llega al fin, continuará la explosión de odio violento y resentimiento social que asola a nuestro crucificado país, pues tal es un mero efecto de diversas causas seculares sintetizadas en una principal: la desigualdad infame.
Hiperpolítica, en suma, es ir más allá de la política habitual, la que busca el poder formal y su reproducción constante, para restablecer el sentido de lo humano en medio de la barbarización general. Y comienza cuando una sociedad decide salir a las calles para manifestar su fuerza mayoritaria, organizarse horizontal y localmente con el objetivo de resistir ante el mal, pensar grupalmente para comprender la naturaleza verdadera y no sólo verosímil de los fenómenos perversos que la amenazan, hacerse a sí misma desde el dolor sufrido para prescindir de las mediaciones ideológicas que la han mantenido sujeta al miedo y a su semiótica feroz. Hiperpolítica es disponer que la opresión del horror se ha terminado y que debe lucharse contra él tanto desde la individualización como desde el compromiso social. Hiperpolítica es una cultura común del despertar que se constituye aceptando la deuda con lo mejor del pasado humano y la responsabilidad con el futuro. Nunca es un asunto privado sino público, aunque resuelva privadamente el dilema ontólogico “yo-tú”. Conduce a un estado que se denomina “disponibilidad”: salir de uno mismo para buscarse y reconocerse entre los otros. Hiperpolítica es la construcción inteligente de otra libertad posible. Es un sentido distinto del “como si” habitual.

Fernando Solana Olivares.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home