Friday, August 05, 2011

INADAPTÉMONOS / y II

El pacto entre el ser humano y su circunstancia vivencial está roto. Todo el sentido (la interpretación) que sostuvo a la cultura occidental y su proceso civilizatorio desde el Renacimiento hasta ahora ha llegado a su fin. Tres paradojas determinan el horizonte de nuestra época: del individualismo renacentista a la masificación contemporánea; del naturalismo inaugural de entonces a la mecanización actual; del humanismo nacido hace quinientos años a la brutal deshumanización de estos días oscurecidos. Dicho en palabras de Ernesto Sábato, los anteriores sólo son aspectos de una sola y gigantesca paradoja, la deshumanización de la humanidad, un fenómeno resultante de la acción de dos fuerzas “dinámicas y amorales”: el dinero como valor absoluto y la razón como fundamento único de lo real.
Los tiempos de la intemperie, del desamparo y la soledad, de la extrañeza ante un mundo que no se entiende más, llevan al hombre a preguntarse nuevamente sobre sí mismo, a buscar otras narraciones que expliquen la forma en que se manifiesta lo existente, pues ahí donde está el mayor peligro, según afirma el poeta, se encuentra también la salvación. Paradoja de la proximidad: en el problema mismo está la solución.
La tarea crítica y moral de Viviane Forrester se ajusta a aquella definición de Bismarck tan invocada (pero tan mal entendida intencionalmente, tan manipulada) por los especialistas en el tema: la política es el arte de lo posible. En efecto, es políticamente posible, primero, desenmascarar un sistema ideológico planetariamente hegemónico, así se ostente como humanamente espontáneo e históricamente inevitable, y, segundo, plantear las acciones depredatorias, los conflictos verdaderos que social e individualmente crea dicho sistema, aunque no se conozca claramente todavía aquello que lo reemplazará (fue el anatema descalificatorio que los políticos tecnócratas franceses lanzaron contra El horror económico, el primer gran libro denunciatorio de la autora: “no propone soluciones”, dijeron, como si la denuncia fundada de un estado de cosas no fuera un primer paso hacia su eventual solución).
Utilizando diversos ejemplos de esta hegemonía cultural insidiosa que el ultraneoliberalismo ha establecido en las mentes de casi todos a través de un bombardeo semántico y visual incesante, Forrester demuestra la incoherencia de las proposiciones dogmáticas que sostienen su modelo único, estalinista, dictatorial: “el empleo depende del crecimiento; el crecimiento, de la competitividad; la competitividad, de la capacidad para eliminar puestos de trabajo. Lo cual equivale a decir: para luchar contra el desempleo, ¡hay que despedir!”
Esta es una de las mutaciones radicales que el ultraliberalismo ha traído consigo: el trabajo, fundamento histórico de la civilización humana, ha perdido su valor social, no solamente desapareciendo (la multinacional Sony anuncia la eliminación de 17, 000 empleos y su cotización bursátil aumenta 8.41 ese día y 4.11 al siguiente), sino envileciéndose mediante la reducción sistemática de los salarios, la supresión de los contratos colectivos y la evaporación de las prestaciones laborales, obstáculos todos ellos para la rentabilidad máxima del capital y sus ganancias estratosféricas, para el lucro sin medida, el supuesto bien esencial de esta hora bizarra e invertida donde las mayorías victimizadas deben admirar el éxito de sus minoritarios verdugos oligárquicos, un síndrome de Estocolmo propagandísticamente convertido ---mentira que se repite mil veces y así se vuelve verdad--- en un reflejo ideológico acrítico, educativo, cultural.
Otro ejemplo dramático, y aun trágico en sociedades tan desiguales como la mexicana, un tercer mundo degradado y maquilador, es el “déficit público”, señala Forrester, el cual comprende lo que ella llama “beneficios públicos”, gastos de educación y salud que el ultraneoliberalismo considera superfluos y hasta nocivos pues su defecto es “no ser rentables, estar perdidos para la economía privada y representar un lucro cesante insoportable”. Tales gastos, como indica, que se vienen reduciendo en todo el planeta globalizado, no son útiles ni necesarios sino indispensables: “de ellos dependen el futuro y la supervivencia de nuestra civilización”.
La historia contemporánea, en síntesis, es una conjura determinada por los centros del poder fáctico, sobre todo los financieros, cuando la economía pasó de ser la organización y el reparto equitativo, o al menos funcional, de la producción para el bienestar de las sociedades, a la consagración de un sistema despótico, especulativo y totalitario, cuyo fin único y último es el lucro inhumano y demencial que genera el empobrecimiento de las mayorías y el inmoral enriquecimiento plutocrático de los muy pocos. Un nuevo orden mundial estructuralmente antidemocrático que hasta ahora, mientras sea suficientemente poderoso, podrá darse el lujo de “mantener el marco democrático”, mientras el sistema político global se ha convertido, sea cual sea el partido que gobierne, en un mero administrador de sus intereses.
El primer movimiento es saberlo, el siguiente modificarlo. Y aunque esta acción no le sea dado cumplirla a las generaciones presentes, es indispensable salirse mental y anímicamente ya de un “realismo”, diría Forrester, que impone en todos una asombrosa indiferencia respecto de la realidad. Lo humano verdadero perseverará, sea hoy tan aparentemente inhumano. Ningún sistema ideológico cancela o detiene la historia. No hay reich ni ultraliberalismo que duren mil años.

Fernando Solana Olivares.

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