Sunday, August 14, 2011

SABIÉNDOSE ENTONCES.

Me escribe un amable lector para hacerme saber que él no cree en las teorías de la conspiración y pedir mi “opinión directa” al respecto, pues le parece que el texto anterior publicado en esta columna (“Inadaptémonos” I y II) sugiere la existencia de las mismas como una razón operativa del momento económico, político y social que planetariamente está en curso. Tiene razón: afirmar, como lo hice, que la economía y la historia contemporáneas son una conspiración no es otra cosa que aludir, con los matices que trataré de exponer, a la célebre definición al respecto de Karl Popper: “La teoría de la conspiración es una perspectiva según la cual todo lo que se produce en la sociedad ---incluidas las cosas que por regla general disgustan a la gente, como la guerra, el paro, la miseria, la penuria--- es resultado de los designios de ciertos individuos o grupos poderosos”.
Popper señala que esta opinión se halla muy extendida aunque suponga una superstición primitiva, y que en su forma moderna es un resultado “de la laicización de las supersticiones religiosas”. Otro término para lo mismo es lo que Manès Sperber describió a mediados del siglo pasado como “la visión policiaca de la historia”. Algunos antropólogos le han llamado “teoría de la causalidad”, entendiendo esta actitud a la manera de un residuo “prelógico” en la mente humana arcaica que pretende encontrar un origen oculto y no manifiesto a partir de todo fenómeno, achacándoselo a ello mismo.
Y es cierto también que tales consideraciones acerca de la naturaleza supuestamente recóndita de lo real han originado las espantosas persecuciones de etnias, culturas y pueblos designados como chivos expiatorios en aquella historia universal de la infamia, por desgracia tan común y característica de todo tipo de racismos y exclusiones. En su imprescindible obra sobre el tema, La causalidad diabólica (Muchnik, Barcelona, 1982), León Poliakov cita a Freud: “Lo malo es lo ajeno al Yo, lo que le es externo”, y a Einstein: “Hay demonios en todas partes; es probable que, de modo general, la creencia en la acción de los demonios constituya el inicio de nuestro concepto de causalidad”, entre otros autores, para demostrar la persistencia de una mentalidad conspirativa en la estructura social actual.
Incontables ejemplos nutren el oprobioso antisemitismo que intoxica patológicamente la historia de la época: la demonología antisemita, según la llama Poliakov, que también abarca otras demonizaciones históricas como la fobia antijesuítica. Quizá el mejor exponente de esos montajes intencionados sea el conocido libelo Los Protocolos de los Sabios de Sión, una falsificación de la Okrana, la policía secreta zarista destinada a alimentar el odio popular hacia los judíos, que aseguraba revelar las actas secretas del Congreso Judío de Basilea celebrado en 1897 y sus supuestas e infames estrategias para controlar el destino económico, político y social del planeta.
Y sin embargo, una profusa literatura ---la cual en mucho corresponde a una clasificación “conspiranoica” (conspiración más paranoia), frecuentemente poco rigurosa---, y un buen número de sus autores ---varios de los cuales sin duda no gozarían, por fantasiosos y subjetivos, de una credibilidad verificable--- muestran cómo una considerable cantidad de sucesos modernos, desde guerras hasta procesos sociales, desde fenómenos masivos hasta transformaciones morales públicas, fueron anticipados y advertidos a veces mucho tiempo antes de que ocurrieran, siendo entonces parte de un diseño general (o meras profecías autocumplidas que formarían parte de ese diseño) proveniente de centros fácticos y desconocidos que ejercen el poder global contemporáneo. De ahí que pensadores tradicionalistas que van más allá de lo conspirativo y pintoresco, como Guénon, y cuyo rigor conceptual está fuera de duda, afirmen que en el mundo moderno existe un secreto mayor: “la formidable empresa de sugestión que ha producido y nutrido la mentalidad actual”.
Si bien todo lo anterior puede contextualizarse, la historia económica de las últimas décadas (la cual es sobre todo una historia política) encaja perfectamente en la teoría de la conspiración. ¿No es un complot contra el interés humano general que el 90 %, cuando menos, del capital monetario actualmente se destine a la especulación financiera y sólo el 10 % del mismo, o menos, a la inversión productiva? ¿No ha sido la doctrina neoliberal del shock económico ---desregulación, privatizaciones y disminución del gasto público--- una descomunal imposición planetaria cuyos supuestos, visibles e invisibles, corresponden directamente a una operación conspirativa? Y la ideología que la sostiene, nunca reconocida como tal, ¿no es parte de una “extraña dictadura”, como diría Forrester, decretada insidiosamente, es decir, conspirativamente? O el “libre mercado”, que nada tiene de libre, ¿no representa una circunstancia manipulada por unos cuantos, o sea, conspiracional, en perjuicio de las mayorías? O el “nuevo espíritu de la época”, que consagra el lucro nihilista contra el interés general, ¿no proviene de un empeño intencionado que poco tiene de espontáneo?
“La verdad es lo que se hace creer”, diría Voltaire. Y hacernos creer que este mundo materialista y terminal es una verdad histórica ineludible se ajusta a una narrativa del complot antes que a un proceso contingente. La civilización contemporánea y sus fenómenos económicos, mera política a fin de cuentas, son una conspiración tan sofisticada que no puede decirse, a riesgo de caer en el ridículo, que son una conspiración.

Fernando Solana Olivares.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home