Saturday, January 28, 2012

NUESTRAS CONTAMINACIONES / I

Solemos creer —como una imitación extralógica provocada por nuestra cultura occidental— que el budismo es un sistema religioso y devocional exótico, pero en el fondo similar al dogma cristiano postulante de una deidad creadora del mundo y representada por intermediarios sacerdotales que preservan y sancionan ese vínculo entre lo divino y lo humano.

No hay tal: la hipótesis budista es radicalmente distinta a ello pues no acepta el proceder de ninguna entidad metafísica —de ahí que algunos lo llamen un ateísmo religioso—, y su personaje referencial, el Buda (el Despierto), jamás abandona su condición humana, por el contrario, la lleva a su máxima posibilidad. El conocimiento trascendente que así obtiene, y mediante el cual llega a ese despertar definitivo de la conciencia denominado Iluminación, no proviene ni de un testimonio celestial ni de una revelación escatológica sino de un orden cognitivo empírico donde se ensaya, y al fin se comprende, la naturaleza de la verdad.

La lacónica y elegante axiomática del budismo se basa en las cuatro Nobles Verdades, las cuales no representan dogmas de fe sino observaciones objetivas y susceptibles de comprobación directa a través de cualquiera, que sucintamente pueden describirse así: 1. La verdad de que la existencia es dukha (una voz pali que traducida superficialmente se entiende como “sufrimiento”, “dolor”, “pena” o “aflicción”, pero que en sus acepciones más profundas describe la condición de lo existente y significa “vacuidad”, “imperfección”, “impermanencia”, “insustancialidad”, características todas ellas de cualquier ser compuesto, desde una persona y un objeto hasta una estrella o una galaxia); 2. La verdad de que hay una causa de ese sufrimiento; 3. La verdad de que el sufrimiento puede extinguirse; 4. La verdad del camino que conduce a la extinción del sufrimiento. Es decir: el sufrimiento, su origen, su cesación y el camino que conduce a esa cesación. O si se prefiere, una terapéutica donde está descrita la causa de la enfermedad, luego se establece el diagnóstico, en seguida se instrumenta la curación y para obtenerla se aplica el tratamiento.

Uno de los muchos pensadores, intelectuales y científicos occidentales que desde fines del siglo dieciocho hasta el presente han sido cautivados por esa ciencia del espíritu, aclara que la doctrina budista del vacío no es la creencia de que nada existe, como incorrectamente llega a pensarse, sino la certidumbre de que la realidad última de cada ser u objeto está desprovista de características propias individuales y definidas, carece de una sustancia o alma que le pertenezca más allá de los elementos relativos e impermanentes que mientras ese ser u objeto exista lo constituyen. “Las cosas —escribe Alfredo Aveline, un físico brasileño— existen apenas como realidades convencionales, limitadas, espacio-temporales, condicionadas y contextuales, y no existen separada e independientemente del observador”.

De ahí que las cuatro Nobles Verdades sean resumidas por este autor como la comprensión de que todo lo que es visto (y por ende sentido, vivido, creído, interpretado) es visto por la mente, y que todo lo que es visto por la mente es la mente viéndose a sí misma, es la mente viendo las imágenes y objetos generados por ella misma. Aveline cita un texto canónico budista para fundamentar su afirmación, el Lankavatara Sutra, donde se afirma que “una pintura no está ni en la tela ni en las formas y colores de la misma” sino en la mente de quien la percibe, que “los ignorantes no comprenden que lo que ven es la mente viéndose a sí misma”. Lo mismo habría escrito el poeta hindú al advertir que la belleza de la amada está en los ojos del amante.

Tal ignorancia sobre la naturaleza profunda de la realidad como proyección mental es uno de los tres impedimentos o irritantes síquicos que el budismo llama causas eficientes de la infelicidad humana —los otros dos son el odio en sus diversas expresiones: la envidia, la violencia, la destructividad, y la avidez, ese desear insaciable, enajenante, neuróticamente desdichado— y desde luego no significa que el mundo externo y las cosas que lo componen no existan; busca comprender con claridad los límites de validez para atribuirle a lo existente una condición autónoma o separada de aquel que lo percibe.

Todo el pensamiento budista, toda su preceptiva y sus axiomas son invariablemente experimentales. Solamente pueden confirmarse a través de los procesos mentales o imaginativos, de las vivencias directas que dan origen a la experiencia personal de cada quien. Esta cualidad empírica básica vincula al budismo con el método científico occidental (un procedimiento de investigación ordenado, repetible y autocorregible) y lo convierte en un camino de conocimiento que sólo puede entenderse cabalmente si se transita por él. Supone entonces una epistemología de la conciencia, una teoría comprobable del desarrollo espiritual, y no una figuración acrítica devocional, irracionalmente autoritaria y abusivamente intangible.

Conocer la condición humana, comprender la contaminación inherente a todo proceso cognitivo y practicar las acciones para liberarse de ello son los fines del pensamiento budista. Depurar, diría Aveline, todo el condicionamiento inconsciente, que nos lleva a creer que nuestras percepciones, sentimientos e interpretaciones sobre la realidad son una verdad definitiva e irrenunciable que debemos imponer a cualquiera y, peor aún, a nosotros mismos. Si somos lo que pensamos, debemos aprender a pensar cómo y por qué lo pensamos.

Fernando Solana Olivares.

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Hola explicas tan bien el camino espiritual en muy pocas palabras, felicidades.
MARIA LUISA GOMEZ MAQUEO

11:16 AM  

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