Sunday, March 11, 2012

EL ASESINATO DE MAGALY.

El lunes 25 de febrero, a las 9:30 de la noche, Magaly Susana Jiménez Moreno, una joven de 21 años, fue secuestrada a las puertas de la fábrica donde trabajaba, Helados Nestlé, filial de la empresa transnacional suiza asentada en Lagos de Moreno, Jalisco, por un hombre que violentamente la obligó a subir a su automóvil llevándosela con rumbo desconocido.
Tanto los trabajadores del turno nocturno que en ese momento ingresaban a las instalaciones de la fábrica como los encargados de vigilancia de la misma presenciaron el secuestro pero ninguno intervino. El esposo de una de las compañeras de Magaly avisó a los padres de la joven, Juan José Jiménez Juárez y María Estela Moreno García, quienes pocos minutos después llegaron al lugar.
Los atribulados padres solicitaron la presencia de la policía municipal, la cual envió una patrulla más de dos horas después del brutal suceso, y desde ese momento constataron la ineptitud e indiferencia policiacas tanto como la insensibilidad de la poderosa empresa, cuya responsabilidad, según dijeron los propios encargados de vigilancia, solamente se iniciaba puertas adentro de la misma.
Comenzó entonces un triple horror que terminaría parcialmente el martes 6 de marzo, cuando el cadáver de la joven fue descubierto casualmente por un perro, medio envuelto en bolsas negras de basura como infame mortaja y semienterrado entre escombros al pie de un barranco de la carretera Lagos de Moreno-León, no muy lejos del sitio donde había sido secuestrada.
Aunque ahora estudiaba Enfermería, llevada a ello por la apremiante situación económica de su familia, dos años atrás Magaly estuvo inscrita en la carrera de Humanidades del campus de la Universidad de Guadalajara en Lagos de Moreno y fue mi alumna en un par de materias: Historia de la Cultura y Modelos Literarios. Recuerdo sus ojos expresivos, su desarmante franqueza y su encantadora sonrisa, prendas impecables con las cuales alguna vez me convenció para aplazar durante una semana el examen de Narrativa que debía presentar.
El miércoles pasado, mientras iniciaba la escritura de otro texto para esta columna ---“Tribulación, palabra derivada de tribula, un rastrillo que se usaba para separar la paja del trigo. Entonces el dolor lacerante de la época no es lo que parece ser sino lo que en el fondo significa: toda tragedia atribulante es una criba, una purificación”--- sonó el teléfono de la casa: un alumno me avisaba del fortuito hallazgo del cadáver de Magaly.
Si el primer horror había sido el cobarde secuestro de la joven en medio de la inacción atemorizada de sus compañeros de trabajo y el inhumano desentendimiento de sus empleadores, su digna y afligida madre, devastada por el injusto, incomprensible dolor de haber perdido a una hija buena y bien querida por todos, quien era a la vez su hermana menor y su íntima amiga, me contó con entereza y coherencia el segundo horror del maltrato policiaco, de la sevicia burocrática de agentes y comandantes patibularios y abúlicos que tácitamente le exigieron a ella realizar las investigaciones necesarias para dar con el paradero de la joven y proveerlos de pistas y datos que nunca estuvieron dispuestos a buscar por su cuenta.
Y el tercer horror de la tragedia lo vería yo mismo, aunque ella también lo anticipara: “yo sé quién era mi hija y no me importa lo que pueda decir la gente”. Desde la atrofiada señora laguense del café que ante la estúpida nota a ocho columnas del periódico local a. m. sobre el asunto sugiriera que quizá Magaly “se lo había buscado”, pasando por la inhumana maestra universitaria que declararía su desinterés por tratarse de una ex alumna, hasta el condiscípulo asustado que le recomendaría a otro: “no protestes porque te puede pasar lo mismo”.
La sociedad del miedo nos empieza a convertir en una sociedad de esclavos moralmente acobardados y éticamente indiferentes. Algunos, quienes seamos, marcharemos dentro de dos semanas por las calles de esta ciudad provinciana, hasta apenas ayer apacible y a la cual ya llegó la descomposición de los atroces días posmodernos, para alzar la voz y oponernos a ese mal absoluto, a ese mal radical que consiste ---efectos brutales de causas profundas--- en el inaceptable quebrantamiento de todos los valores humanos. El perverso feminicidio de Magaly, su espantoso sacrificio, servirá tal vez para vencer el miedo, derrotar el silencio e iniciar el largo camino colectivo hacia la curación de nuestra enferma sociedad.

Fernando Solana Olivares.

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