Tuesday, April 10, 2012

EL OTRO CRISTO.

Para Laura.
“No hay que burlarse, no hay que deplorar, no hay que maldecir, sino comprender”, aconsejaba Spinoza. Nada más lejano, sin embargo, a los hábitos mentales contemporáneos de nuestra cultura de víctimas sardónicas, quejumbrosas e insultantes que sin cesar buscan algo o alguien exógeno para hacerlo responsable de su condición. Comprender es abrazar, ceñir, rodear por todas partes una cosa, participar y hacerse cargo de ella. Pero el movimiento síquico y moral hacia circunstancias y fenómenos situados siempre fuera de la persona ha sido el paradigma occidental dominante en la manera de entender y explicar la realidad, aun científicamente, dado que en las tradiciones religiosas abrahámicas Dios se considera esencialmente una entidad externa al yo.

Desde el surgimiento de esta perspectiva de separación ha existido también una tendencia distinta: un camino gnóstico o herético que establece el conocimiento y la aceptación de que aquello que llamamos Dios y sus manifestaciones ---un campo semántico inagotable--- está en el interior de la conciencia humana porque es un contenido estructural de la misma, antes que una narrativa imaginaria concebida desde la cultura o una construcción ideológica elaborada por las religiones y sus intermediarios autodesignados.

No es sólo la descripción de eso que se designa como divino, sagrado, numinoso o ganz andere, algo radicalmente distinto a lo humano y a las realidades “naturales” ---percepción del todo ajena a la mentalidad materialista moderna, desacralizada y profana---,

sino la prueba misma de la existencia de estados mentales que la psicología transpersonal define como experiencias donde el sentido de la conciencia y la identidad van más allá de la personalidad y el ego habituales, hasta alcanzar las zonas selladas de la psique en las que se encuentra el ámbito de lo espiritual. O se encuentra Dios, si se quiere simplificar.

Los sistemas de creencias son tanto un marco de referencia como un filtro a través del cual se interpretan y reducen las experiencias. Mientras más rígidamente se vive un paradigma, un modelo de lo que supuestamente es la realidad ---como el actual, tan sobresocializado---, menos capaz resulta el individuo para recibir información que difiera de dicho modelo (“De hecho, si la información es demasiado diferente del paradigma, no es recibida en absoluto. Nunca aparece en la pantalla de nuestra conciencia, porque el software para leerla es incompatible o inaccesible”: Robert H. Stucky).

El planteamiento central del gnosticismo postula que lo divino, lo espiritual, está sujeto a una percepción empírica y directa, a una búsqueda interior de autodescubrimiento no mediada ni provista por la autoridad institucional. De ahí el término “convertirse en un Cristo” empleado por el gnosticismo cristiano en referencia a la obtención del estado de conciencia ejemplificado por Jesús: una vía contemplativa donde “la lámpara del cuerpo es la mente”, se supera la falsa identificación con un yo limitado para obtener la unión de los opuestos y reunir las polaridades de la vida en un equilibrio armónico, se experimenta la propia naturaleza humana como “la fuente de todas las cosas”, como la realidad primaria que puede conducir a la iluminación.

Toda la predicación del Jesús gnóstico, el otro Cristo, enfatiza la necesidad de dirigirse cada quien hacia sí mismo para descubrir los recursos ocultos en el interior de la conciencia, de convertirse en “discípulo de su propia mente” pues ella “es el padre de la verdad”, de aprender lo que se necesita conocer por uno mismo en silencio meditativo, ya que la psique contiene el potencial tanto para la liberación como para la destrucción. Quien carece de autoconocimiento experimenta la sensación de ser movido por impulsos que no entiende, vive en el olvido (o en el inconsciente, dicho en términos contemporáneos), “no tiene raíces” porque ignora su propio ser, sufre “terror y confusión, inestabilidad, duda y división”, y se ve atrapado “en muchas ilusiones”. Su existencia es una “pesadilla”, según establece el Evangelio de la Verdad.

Los gnósticos afirmaban que quienquiera que percibe la realidad divina “se convierte en lo que ve”. El Cristo crucificado significa una mediación entre cielo y tierra, adentro y afuera, arriba y abajo, cuerpo y mente, vida y muerte, luz y oscuridad. ¿Su mensaje simbólico? “Reconoce lo que está ante tus ojos y lo que está oculto te será revelado”. La puerta está abierta: eso es lo esencial.

Fernando Solana Olivares.

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