Friday, July 13, 2012

BRADBURY Y EL ZEN.

No todo es política electoral fraudulenta, por fortuna. Y ante el ominoso y corrupto dilema de la oligárquica restauración orwelliano-priísta que nuestro envilecido país comienza a vivir apenas, siempre quedan alternativas. El exilio interior es una de ellas. El pensamiento auténtico ---no el recibido, no el que nos piensa, no el que se cree que se piensa--- es otra. La creatividad es una tercera. Ray Bradbury publicó en 1973 un ensayo de título poco común para su indeleble obra literaria: “Zen en el arte de escribir”. Después de encontrarse con un singular libro testimonial de Eugen Herrigel, catedrático alemán que residió en Japón, Zen en el arte del tiro con arco (Kier, Buenos Aires, 1972), Bradbury, quien no sabía nada del budismo Zen hasta entonces, pormenorizó sus propios procedimientos técnicos, muy similares a los descritos por Herrigel, en un texto dirigido a todos aquellos interesados en el arte de las palabras, en la pasión insomne de la literatura y aun en el viaje de la vida, “la mitad terror, la mitad júbilo”, como diría. El Zen es “la conciencia cotidiana”, según la legendaria definición del maestro Baso Matsu hecha hace más de 1200 años: “dormir cuando se tiene sueño; comer cuando se tiene hambre”. Y ciertas artes adyacentes como el tiro con arco, la esgrima, los arreglos florales, la ceremonia del té, la danza o la pintura conducen al encuentro del estado de “no-conciencia” discursiva o satori ---una especie de intuición o sabiduría trascendental que capta simultáneamente la totalidad e individualidad de todas las cosas--- explorado por esa variante del budismo que desde China llegó a Japón dos milenios atrás. El Zen, en suma, es la superación del dualismo cognitivo, y su precepto central pide al practicante “buscar en la propia naturaleza”, en la mente de todos los días aquella budeidad o iluminación que puede encontrarse en una flor, una roca, un grito, un junco que flota, una sandalia solitaria. Daisetz T. Suzuki, el gran divulgador del Zen en Occidente, advierte que satori significa, en términos psicológicos, “hallarse más allá de los límites del yo”; en cuanto al tiro con arco supone que el arquero y el blanco dejan de ser dos objetos opuestos y se funden en una realidad única, como lo acredita Herrigel en el apasionante testimonio que conmovió a Bradbury. Así, el autor de Farenheit 451 ---parábola profética donde se anticipa, incluso, la enajenante hegemonía televisiva nacional--- recuerda en el prefacio del libro que contiene el ensayo mencionado sobre el Zen y la escritura aquella anécdota del pianista quien dijo “que si no practicaba un día, lo advertiría él; si no practicaba durante dos, lo advertirían los críticos, y que al cabo de tres días se percataría la audiencia”. De ahí que su primera palabra determinante, síntesis del método creativo seguido por él, sea “Trabajo”, en seguida “Relajación” y después “¡No pensar!” El trabajo es la llave maestra del proceso escritural. No solamente porque se aprende a escribir escribiendo, dado que la escritura misma enseña a hacerlo, sino porque para Bradbury el único fracaso consiste en rendirse, detenerse en medio del transcurso móvil de toda creatividad: “Se ha hecho el trabajo. Si está bien, uno aprende. Si está mal, aprende todavía más. […] No trabajar es apagarse, endurecerse, ponerse nervioso; no trabajar daña el proceso creativo”. La tensión, actitud opuesta a la relajación, segunda clave esencial, “nace de ignorar o de haber rendido la voluntad de saber. El trabajo, porque da experiencia, se convierte en nueva confianza y finalmente en relajación”. Bradbury alude a una relajación dinámica, en movimiento, “cuando el artista no necesita decir a sus dedos lo que tienen que hacer”. El ritmo natural del arte mediante una espontaneidad que el Zen llama “accidente controlado”: una disciplina espontánea, una espontaneidad disciplinada. El no pensar, tercera viga maestra del edificio creativo, se entiende como la ausencia de artificio: “llegará el día ---escribe Bradbury--- en que sus personajes les escribirán los cuentos”. Citando a Schiller, el autor resume este alcance como el retiro estético de “los guardianes de las puertas de la inteligencia”, o la sabiduría del escritor que conoce su inconsciente. Al final, el método de Bradbury propone un sinónimo para el concepto de trabajo: amor. Alfonso Reyes aconsejaba lo mismo: amar la propia literatura. Tan simple, tan complejo, tan real. Fernando Solana Olivares.

1 Comments:

Blogger Unknown said...

Fantástico y en los valores quesque muy argumentados en las instituciones educativas, veo muy práctica para la vida la que expresa la UdeG...PIENSA Y TRABAJA. No hablemos mucho. Saludos.

10:14 AM  

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