Friday, April 27, 2012

ENTEÓGENOS Y PINTORAS .

De eso viene a hablar José Manuel Recillas: la enteogenia de (en) Gottfried Benn. La visita es infrecuente y bienvenida: no siempre puede estarse a tope en el lenguaje, las vinculaciones, las referencias, la información, el método literario o la hermenéutica intelectual. Todo agudo e inteligentemente divertido, de consideración. Vino a Lagos de Moreno, pequeña ciudad central, alteña y cristera, para dictar la Cátedra Sergio Pitol y hablar de un autor del que podría hacerlo durante un año, como afirma durante su brillante y extraña conferencia: donde se hace evidente que sí puede hablar durante un año o más de Gottfried Benn. Después ocurre la inauguración de una muestra en el museo Agustín Rivera: dos talentosas artistas visuales, jóvenes de menos de 30 años, oriundas del lugar, mujeres luminosas y guapas, jóvenes maestras. Eréndira Díaz Barriga Esponda (“La nueva mirada”) y Beatriz Ortiz Wario (“Las manos tersas”). En la primera predominan los óleos, paisajes urbano-pueblerino-transicionales con luces de Turner y buenas influencias kellyanas, cuatro papeles grabados espléndidos, escenas de armonía formal, dominio técnico, lenguaje renovado: lo ya visto vuelto a ver que es lo no visto. En la segunda muestra obran dibujos y tintas solventes, imaginativas, más algunos óleos warholianos, uno de los cuales es llamativo y de gran formato, y una cabeza de Medusa que mi mujer me pide que compre. De ello hablo en la inauguración, quizá la número ochenta en la que estoy, hecha como cada vez más con tres pesos presupuestales, que llegan morosos pues las instituciones burocráticas han dictado una “austeridad” neoliberal desigual y paralizante que en cuanto al último eslabón de la cadena, el pequeño museo de dos salas retumbantes ---y atípicas, desde hace casi cinco años expone arte contemporáneo contra la opinión de fundamentalistas que dicen que el recinto sólo debe mostrar arqueología e historia, las disciplinas que montaron una exposición temática durante solitarios, vacíos, anteriores y polvorientos años: ¿título de la exposición temporal que se quedó atascada?: el limitado formalismo del fracaso; ahora va mucha gente, tanta y más de la que hoy está presente--- museo pues en el cual su director debe pagar de su bolsa los gastos del evento, del montaje y del teléfono, debe pagar por trabajar: hay lo que hay, se está donde se está. De eso no hablo sino de esto: las jóvenes artistas viven de su arte y el público debe comprarlo si quiere no morir de realidad. Ahora está prohibido contratar a cualquiera mediante recibos de honorarios (a los artistas y expositores se les pide ¡factura!: sic tan avergonzado). Tales tópicos sobran, pues todo esto es a pesar de eso. En el estrecho patio, tutelados por el deteriorado busto del prócer dueño de la casa, don Agustín ---de lema preocupante: usura en calamo, miseria de la pluma, y así le fue--- un dueto de guitarras libérrimas virtuosamente tocarán: los Hugos. Recillas anda por ahí y habla con todos/as. Su hipótesis ronda mi cabeza: Gottfried Benn tuvo una experiencia enteogénica muy temprana y nunca supo qué le había ocurrido. Su búsqueda poética se inicia en ese momento autotrascendente. Estamos entonces en la inauguración: las expositoras dan unos gráciles agradecimientos: pensar es agradecer: se corta el listón y se abren las salas. Montar arte representa un placer, verlo y hacerlo también. Es una sustancia curativa, circulante: mientras están bajo su influjo las gentes cambian. Además del universo Benn, Recillas trajo consigo a un poeta desconocido, Juan Bautista Villaseca, parte del póquer de ases de la poesía en español, según afirma: Neruda, García Lorca y Vallejo. Este México triste se llama el librito, hecho a mano, numerado por Taller Ditoria, escrito hasta fines de noviembre de 1968: “Aquí estoy solo / junto a mi niñez, / velándome por todos, / aquí, con una piedra / --- la piedra del poema --- / pidiendo el pan adulto.” Percibo su condición emblémica cuarenta y cuatro años después: este México triste. En los muros del museo cuelgan como sábanas los carteles que la gente elaboró con demandas e inscripciones en la reciente marcha local masiva contra la violencia y el feminicidio. Enteógeno: término propuesto por varios, entre ellos, Ruck y Wasson, para designar aquellas drogas que producen visiones: entheos, “dios adentro”, muestran a Dios. El día ha sido una bendición. Fernando Solana Olivares.

Saturday, April 21, 2012

LOS INFLEXIBLES / y II

La inflexibilidad se entiende como una constancia y firmeza del ánimo que no se conmueve, no se doblega ni desiste de su propósito. Toda moral autoritaria es inflexible, toda devoción literal también. Las religiones abrahámicas se originan en una inflexibilidad propia del estadio agrícola del desarrollo humano, un periodo fundamentalmente masculino cuyas razones corresponden a causas tecnoeconómicas, a fuerzas básicas de producción (el reemplazo del azadón por el arado de tracción animal), que determinan las relaciones sociales y construyen un nuevo modelo teológico y cultural en el cual las deidades primarias son varones. De ahí proviene, según pensadores como Ken Wilber, el patriarcado histórico, el gobierno del padre donde Dios es un hombre con quien los hombres hablan directamente y las mujeres lo hacen a través de ellos. Sintetizando la sucesión del desarrollo humano, Wilber señala que las diversas etapas del mismo han ubicado al Espíritu (un término que suele entenderse como equivalente a la divinidad) de diferentes maneras. La etapa mágica, recolectora y hortícola lo situó en la biósfera, en el “ahí afuera”, y la etapa agrícola primaria lo ubicó más allá de la estratósfera, en el cielo mítico inmóvil de “ahí arriba”. Paradójica y complementariamente, las grandes culturas agrícolas iniciaron también aquellos impulsos determinantes que situarían al Espíritu en la conciencia del individuo, en el “aquí adentro” del ser humano, vinculándose con él mediante “la puerta de la subjetividad profunda, de la conciencia interior, de la meditación y de la contemplación”. El pensamiento religioso ortodoxo está fatalmente atrapado en una visión mítico-agraria del mundo y no puede comprender que la evolución misma en todas sus expresiones, desde las biológicas hasta las civilizacionales ---incluida en esa evolución la relectura, la reinterpretación del mensaje pretendidamente divino---, es “la forma y modalidad de las creaciones del Espíritu”, representa no las desviaciones de principios equivocadamente concebidos como estáticos sino los desarrollos inevitables y necesarios de los mismos. Pero nadie da lo que no tiene, así que resulta inútil y hasta ingenuo pedir que las gerontocracias religiosas masculinas y misóginas acepten, como diría Alfred North Whitehead, que “el último principio metafísico es el avance creativo hacia la innovación”. Entendido así, el Espíritu es creatividad, una creatividad autotrascendente ---aquel proceso, según la definición de Wilber, poseedor de “la asombrosa capacidad de ir más allá de donde anteriormente se encontraba”--- que da lugar a las formas evolutivas donde se incorpora lo que ya era y se integran nuevos componentes. De ahí se sigue que todo nivel evolutivo superior se define por la posesión de las cualidades esenciales del nivel inferior más algo adicional. Una evolución del cristianismo patriarcal inmóvil comprendería la integración de las mujeres al ministerio sacerdotal, la superación del celibato medieval y una perspectiva renovada sobre la sexualidad y el control de la natalidad. Sin embargo, ese doble desfiguramiento estructural que parece caracterizarlo: el origen egipcio de Moisés y la adopción de su narrativa teológica, más la traducción farisea unilateral elaborada por Pablo acerca del mensaje apostólico de Jesús, hacen de la Iglesia católica romana actual una institución propia del pasado histórico, disfuncional en el presente de la sociedad y, sobre todo, ajena radicalmente al futuro de una civilización superior en la que la espiritualidad, tal como lo propone el mesurado y siempre adaptable budismo, no corresponda al sistema de creencias basadas en principios metafísicos, dogmas, ritos y plegarias, sino al desarrollo de cualidades humanas como el amor, la compasión, la paciencia, la tolerancia, el perdón, el sentido de responsabilidad con la biósfera, con uno mismo y los demás. La rama seca es inflexible y se rompe, la rama verde se dobla y debido a ello no se quiebra. El consejo taoísta de Lao-Tse: “cede y permanecerás intacto”, es desconocido por un dogma cristiano vertical y autoritario que se autoproclama divino pero que es miserablemente parcial y humano, propio de un mundo bidimensional donde no se concibe la existencia de estadios superiores de evolución de la conciencia. Fluido ininterrumpido en constante movimiento: así es la naturaleza profunda de la realidad. La Iglesia no cambia pero sus fieles y devotos sí, por eso la dejan. Fernando Solana Olivares.

Friday, April 13, 2012

LOS INFLEXIBLES / I.

La irreparable misoginia de la Iglesia católica, manifiesta una vez más por Benedicto XVI en su homilía del reciente Jueves Santo, donde se refirió a la “declaración irrevocable” de Juan Pablo II acerca del impedimento de la ordenación sacerdotal de las mujeres hecha en 1994, porque “la Iglesia no ha recibido del Señor ninguna autoridad sobre esto”, representa mucho más que la continuación de una tendencia histórica en crisis para significar, a estas alturas, el patológico empecinamiento masculino con aquello que parece ser un destino ortodoxamente terminal.
La Iglesia católica, “sumida en la crisis más profunda de confianza desde la Reforma”, como ha señalado el teólogo Hans Küng en una carta abierta a los obispos publicada en 2010, continúa dominada por los reflejos mentales y los paradigmas inmóviles de hombres, principalmente ancianos y teóricamente célibes, adscritos a un cristianismo que no es el de Jesús sino el de Pablo, un apóstol autoproclamado y de mentalidad farisea, formado en la Torá por el rabino Gamaliel y orgulloso de los privilegios de su nacionalidad romana hasta antes de su conversión al cristianismo en el camino de Damasco, que inoculó la religión emergente con su radical desprecio a las mujeres, su infundada exaltación del celibato y su personal condena de la homosexualidad como abominación.
Poco se toma en cuenta, aunque es determinante para su análisis, que la ortodoxia cristiana, ese “pensamiento correcto”, quedó establecida por órdenes del emperador Constantino en el año 325 en el Concilio de Nicea, definiéndose así desde su origen como un dogma autoritario impuesto por el poder secular y no como una vía trascendente derivada de un mensaje espiritual. “Como toda proclamación hecha por un comité de pocos a nombre de una comunidad entera ---escribe Robert H. Stucky---, el credo niceno está anticuado, errado y cargado en su lenguaje”.
No solamente porque distingue forzada y hasta esquizofrénicamente entre la creencia y la experiencia de la divinidad ---distinción de base política, ya que la creencia es controlada por los intermediarios de la misma y en cambio la experiencia es vivida directa y libremente por los individuos---, sino porque proviene de una misoginia propia de las tradiciones abrahámicas (judaísmo, cristianismo, islamismo) en las cuales el clero ortodoxo, racional y masculino se ha empeñado desde hace siglos en suprimir y castigar, pues no puede controlarlas, aquellas partes intuitivas, místicas y femeninas de la fe.
“Tal ‘racionalidad’ de parte de la jerarquía masculina ---observa Stucky--- fue enemiga del pensamiento libre, que se consideraba ‘mujeril’, y por lo tanto, peligroso. La intuición, el poder de dar a luz, la introspección mística, y la sabiduría en sí misma (personificadas como femeninas en los escritos hebraicos y griegos), fueron atributos mujeriles que se habían considerados como semi-mágicos por la sociedad patriarcal del Imperio Romano.” Dichas características, afirma el autor, provocaron tanto admiración como miedo, el cual terminó por prevalecer como un método represivo ante lo femenino.
El impulso hacia la institucionalización de la fe cristiana no solamente correspondió a motivos políticos sino también a causas de origen psicológico radicadas en la obsesión masculina por la dominación y el control. Neurólogos como Leonard Schlain atribuyen este violento machismo judeocristiano ---“una especie de machismo mediterráneo intensamente coloreado por el militarismo romano”--- al predominio de factores fisiológicos favorecidos por las culturas urbanas letradas.
Su hipótesis sostiene que desde la invención de la escritura, alrededor del año 3000 a. C., la influencia horizontal e igualitaria antes generalizada de los cultos a la Madre o Diosa, la cual representa las funciones femeninas del pensamiento intuitivo características del hemisferio cerebral derecho, decayó constantemente hasta ser reemplazada por sociedades cuya forma de escritura lineal ---los alfabetos griego y latino lo son absolutamente--- estimuló una mayor tendencia al uso del hemisferio cerebral izquierdo, propio de un pensamiento vertical y lógico predominantemente masculino. La razón de ello, según Schlain, es que las células receptivas del ojo masculino focalizan detalles lineales y las del ojo femenino tienden a captar conjuntos.
Como fuere, tal error epistémico se impuso a sangre y fuego y la severidad de su teología misógina se hizo un dogma de fe.

Fernando Solana Olivares.

Tuesday, April 10, 2012

EL OTRO CRISTO.

Para Laura.
“No hay que burlarse, no hay que deplorar, no hay que maldecir, sino comprender”, aconsejaba Spinoza. Nada más lejano, sin embargo, a los hábitos mentales contemporáneos de nuestra cultura de víctimas sardónicas, quejumbrosas e insultantes que sin cesar buscan algo o alguien exógeno para hacerlo responsable de su condición. Comprender es abrazar, ceñir, rodear por todas partes una cosa, participar y hacerse cargo de ella. Pero el movimiento síquico y moral hacia circunstancias y fenómenos situados siempre fuera de la persona ha sido el paradigma occidental dominante en la manera de entender y explicar la realidad, aun científicamente, dado que en las tradiciones religiosas abrahámicas Dios se considera esencialmente una entidad externa al yo.

Desde el surgimiento de esta perspectiva de separación ha existido también una tendencia distinta: un camino gnóstico o herético que establece el conocimiento y la aceptación de que aquello que llamamos Dios y sus manifestaciones ---un campo semántico inagotable--- está en el interior de la conciencia humana porque es un contenido estructural de la misma, antes que una narrativa imaginaria concebida desde la cultura o una construcción ideológica elaborada por las religiones y sus intermediarios autodesignados.

No es sólo la descripción de eso que se designa como divino, sagrado, numinoso o ganz andere, algo radicalmente distinto a lo humano y a las realidades “naturales” ---percepción del todo ajena a la mentalidad materialista moderna, desacralizada y profana---,

sino la prueba misma de la existencia de estados mentales que la psicología transpersonal define como experiencias donde el sentido de la conciencia y la identidad van más allá de la personalidad y el ego habituales, hasta alcanzar las zonas selladas de la psique en las que se encuentra el ámbito de lo espiritual. O se encuentra Dios, si se quiere simplificar.

Los sistemas de creencias son tanto un marco de referencia como un filtro a través del cual se interpretan y reducen las experiencias. Mientras más rígidamente se vive un paradigma, un modelo de lo que supuestamente es la realidad ---como el actual, tan sobresocializado---, menos capaz resulta el individuo para recibir información que difiera de dicho modelo (“De hecho, si la información es demasiado diferente del paradigma, no es recibida en absoluto. Nunca aparece en la pantalla de nuestra conciencia, porque el software para leerla es incompatible o inaccesible”: Robert H. Stucky).

El planteamiento central del gnosticismo postula que lo divino, lo espiritual, está sujeto a una percepción empírica y directa, a una búsqueda interior de autodescubrimiento no mediada ni provista por la autoridad institucional. De ahí el término “convertirse en un Cristo” empleado por el gnosticismo cristiano en referencia a la obtención del estado de conciencia ejemplificado por Jesús: una vía contemplativa donde “la lámpara del cuerpo es la mente”, se supera la falsa identificación con un yo limitado para obtener la unión de los opuestos y reunir las polaridades de la vida en un equilibrio armónico, se experimenta la propia naturaleza humana como “la fuente de todas las cosas”, como la realidad primaria que puede conducir a la iluminación.

Toda la predicación del Jesús gnóstico, el otro Cristo, enfatiza la necesidad de dirigirse cada quien hacia sí mismo para descubrir los recursos ocultos en el interior de la conciencia, de convertirse en “discípulo de su propia mente” pues ella “es el padre de la verdad”, de aprender lo que se necesita conocer por uno mismo en silencio meditativo, ya que la psique contiene el potencial tanto para la liberación como para la destrucción. Quien carece de autoconocimiento experimenta la sensación de ser movido por impulsos que no entiende, vive en el olvido (o en el inconsciente, dicho en términos contemporáneos), “no tiene raíces” porque ignora su propio ser, sufre “terror y confusión, inestabilidad, duda y división”, y se ve atrapado “en muchas ilusiones”. Su existencia es una “pesadilla”, según establece el Evangelio de la Verdad.

Los gnósticos afirmaban que quienquiera que percibe la realidad divina “se convierte en lo que ve”. El Cristo crucificado significa una mediación entre cielo y tierra, adentro y afuera, arriba y abajo, cuerpo y mente, vida y muerte, luz y oscuridad. ¿Su mensaje simbólico? “Reconoce lo que está ante tus ojos y lo que está oculto te será revelado”. La puerta está abierta: eso es lo esencial.

Fernando Solana Olivares.