Friday, January 11, 2013

BREVIARIO INTEMPESTIVO.

1. “Lo único real del arte ---estableció Paul Valéry--- es el arte mismo”. De esto se sigue que toda su crítica puede resultar superflua o prescindible: terriblemente fácil, terriblemente difícil, según el propio Valéry, porque no añade a la obra de arte nada más que su ubicación en el gusto de la época y su correspondencia con la tradición establecida. De esta definición paradójica, cuyo aliento acerca al arte a términos más propios de lo metafísico (el Señor es tal porque es el Señor) que de lo humano, se desprende un problema de precaria solución: si el arte sólo debe confrontarse consigo mismo, ¿cómo y por quién puede ser visto, aceptado, calificado entonces así: arte? 2. El arte es el arte que es el arte. Pero a esta ecuación que puede reproducirse sin descanso es necesario aplicar un límite para definir lo que no es. Luis Cardoza y Aragón ha escrito que nadie sabe qué es la pintura, nadie sabe para qué sirve la pintura, nadie sabe lo que se propone. Y sin embargo, sí conocemos la emoción que provoca. De ello se deriva una moral: la moral del arte, la moral de esa emoción. Hermann Broch la define así: “La esencia del kitsch consiste en la substitución de la categoría ética por la categoría estética”. Lo que más importa es el efecto. 3. En el arte los efectos, el mal, el kitsch, son una huída incesante a lo racional, una imitación racional que sigue recetas determinadas, “incluso cuando el resultado es altamente irracional o llega al absurdo”. Entre la superación de la muerte y el miedo a la muerte el arte de efectos elige este último, por eso pretende obtener la permanencia, la eternidad, desde la repetición de lo conocido, es decir, de la razón. No es casual que el kitsch florezca en periodos históricos donde los valores se evaporan, como en nuestra época de predominio visual. 4. El artista que produce kitsch ignora el juicio de Schopenhauer: “Hacerse sujeto puro del conocimiento es desprenderse de sí mismo; pero como los hombres en general no saben hacer esto, no son aptos para la concepción puramente objetiva de las cosas, que constituye el talento del artista”. Para desprenderse de sí mismo el artista requiere un poderoso desarrollo de la intuición y, al mismo tiempo, un abandono controlado de la razón. A veces se emplea una metáfora para explicarlo: es como aquella estación de trenes donde deben cambiarse las vías sin detener el tráfico. 5. “El arte no es: va siendo, siempre”, afirma Cardoza. La hipótesis alude a la condición transpersonal del arte, comprendida ya en la antigüedad remota. Si el arte va siendo, su materia resulta dinámica, se encuentra en constante transformación. El arte de moldes, en cambio, sólo es, no sabe cómo ir siendo, se atiene a lo conocido. Tal es su equívoca aspiración a la permanencia, y en ella, a la consagración del nombre propio de quien se reclama como su creador: el artista kitsch. 6. A pesar de los énfasis culturales en la elaboración de formas y no de substancias, hay algunos pocos que han practicado una creatividad diferente, desde un estado de desapego y totalidad, donde la curación personal es anterior al comienzo de la obra ---o cuando menos, paralela a ella---, no refleja una búsqueda de unidad, es la expresión artística de una unidad síquica alcanzada previamente. Se crea desde lo que se tiene, no desde lo que se carece. Aunque vaya firmada, la obra es anónima porque lleva “la marca de Dios”, ha sucedido a través de los humildes oficios de quien sólo se sabe un intermediario, un agente dispuesto a servir a un designio que lo avasalla porque de todos modos se cumplirá. 7. Afirma Broch que la falsa diosa del arte kitsch impone a sus adeptos una falsa exigencia: “haz un bello trabajo”. El arte verdadero demanda lo contrario: el imperativo ético de “haz un buen trabajo”. Entonces la belleza estética no será un fin en sí misma sino un medio para encontrar lo otro en lo conocido e ir más allá de lo aparente, penetrar en las estructuras profundas de lo real. El arte genuino deslumbra y ciega, con-mueve y perturba, hace ver la verdad. En cambio el arte de efectos, cuya luz es tenue así parezca brillar tecnológicamente tanto, sólo complace y tranquiliza, reitera las certidumbres banales y los lugares comunes, oculta la verdad. Y aunque los obstáculos se alzan uno sobre otro y la cultura moderna confunde las urnas con los orinales, los grandes estilos estéticos, como diría Nietzsche, desdeñan gustar masivamente, olvidan convencer. Son un arte indispensable para no morir de esta realidad. Fernando Solana Olivares.

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