Friday, September 11, 2015

MERCADO YOGA.

Los juegos del intercambio, metaforizaba un viejo historiador, para enfatizar las virtudes del comercio, esa acción esencialmente humana. El primer ministro indio, Narendra Modi, celebró el primer Día Internacional del Yoga el 21 de junio pasado, encabezando una meditación junto a miles de sus compatriotas en Nueva Delhi. El yoga es un negocio de 10 mil millones de dólares en Estados Unidos, donde lo practican diariamente veinte millones de personas. En un artículo reciente (El País, 16-VIII-15), el escritor indio Nilanjan Mukhopadhyay afirma que la estrategia internacional de promoción del yoga seguida por Modi y su gobierno no obedece a un poder blando, como se cree, sino que está hecha para desviar la atención de las políticas antiminorías que viene aplicando desde que llegó al poder. Narendra Mori rompe los moldes del político habitual. Los analistas coinciden en que es un genio de la imagen, carismático y cautivador. Nació en 1950 en el seno de una familia pobre del estado de Gujarat al oeste de India. A los ocho años ingresó en una organización hindú fundamentalista de la que llegó a ser coordinador. Fue un gobernador muy exitoso que encabezó la revolución industrial de su estado, llevándolo a un crecimiento de más del 10 % durante más de una década. Nunca ha sido visto con ninguna pareja sentimental, es un vegetariano estricto y asegura ser un asiduo practicante de yoga y dormir entre cuatro y cinco horas diariamente. Asumido como una gimnasia holística capaz de curar afecciones, prevenirlas o retrasarlas, practicado según diversos estilos y escuelas, las tradiciones clásicas del yoga en Occidente lamentan que se suprima el ejercicio de la meditación, una parte sustantiva del ejercicio del yoga. Su masificación mercadológica lo ha empobrecido, ofreciéndose en una versión reducida y meramente física. De las ocho etapas del yoga: abstinencia, observancia, posturas corporales, técnicas de respiración, interiorización, concentración, meditación y contemplación, la apropiación occidental sólo toma en cuenta la tercera y un poco de la cuarta. Así son los sincretismos superficiales, las descontextualizaciones vampíricas del capitalismo terminal que haciendo de la parte un todo obtiene su fin enfermo y absoluto: la rentabilidad. Sin embargo, el fenómeno cultural va más allá de su comercialización, de su transmisión superficial y de su instrumentación política. El cuerpo asumido como templo del alma, idea central del yoga (yug, yugo: unión de mente y cuerpo), representa una corrección del dualismo cartesiano y enseña al practicante la posibilidad psicofisiológica de existir de otra manera. El Bhagavadgitâ, “El canto del Bienaventurado”, uno de los textos religiosos más importantes de la humanidad, presenta a Arjuna, el Hamlet indio, quien se niega a combatir contra gente de su propia familia. Para vencer su resistencia, Krishna, la deidad, le habla de las tres ramificaciones del yoga: el de la acción, el del conocimiento y el de la devoción. La vía del karmayoga ---el de la acción desapegada--- ha fascinado a un Occidente ascético, protestante y calvinista desde que oyó hablar de ella. El sistematizador del yoga, Patañjali, recuerda que la ignorancia, causa esencial de la miseria humana ---una ignorancia que lleva a confundir el espíritu con nuestro proceso psico-mental, atribuyéndole cualidades y predicados---, consiste en considerar lo efímero, impuro, doloroso y no-espíritu, como siendo eterno, puro, placentero y sí-espíritu. En tal medida el hinduismo, dentro del cual está el yoga, participa de una dimensión metafísica que Occidente niega y a la vez teme. Y tal como Schopenhauer, ese primer budista extraviado en Europa introdujo en la filosofía moderna conceptos provenientes del hinduismo y del budismo que le eran afines, pensadores actuales como Peter Sloterdijk han conocido empírica y directamente la vivencia sistematizada del yoga, de la meditación y del retiro del mundo, en su caso en el ashram del gurú Osho, de quien fuera discípulo. Sloterdijk combate la cultura unidimensional que nos ahoga. En aquellos ejercicios de provocación que propone para que surjan las posibilidades de no seguir desmoralizándose, el yoga es lo que él llamaría una distinción relevante. O una obligación para la época: la facultad de distinguir. Esos sincretismos de los que deberá hablarse. Fernando Solana Olivares.

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