Friday, September 11, 2015

OLIVER SACKS: TAXONOMÍAS.

“Ni siquiera he intentado darle un título adecuado. En mi cuaderno de apuntes era el diario de Oaxaca, y en Diario de Oaxaca ha quedado”. Estas son las líneas finales del prefacio que Oliver Sacks escribió en diciembre de 2001 para consignar su viaje en busca de helechos realizado un año antes con un pequeño grupo de científicos, autodidactas y eruditos, un grupo de naturalistas del que este neurólogo clínico y escritor creativo formaba parte como lo hacía de sociedades paleontológicas o dedicadas a la investigación de los minerales. En esas dos cuartillas y media Sacks incurre de nuevo en aquel riesgo de Pascal citado en su legendario El hombre que confundió a su mujer con un sombrero: establecer al último lo que debiera exponerse al principio. Todo prólogo entonces es un inevitable epílogo donde queda delineada una genealogía a la que Sacks pertenece: los naturalistas y sus diarios decimonónicos, “una mezcla de lo personal y lo científico”: Wallace, Bates, Spruce, y antes de ellos, su inspirador y también el de Darwin, el pionero Humboldt. Sacks los define como aficionados que hallaban la motivación de sus búsquedas heroicas en su propio interior, sin pertenecer a ninguna institución y, utilizando una metáfora afortunada, siendo habitantes ocasionales de un mundo feliz, paradisíaco. Así calificará al grupo con el que viaja: amateurs, amantes en el mejor sentido, dice, unidos por la pasión hacia los helechos (de los cuales en Oaxaca hay varios cientos de especies), un grupo no competitivo formado por treinta profesionales eruditos: lección antropológica de los pequeños formatos, tan cercanos al pensamiento y a las indagaciones cognitivas de este hombre renacentista que contempló activamente y experimentó a la naturaleza. El que no experimenta no piensa, afirma la alquimia, un arte practicado por los antepasados. Oliver Sacks pertenece a una anticipación cultural que ya está en curso: el cambio del paradigma cartesiano y el positivismo materialista de la separatividad, por una conciencia de participación cuya lógica es básica y su operación simple: sólo relaciona. En algunos medios se le llama Tercera cultura, la cual reúne la sensibilidad y el conocimiento supra científico de las humanidades con la disciplina del método experimental científico. Y en el caso de Sacks, mediante otra simetría: la confluencia del médico, que se ocupa de un solo organismo, y la del naturalista, que observa varios. “Para situar de nuevo en el centro al sujeto (el ser humano que se aflige y que lucha y padece) hemos de profundizar en un historial clínico hasta hacerlo narración o cuento”. Este es el método que sigue Sacks para obtener un “quién”, además de un “qué”. Líneas actuantes en su perspectiva: la recuperación del sujeto concreto, aquel que fue invisibilizado al ocurrir el olvido del ser propio de la sociedad moderna de masas. Un olvido esencial. Sacks afirmaba que en su ejercicio clínico no era posible disociar el estudio de la enfermedad y el estudio de la identidad del enfermo. Y los trastornos de enfermedades neurológicas que aborda ---pérdida de memoria, de la capacidad de reconocer a la gente o los objetos de uso corriente, aparición de tics o muecas violentas o vociferaciones obscenas involuntarias, enajenación de miembros físicos o retrasos mentales con inmensas dotes artísticas o científicas---, junto con la literatura descriptiva que emplea para dibujar con palabras los aspectos exteriores e interiores de un ser, o la forma de percibirlos, produciendo en la imaginación del lector una impresión tan definitiva como logra hacerlo la percepción sensible, son parte de una nueva disciplina a la que Sacks llamó “neurología de la identidad”. Los pacientes nerviosos habitan figuras arquetípicas: héroes, víctimas, mártires y guerreros, “viajeros que viajan por tierras inconcebibles”. Son vidas y periplos que tienen el don de lo fabuloso y transcurren por territorios donde se juntan el científico y el romántico en una “ciencia romántica”, una intersección de hecho y de fábula que convirtió en género. En febrero de este año, en un texto testamentario de franqueza conmovedora, Oliver Sacks hizo saber que padecía un cáncer terminal. Además de un vivo pesar, su templanza y su aceptación infundieron serenidad entre sus miles de lectores. Hace unos días la mano del destino bajó el telón de este sabio numeroso. Otro autor canónico: profunda extrañeza, gran belleza. Fernando Solana Olivares.

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