Monday, April 27, 2015

DE UNOS SOBRE OTROS.

El arte perdido. Según Ernst Jünger, citado por Luc-Olivier d’Algange, el arte de vivir es el arte de no aburrirse nunca. Y el olvido de una “ciencia original” descrita en su magistral novela Heliópolis es la causa fundamental del tedio posmoderno y del horror que ello presagia: “El universo tal como se ofrece a nuestros ojos no es más que una de sus innumerables secciones posibles. El mundo es como un libro; de sus hojas incontables sólo vemos aquella por la que está abierto”. Pero no a todos, señala el comentarista, les es dado saber voltear las páginas: tal es el objeto de la metafísica experimental. Metafísica, en tanto que la concepción de un universo de secciones múltiples más allá de la percepción inmediata o establecida, y experimental, en tanto que se trata del arte de pasar de una sección a otra. El discretísimo intervalo de la vuelta de las hojas es lo que algunos filósofos llaman intuición y ciertos escritores definen como epifanía. Lo que se sabe. “La obra de Jünger puede leerse como un arte de vivir cuya virtud fundamental sería celebrar el reencuentro de la persona y su destino. Estamos aquí en las antípodas de esas teorías de la modernidad que quisieron hacernos creer que nuestra vida personal está desprovista de sentido, que la única forma de existir en este mundo es inscribirse en el ‘sentido de la historia’, despreciando la naturaleza y sus dioses, como si debiera prevalecer un inmenso olvido que reduce a los hombres a no ver ni comprender nada, fuera de ellos mismos, en una delectación narcisista, delante de pantallas mentirosas”. (Luc-Olivier d’Algange.) Lutero en el islam. Y es una mujer, además. Ayaan Hirsi Ali, pensadora y activista musulmana somalí, propone cinco tesis para reformar al islam, “clavadas en una puerta virtual”: 1. Garantizar que Mahoma y el Corán se prestan a la interpretación y a las críticas. 2. Dar prioridad a esta vida, no a la vida después de la muerte. 3. Limitar la sharía (el dogma rígido, literal e integrista impuesto por una versión del islam que se conoce como wahabismo o salafismo) y poner fin a su preponderancia con respecto a la ley seglar. 4. Poner fin a la práctica “ordenar lo que está bien, prohibir lo que está mal”. 5. Abandonar el llamamiento a la yihad (la guerra santa contra los infieles). Este proceso de reforma, una batalla de ideas como el surgimiento del protestantismo representó en Europa, está en marcha a pesar de la barbarie brutal del salafismo yihadista del Estado Islámico y de las atroces variantes islámicas de Al-Qaeda. Ante ello, Tahar Ben Jelloum, escritor marroquí, habla del islam que da miedo (los dos, Hirsi Ali y Ben Jelloun en El País 12.04.15), aquel que trata de imponer el siglo VII en la época moderna: “Uno no puede desplazar los contextos y la historia a su antojo. En cambio, el EI actúa como si los 15 siglos que nos separan de la aparición del islam hubieran sido borrados de un sablazo mágico”. De ahí su imposibilidad para triunfar definitivamente pues ni el tiempo ni la historia regresan: fluido ininterrumpido en constante movimiento. El eterno retorno. Quien no parece pensarlo así es Fernando del Paso, quien en el reciente homenaje que se le rindió al cumplir 80 años dijo que no cambiaría una sola coma ni de su literatura ni de su biografía y que de ser el caso las viviría de nuevo igual. Hay otro tipo de gente que sin duda enmendaría muchas cosas si tuviera tal oportunidad. El mero hecho de volver a vivir lo vivido es vivirlo distinto. Lo sabía el filósofo griego: nadie se baña dos veces en el mismo río, así el anhelo fáustico clame al instante que se detenga por ser tan hermoso. Detenerse, sin embargo, no es repetirse otra vez. Sabiduría de Chamfort empleada por Cyril Connolly. “Casi todos los hombres son esclavos, por la razón que daban los espartanos de la servidumbre de los persas: el no saber pronunciar la sílaba no. Saber pronunciar esta palabra y saber vivir son los dos únicos medios de conservar la libertad y el carácter”. Filosofía romántica. “Cuando doy a las cosas comunes un sentido augusto, a las realidades habituales un aspecto misterioso, a lo que es conocido la dignidad de lo desconocido, a lo finito un aire, un reflejo, un resplandor de infinito, las romantizo. Es la operación inversa para lo sublime, lo desconocido, lo místico, lo infinito ---ahí la relación establecida es logarítmica--- pues esa operación les da una expresión corriente”. (Novalis.) Perseverancia. Como diría aquél: arriesgándome a no existir, yo prefiero resistir. Fernando Solana Olivares.

EN LA ALTA FANTASÍA / y II.

Actualmente, cuando no puede ya proclamarse la inspiración divina de aquella alta fantasía observada por Dante, para alcanzarla se establecen vínculos con el inconsciente individual o colectivo (la escritura automática surrealista), con el tiempo recobrado de las sensaciones que súbitamente llevan a la conciencia hasta el pasado (Marcel Proust), con las epifanías inesperadas donde se concentra el ser y la multiplicidad de lo existente en un solo punto visual (James Joyce, Jorge Luis Borges), o con el empleo de técnicas de visualización, ese método de delirio que no interesaría más que a los insensatos, practicado así por Marguerite Yourcenar: “Las reglas del juego: aprenderlo todo, leerlo todo, informarse de todo, y simultáneamente, adaptar a nuestro fin los Ejercicios de Ignacio de Loyola o el método del asceta hindú que se esfuerza, a lo largo de años, en visualizar con un poco más de exactitud la imagen que se construye en su imaginación”. Italo Calvino revisa algunos de los modos en que el asunto de la imaginación “llovida” en la conciencia desde otra parte distinta a la razón se planteó en el pasado, y emplea un ensayo publicado en 1970 por Jean Starobisnski, “El imperio de lo imaginario”, para señalar que es desde la magia renacentista de origen neoplatónico de donde surge “la idea de la imagen como comunicación con el alma del mundo”, una perspectiva adoptada más adelante por el romanticismo y el surrealismo. Esta concepción contrasta con la de la imaginación como un instrumento del conocimiento científico que se subordina a él en la formulación de sus hipótesis. Aceptar la distancia entre las dos concepciones significa consagrar la separación de lo cognoscible, “dejando a la ciencia el mundo exterior y aislando el conocimiento imaginativo en la interioridad individual”. Un par de oposiciones similar a la del psicoanálisis freudiano, creyente en la interioridad subjetiva, y la psicología jungiana que atribuye validez universal a los arquetipos del inconsciente individual y colectivo, compartiendo la idea de la imaginación como participación en la verdad profunda, en el alma del mundo. El signo positivo de la posmodernidad es la reunión de los contrarios. Sincretismo actual le llama un autor a esta operación que acerca lo separado y trastoca el orden jerárquico excluyente y cartesiano (ya no “pienso, luego existo” sino “existo, luego pienso”). Por ello, Calvino explica su procedimiento escritural como una unificación de “la generación espontánea de las imágenes con la intencionalidad del pensamiento discursivo”. Ante la imaginación como fuente de conocimiento o como identificación con el alma del mundo, el autor de Las ciudades invisibles se decide por las dos tendencias al mismo tiempo, asumiendo que la imaginación es un “repertorio de lo potencial, de lo hipotético, de lo que no es, no ha sido ni tal vez será, pero que hubiera podido ser”. Y entre las plagas que asolan hoy al lenguaje (ese sistema inmunológico del espíritu), Calvino considera la creciente pérdida del poder de evocar imágenes en ausencia, provocada por “el diluvio de imágenes prefabricadas” que la cultura visual de masas produce. La inclusión de la visibilidad en la lista de valores a salvaguardar es una advertencia sobre el inminente peligro de perder una facultad humana fundamental: “la capacidad de enfocar imágenes visuales con los ojos cerrados, de hacer que broten colores y formas del alineamiento de caracteres alfabéticos negros sobre una página blanca, de pensar con imágenes”. Para que esa pedagogía de la imaginación permita que la existencia de las visiones interiores de la conciencia y de la literatura sigan siendo posibles ante la creciente inflación de imágenes, Calvino ve dos posibilidades: a) reciclar las imágenes ya usadas en un nuevo contexto que transforme su significado, o b) hacer el vacío para volver a empezar de cero, “como en un mundo después del mundo”. A pesar de todo, en la alta fantasía continuará lloviendo así las mayorías no lo sepan, no se mojen en ella, no la puedan ver. Ciertos conocimientos se vuelven inaccesibles e inadvertidos en épocas de oscuridad tan densa como la nuestra. Seguirán estando ahí, pero no se muestran. Son las visiones poliformas de los ojos y del alma, “en una superficie siempre igual y siempre diferente, como las dunas que empuja el viento del desierto”. Sólo se trata, diría Calvino, de saber qué y quién no es infierno, de hacerlo durar y darle espacio. Visibilidad. Fernando Solana Olivares.

EN LA ALTA FANTASÍA / I.

Escribió Hugo von Hofmannsthal: “La profundidad hay que esconderla. ¿Dónde? En la superficie”. Por eso durante sus últimos años Italo Calvino alternó composiciones sobre la estructura del relato con ejercicios de pura descripción, un arte que percibía muy descuidado por la narrativa de su época. El libro que agrupa tales textos, Palomar (Alianza Editorial, Madrid, 1985), aparecido un poco antes de su muerte, es una especie de diario o de registro sobre problemas de conocimiento mínimos, de vías para establecer relaciones con el mundo, de gratificaciones y frustraciones en el uso del silencio y de la palabra, según su propia explicación: “son una batalla con el lenguaje para convertirlo en el lenguaje de las cosas, que parte de las cosas y vuelve a nosotros cargado de todo lo humano que en las cosas hemos invertido”. Tres tipos de experiencia o interrogación están presentes en Palomar (nombre del protagonista que evoca el toponímico del observatorio astronómico): una experiencia visual que tiene por objeto la naturaleza y donde el texto se configura como una descripción; una experiencia conceptual que implica elementos culturales, lingüísticos o simbólicos y en la que el texto se desarrolla como un relato; una experiencia mental y especulativa relativa al cosmos, al tiempo, al infinito, al yo y el mundo, cuando el texto pasa de la descripción y del relato al ámbito de la meditación. Esta tríada resume las formas cognitivas y sensibles propias de la conciencia humana: la descripción objetiva hasta donde esto es posible, el relato subjetivo en el cual alguien cuenta cómo mira el mundo, la contemplación en que se funden y se transforman tanto la percepción directa como el sentimiento personal ante ella. Italo Calvino oscila entre los dos extremos de la consideración del lenguaje: quienes creen que las palabras son el medio para alcanzar la sustancia del mundo, quienes creen que antes que un medio las palabras representan esa misma sustancia. El uso justo, el uso exacto del lenguaje es aquel que permite acercarse a las cosas presentes o ausentes con discreción, atención y cautela, con el debido respeto hacia aquello que las cosas presentes o ausentes comunican sin palabras. De ahí entonces que “Visibilidad”, uno de los ensayos contenidos en las célebres conferencias dictadas en Harvard en 1984 (Seis propuestas para el próximo milenio, Ediciones Siruela, Madrid, 1986), comience citando un verso de Dante en el Purgatorio (XVII, 25) que dice: “Llovió después en la alta fantasía”. Su exposición, como las otras (que solamente son cinco, pues Calvino no alcanzó a escribir la sexta conferencia, “Consistencia”, de la que sólo se sabe que habría versado sobre Bartleby, el escribiente de Herman Melville), todas ellas dedicadas a valores y cualidades de la literatura (“hay cosas que sólo la literatura, con sus medios específicos, puede dar”), pero también sobre la amenazada existencia contemporánea de las personas, partía de una constatación: “la fantasía es un lugar en el que llueve”. El contexto del verso está dado en el círculo de los iracundos, donde Dante contempla las imágenes que se forman en la mente de aquellos y que “llueven del cielo”, es decir, que provienen directamente de Dios. Son imágenes puramente mentales que se interiorizan en la conciencia sin pasar por los sentidos. Se trata de la “alta fantasía”, la parte más elevada de la imaginación, diferente a la imaginación corporal o somática como la que se manifiesta por ejemplo en los sueños. “Según Dante […] hay en el cielo una especie de manantial luminoso que transmite imágenes ideales ---escribe el autor---, formadas según la lógica intrínseca del mundo imaginario (‘por sí’) o por voluntad de Dios (‘o por el querer de quien la vierte’)”. Distinguiendo dos tipos de procesos imaginativos: el que parte de la palabra y llega a la imagen visual, y el que desde la imaginación visual alcanza la expresión verbal, Calvino se pregunta sobre la formación de lo imaginario en una época como la nuestra donde la literatura no se remite a una tradición o autoridad en tanto origen o fin, sino que apunta a la novedad, la originalidad o la libre invención, en una civilización de prioridad avasallante de la imagen visual sobre la expresión verbal, de la hegemonía del homo videns sobre el homo sapiens. Y aún así, se cuestiona el autor, ¿de dónde “llueven” las imágenes de la alta fantasía cuando no puede ya proclamarse, como lo hacía Dante, la inspiración divina? Fernando Solana Olivares.

ESCALAS EN LA CRUZ.

1. Quizá el error epistemológico que contiene Yahvé, el dios judío absorbido por el cristianismo ---ese macho cabrío colérico e impredecible que guía autoritariamente su rebaño y solamente representa a la mitad del género humano--- quede contenido o aminorado por el sacrificio de Jesucristo, otro personaje divino incomprensible pero entrañable, es decir, emocionalmente mucho más cerca de lo que podría entenderse como una conciencia común. 2. La palabra “evidencia”, dice el teólogo Paul Tillich, significa “ver por completo”. Utilizando una cita bíblica de Juan 9, 39-41 (“Jesús dijo: ‘Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no vean, puedan ver; y los que ven, puedan volverse ciegos’.”), Tillich se pregunta si acaso la fe no es aquello diametralmente opuesto a la visión, pues se fundamenta sobre todo en el oír pero no en el ver. Tal victoria auditiva queda demostrada en las típicas iglesias protestantes, meras salas vacías para escuchar sermones. Lo que hemos visto con nuestros ojos, afirman los evangelios, es la Palabra, el Logos en el Dios que habla. Esa Palabra vista, asegura el teólogo, es la más alta unidad del oír y el ver: un puente entre las medias verdades protestantes y las medias verdades católicas. 3. Dos de los evangelios cristianos apócrifos (término que etimológicamente significa una cosa escondida u oculta, y no falsa como se consideró después, al dividirse la literatura evangélica en dos corrientes diferenciadas: los evangelios canónicos o inspirados y los apócrifos, así estos fueran contemporáneos y aun anteriores a los que después se decidieron como auténticos), el Evangelio del Pseudo-Mateo y el de Santo Tomás, cuentan que un sábado, cuando tenía cinco años, Jesús tomó barro y modeló doce gorriones. Un judío ortodoxo lo acusó con José. Cuando éste lo reprendió por trabajar ese día, Jesús batió las palmas y dijo a sus aves: “Vuelen. Vayan por el mundo y vivan”. Los gorriones alzaron el vuelo y lo obedecieron. 4. El dilema entre el gnosticismo y el cristianismo es sintetizado así por Harold Bloom: quien pueda admitir a un Dios que coexiste con el horror interminable de los seres humanos, con los campos de concentración, el sida, el capitalismo aberrante, la miseria de las mayorías, los atentados terroristas, y todavía lo considere bueno y todopoderoso, entonces tiene fe y ha aceptado la alianza con Yahvé, la expiación de Cristo o la sumisión al islam. Pero “si sabes que tienes una afinidad con el Dios ajeno, extraño, separado de este mundo, entonces eres un gnóstico”. 5. Las fuentes gnósticas ofrecen una perspectiva religiosa distinta, según explica Elaine Pagels. No legitiman institución o intermediación alguna sino insisten en dirigir a la persona hacia sí misma, hacia la capacidad de cada cual para encontrar su dirección propia, aquella “luz de dentro” que señala el Evangelio de la Verdad, otro apócrifo. La exploración de la psique se convirtió en una búsqueda de re-ligamiento, antecedente de las técnicas psicoterapéuticas de la modernidad. Los gnósticos insistían en que la ignorancia sobre la naturaleza de la mente y la realidad, no el pecado, es lo que causa el sufrimiento de las personas. Una afirmación idéntica a la que antes hizo el budismo. 6. Estos placeres y refinamientos gnósticos del pensamiento, como aquellos que ofrece el arte, por ejemplo, transforman la naturaleza de la mente porque le revelan la existencia de identidades interiores, “de un yo del yo, hasta entonces desconocido”. No consisten en aquella célebre advertencia de G. K. Chesterton citada por Bloom y nada tienen que ver con la flaccidez intelectual y sentimentaloide de la Nueva Era: “Que Jones adore al dios que hay dentro de él acaba significando, a la larga, que Jones adore a Jones”. 7. “Conocer” es equivalente a resucitar. Eso enseña Hallaj, un mártir sufí del siglo X: la gnosis y el renacimiento. El Jesús del Evangelio de Tomás proclama: “El reino está dentro de ti y fuera de ti”. Lo propondrá Simone Weil, quien considera la atención el verdadero factor del desarrollo espiritual: “Trabajen para tener una percepción del mundo y así ser justos”. O Emerson: “Es a través de ti mismo, sin embajadores, como Dios habla contigo”. Hoy es Viernes Santo y un hombre extraño muere en la cruz. El amor es más fuerte que la muerte y su mensaje se llama mediación. Quien lo interprete correctamente, dicen los gnósticos, “no catará la muerte”. Fernando Solana Olivares.

Thursday, April 02, 2015

DE OTRA MANERA.

Todo pensamiento que verdaderamente piensa se mueve al margen de lo pensado. No deja de considerar aquello mismo que reflexiona, pero ya la mera operación que hace para mirarlo desde un nuevo punto de vista ---y aun desde varios, obligación de un pensamiento creativo, profundo o distinto--- es un desplazamiento acerca de lo reflexionado. Hay muchas analogías de esta operación cognitiva, cuya síntesis es la muy conocida definición: mirar es rodear un objeto, multiplicar sus aproximaciones, verlo desde horizontes distintos, poliédricos, multifacéticos. Y el lenguaje es el instrumento principal de esta operación. Al término “depresión”, por ejemplo, que lo mismo sirve hoy en día para un barrido que para un fregado, en aras de la precisión debe oponerse alguno de los más de veinte sinónimos que es posible encontrar en cualquier diccionario relativamente completo, incluso en los incorporados a los procesadores de palabras electrónicos: “desaliento”, “abatimiento”, “desánimo”, “humillación”, “desmoralización”, “desesperanza”, “decaimiento”, “claudicación”, “postración”, “agobio”, “flaqueza”, “desfallecimiento”, “apocamiento”, “agotamiento”, “cansancio”, “nostalgia”, “melancolía”, “tristeza”, y hay más. Cada palabra en sí misma es una perspectiva, un tiro visual, una manera diferenciada y específica de considerar algo pues las palabras son las marcas del espíritu, y se acepte o se crea que el lenguaje es un don humano que adviene o que se desarrolla por circunstancias funcionales, o por las dos cosas a la vez, todas las degradaciones personales y sociales comienzan con la degradación del lenguaje. Nunca será lo mismo decir “vamos a darle piso al cabrón” que “vamos a matar a tal persona”, pues en el enunciado mismo del acto está su enunciación, es decir, su sentido profundo y su significado moral. Una forma de esa degradación humana es la avasallante hegemonía del lugar común, de las lenguas de madera que encorsetan el pensamiento, el decir colectivo. “Aviesos fines”, “oscuros intereses”, son términos habituales que se aplican a quienes se quiere desmerecer. He oído aquí y allá, una y otra vez. que la investigación periodística de Aristegui Noticias sobre la Casa Blanca de Peña Nieto y su esposa ---una más entre tantas hechas por los maharajás mexicanos, esa capa ahíta de riqueza mal habida que se pudre encima de la miseria nacional--- le fue provista al portal por el aparato de inteligencia de otro político, ahora exhibido y en riesgo por su corrupción. La casa existe, es una evidencia incuestionable, y también la dudosa operación para obtener su propiedad, Pero su exhibición pública es parte, dicen los informados, de una operación conspirativa de gran calado para frenar o impedir o desviar las reformas estructurales de este régimen, o debilitar al grupo en el poder de parte de los “aviesos fines” y los “oscuros intereses” que están detrás de aquello que aunque está hecho, está dicho y está visto, no importa. Yo creo lo contrario: que la evidencia empírica es suficiente para considerar lo demás como epifenómenos, unos quizá más importantes que otros, más pintorescos, pero nada más. La situación nacional, por desgracia, no es solamente un problema de percepción. En fin: hay tantos factores que deberían incorporarse a lo anterior para matizarlo o multiplicarlo que exceden tanto el espacio mismo del texto como el ánimo y la capacidad de quien lo escribe. Es posible que en tanto país y sociedad nos vaya la vida, o la perdamos, ante la inepta y unilateral gestión de las oligarquías. Será una tarea de salvación nacional entonces escudriñar los pliegues e intersticios del gobierno terminal ---o porque concluya o cambie o aun empeore--- que México padece. En efecto, no hay nadie perfecto o impoluto. Todos somos semivíctimas y semicómplices, conforme establece la definición sartreana. Pero desde luego existen gradaciones, y el valor moral de cualquiera no está en lo que dice sino en lo que hace. Conforme voy envejeciendo confirmo, una y otra vez, que tiene razón el inmortal Cervantes en la legendaria frase Del Quijote: “Repara, hermano Sancho, que nadie es más que otro si no hace más que otro”. ¿Cuánto ha hecho Aristegui? Uno dispone y la escritura propone. Este texto era para comentar aquella frase de Stendhal: “Por otro camino”, que tanto intriga a su biógrafo Michael Wood. Será para otra vez. Fernando Solana Olivares.

DANTE Y LOS DELIRIOS.

Para Carmen Aristegui, con admiración y solidaridad En un artículo periodístico reciente (“Dante y el islamismo”) Umberto Eco desempolva un libro publicado por el erudito Miguel Asín Palacio en 1919, La escatología musulmana en la Divina Comedia, que en su momento provocó una “explosiva” polémica en Italia donde para entonces, como todo Occidente lo daba por sentado, convencido de su superioridad civilizacional y determinado por su ideología colonialista, nada podía deberle uno de sus más grandes genios “a las tradiciones de esos andrajosos no europeos”. Asín Palacios mostraba en su denso volumen de varios cientos de páginas las cercanas semejanzas entre el alegórico viaje de Dante al más allá y diversos textos musulmanes que contaban el descenso del profeta Mahoma al infierno y su ascenso al paraíso. Con motivo de la redición por la editorial italiana Lumi de lo que ahora se titula Dante e l’Islam (título más atractivo y comercial), Eco recuerda una serie de seminarios organizados junto con sus alumnos a fines de los años 80 en los cuales se estudiaron a los intérpretes de Dante calificados por ellos mismos de “delirantes”: Gabriele Rosseti, Eugène Aurox, Luigi Valli, Giovanni Pascoli y René Guénon. Todos etiquetados como “intérpretes excesivos, extravagantes o paranoicos del poeta divino (sic)”. De la lista de los desautorizados autores sólo conozco el libro dedicado por René Guénon al asunto, El esoterismo de Dante, (Paidós Orientalia, Buenos Aires, 2006), en cuyo título debe estar la primera reprobación unilateral y racionalista del semiólogo y sus alumnos. En su capítulo inicial, “Sentido aparente y sentido oculto”, Guénon toma una cita del infierno dantesco: “Oh los que de la mente os sentís sanos / mirad bien la doctrina que velada / se encuentra de mi verso en los arcanos”, para indicar que en su obra existe “un sentido oculto, propiamente doctrinal, que se encuentra velado por el sentido exterior y aparente”. La búsqueda que hará Guénon corresponde a esta concepción, desde luego determinante en su sistema de pensamiento el cual, abreviándolo, puede definirse como el de los estados múltiples del ser y entonces de la conciencia y la interpretación. En otra parte de la obra ---la que Dante simplemente tituló Comedia, sin el añadido posterior de Divina--- alude a cuatro niveles de significado que están en ella. Guénon señala, con su lógica de interpretación característica, que tres de esos sentidos son claros y cuentan con el consenso de los estudiosos: un sentido filosófico-teológico, otro literal o semántico del relato poético y uno más de carácter político y social. Dante advierte que deben buscarse cuatro. Cuál es éste, se pregunta Guénon, para responder así: “Para nosotros no hay duda de que se trata de un sentido propiamente iniciático, metafísico en su esencia, con el que se relacionan múltiples datos duros que, sin ser todos de orden puramente metafísico, presentan un carácter igualmente esotérico. Precisamente por su carácter esotérico, el sentido profundo ha escapado por completo a la mayor parte de los comentadores. Ahora bien, si se ignora o desconoce ese sentido profundo, los otros no podrán ser comprendidos más que parcialmente, pues constituye su principio y en él se coordina y unifica su multiplicidad”. Debiera precisarse el significado del polisémico término “esoterismo”, que literalmente significa lo oculto o no lo mostrado, y el cual efectivamente se ha prestado a todo tipo de extravagancias, desviaciones, partidas equivocadas en dirección correcta y chapoteos en incontables bajos fondos del sinsentido, del pensamiento mágico y de la enajenada irrealidad. Los muchos mundos que están en éste señalados una y otra vez por la poesía, corresponden a la esencia misma del simbolismo iniciático que no puede ser reducido “a fórmulas estrechamente sistemáticas, como las que complacen a la filosofía profana”, escribe Guénon. El autoritario menosprecio de Eco hacia la interpretación de Guénon es otro tipo de fatwa, una intelectual y anti hermenéutica muy similar a tantas que nos dominan ahora, cuando sólo existe el positivismo racionalista, el pensamiento único que no acepta la existencia de lo que ignora o le es diferente. Nadie da lo que no tiene, tampoco Eco, novelista eficaz pero semiótico estrecho a quien ni el lenguaje ---bosque de significados interminables--- ha podido llevarlo más allá de lo que cree que cree, de lo que ve. Fernando Solana Olivares.