Wednesday, July 13, 2016

DE INAPRENDIZAJES

Aquello que resulta imposible. Nadie da lo que no tiene, nadie aprende lo que no puede, nadie conoce lo que no comprende. Por eso solía decir Paul Válery que la experiencia no connota. Se refería a aquella incapacidad constitutiva de la gente y sus sistemas de pensamiento para entender los fenómenos que suceden como una fuente empírica de enseñanza y rectificación, quizá la única posibilidad existencial de cambio y metamorfosis que la vida ofrece. Y aunque el escritor no lo afirmó literalmente, en su frase está contenida la exigencia de la atención, factor esencial para alcanzar esa experiencia que sí connota y se convierte en un saber de la conciencia, pues la atención consiste no solamente en destruir el ensueño mental, las fugas imaginadas, raíces principales del mal humano según Simone Weil, sino también en mirar la circunstancia o el hecho acontecido desde puntos de vista múltiples: mirar es entonces rodear al objeto. Los que no entienden que no entienden. Varios comentaristas han hablado del “mensaje” que los votantes enviaron a las fuerzas políticas en las recientes elecciones intermedias. La mayoría de las interpretaciones coincide en una cuestión evidente: la ciudadanía castigó la escandalosa y degradante corrupción de la casta política que malgobierna y expolia al país. La precariedad bienintencionada del razonamiento, en todo caso, es definir como mensaje a un hecho político que para serlo requiere un emisor y un destinatario, pues de otra manera no llega a establecerse como tal. Todo mensaje significa una comunicación, un acto donde algo se vuelve común, en una acción significante mucho más amplia que el socorrido y limitado modismo mediático del “compartir”. Pero la terca realidad, su rutinaria repetición patológica, ha dejado en claro que las castas políticas y sus partidos franquicia, sus partidos corporativos y sectarios, sus partidos dinásticos y patrimoniales, están orgánicamente impedidos para percibir o escuchar, no se diga representar, a la ciudadanía. Su cínico e impúdico autismo cancela toda posibilidad auténtica y objetiva para recibir cualquier mensaje electoral, sobre todo aquel que afecte su ontológica razón de ser. ¿Cuál? Sus intereses. Aunque esto suene tan generalizador y reductivo como efectivamente es, aunque tal sordera crónica signifique a corto y mediano plazo su propia afectación. La enajenación del principio de realidad, base operativa de la locura, es el inhóspito osario de la historia: The March of Folly le llama la historiadora Bárbara Tuchman a dicha insensatez autodestructiva. Así que con la pena casándrica y la negatividad del caso, pero la casta política mexicana y sus carteles electorales, legislativos y gubernamentales no entienden que no entienden cuál es el auténtico estado de las cosas. Son como el capitalismo terminal del que forman parte: incapaces de oír a los otros, incapaces de autocorrección. El dios malévolo. Sólo faltó que utilizaran el atroz crimen de odio homofóbico y terrorista perpetrado en una discoteca gay de Orlando, como sí lo hizo un político texano bíblico que luego se desdijo, o un criminal funcionario público de Jalisco que en la red social publicó un espeluznante comentario: “Lástima que fueron 50 y no 100”. Después de su cese fulminante escribió: “Perdón. Simplemente no concuerdo con la ideología (sic) gay.” No lo dicen pero lo implican: fue un castigo de dios. Un dios no solamente cruel sino también estúpidamente humano, presa de filias y fobias, dipsómano de una moral farisea. Un obsesivo maniático más que una divinidad. La matriz homofóbica de Occidente proviene de dos de los credos del tronco monoteísta abrahámico: el judaísmo y el Islam. No hay ninguna mención al respecto en el Jesús evangélico, cuyo amor compasivo fue adulterado por el dogmático engendro judeocristiano que la Iglesia construyó. Decir “Dios está conmigo y contra ti” es una blasfemia, clama el teólogo Zubiri. Pero la casta clerical mexicana, una variante igual de envilecida que la casta política de la que forma parte, afirma que los electores castigaron al PRI por la “imposición” presidencial de la iniciativa sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. No denuncian la corrupción crónica porque ellos mismos están uncidos a “los carros de los faraones”, como Francisco recién les recordó. Tampoco hablan del crimen y del Estado criminal, de las desapariciones forzadas, de la anticristiana violación de los derechos humanos. Que se queden entonces con su mezquino dios. Fernando Solana Olivares

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