Wednesday, September 07, 2016

DICE VOLTAIRE

Cerca de las nueve de esa mañana el día era agradable, se sentía una amable brisa y se vivía ya el bullicio habitual de Lisboa. Todo marchaba bien, según las crónicas de aquel 1 de noviembre de 1755. Media hora más tarde, a las nueve y media, la tierra comenzó a moverse violentamente. Los edificios se vinieron al suelo, de cuyas grietas recién abiertas emanaron asfixiantes gases. Las aguas del mar retrocedieron para regresar con gran violencia e inundar las partes bajas de la ciudad. Después del terremoto y el maremoto se declararon incendios en el centro que consumieron inmuebles históricos, recintos públicos y tesoros culturales. Miles de personas quedaron sepultadas y la ciudad desapareció. Otros tantos vagaban como fantasmas rotos por sus calles destruidas. Entonces llegó a su fin el moderado optimismo racional que Voltaire había practicado. En su Poema sobre el desastre de Lisboa lo aceptó: “el mal está sobre la tierra.” Voltaire no consideraba suficiente la respuesta que Leibniz había dado al mal y que por entonces era una idea dominante en la ilustración europea. Este influyente pensador distinguía tres tipos: el mal metafísico, vinculado a la finitud humana; el mal moral, que comete la persona al renunciar a los fines para los que fue creado; y el mal físico, vinculado al dolor y sufrimiento de los seres humanos. Tal retórica no lo convencía, tampoco aceptar la responsabilidad de Dios en el problema, porque ello significaría asignarle atributos morales, cuestión a la que siempre se había negado. Para el teísmo de Voltaire, Dios es el Ser Supremo cuya relación con el mundo se limita a la de ser su creador, pero no una divinidad que interviene en la vida de los hombres como las de las religiones reveladas. Voltaire nunca pudo aceptar que el sufrimiento y la desgracia fueran medios para un fin mayor. “Existe el mal sobre la Tierra, y esto constituía para él un verdadero escándalo”, escribió uno de sus biógrafos. Seguramente, escritores posteriores como Tolstoi y Dickens leyeron su Ensayo sobre las costumbres ---Voltaire, asimismo, había leído a Shakespeare. En ese texto, el filósofo afirma que ha tratado de encontrar algunos “tiempos felices” en medio del “montón de crímenes, locuras y desdichas” que componen la historia, siempre en riesgo por el fanatismo religioso y la estupidez humana. El mundo de Voltaire está asolado por las fuerzas de la opresión: el fanatismo violento, la tiranía, la superstición irracional, pero a pesar de ello cree que los hombres pueden hacer algunos progresos, “arrojar algunas luces en medio de la oscuridad”, sin dejar de habitar una vida donde inevitablemente se mezclan placeres y desdichas, bienes y males. Su filosofía es optimista porque cree que la tierra es cultivable, y que también de alguna manera lo son los seres humanos. En Cándido, o el optimismo los cuatro protagonistas del cuento acaban cultivando un jardín, metáfora de la vida diaria, de la condición de la conciencia y de las tareas de la cultura. Siempre se puede hacer algo, no es cierto que “Todo está bien”, según el axioma de Alexander Pope que Voltaire critica, pero a la vez surge un espacio de la acción positiva y posible. Un pequeño formato alentador que alcanza condición común en un cosmopolitismo tolerante y pacífico. Lo común a los hombres es la naturaleza humana. Y de ella Voltaire extrae normas que considera universales, más allá de todo particularismo político o religioso. Una ética que debe defenderse donde se encuentre e instalarse donde no esté, laica, racional y humana. Hoy ese mundo ha saltado por los aires, si alguna vez pudo instalarse. Pero lo perenne de Voltaire sigue estando activo, o nuestro desconsuelo histórico lo quiere creer así. Los prejuicios, diría Voltaire, son opiniones que aún no han sido examinadas por la razón. Esa fue su tarea analítica y sigue siéndolo. Hoy resurgen las violencias extremas del regreso a las fronteras puras, desde el horror Trump hasta los nacionalismos radicales y los credos sectarios homicidas. Ante ello, Voltaire propone la sociedad civilizada, resultado de un perfeccionamiento del espíritu colectivo, de la noción y práctica de la comunidad. El mundo ya no es volteriano. Sus ideas profundas sí lo son. Sus esperanzas fundadas. Así es ahora la fuerza cultural: vigente aunque inadvertida, perfumes que en toda materia hallan igual lo poroso. Fernando Solana Olivares

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