Friday, September 09, 2016

EL CÁLCULO IDIOTA

El miércoles negro se iniciaron los días del estupor y los adjetivos. Traición, ineptitud, error histórico, estupidez, humillación, debilidad, enfermedad mental, pusilanimidad, pequeñez, y tanto más. Esa abundancia adjetival da la dimensión del incomprensible dislate de un presidente que causa pena y provoca vergüenza, sentimientos que no cambian la severa reprobación por sus acciones. Una vez más el drama histórico de la dificultad, la exigencia del cargo y la ineptitud de la persona. Los griegos definieron la etimología de la palabra idiota como aquello encerrado en lo particular. Sólo mediante un razonamiento idiota, encerrado en su propia esfera de interpretación e intereses, en su particularidad misma, es posible considerar y luego decidir la visita cuasi de Estado de Donald Trump a México. Era delirante pensarlo, tan delirante como fue hacerlo. La prensa señala una preocupación económica como causa del sorpresivo acto, luego de la posible calificación a la baja de la economía mexicana por las agencias calificadoras, ese tramposo instrumento del horror económico neoliberal. La subordinación de los tecnócratas locales siempre ha sido hacia los centros imperiales donde se formaron. En un sentido estricto son sus subordinados. Y aún así la propuesta de invitar a Trump para hacer un guiño (sic) a los mercados no tiene lógica alguna en apariencia. Una columna periodística de Roberto Zamarripa (Reforma 5/IX/16) condensa los elementos del esperpento político en una imagen teatral: Luis Videgaray, a quien llama el villano, impulsor de la visita y luego interlocutor del visitante, retrasa su descenso del helicóptero que aterriza en Los Pinos para no ser fotografiado junto a Trump. En alguna parte de la literatura hay visires como éste que conducen a sus superiores a la pira sacrificial. Como éste, también se retrasan a propósito. Así que dentro del cálculo idiota mayor existe otro menor: la egoísta cautela, el cobarde eclipsamiento de la eminencia gris. Un corresponsal frecuente escribe: “La restauración priista terminó en un derrumbe. Si el juego de palabras no fuera tan obvio, podría decirse que terminó en un despeñadero. Aún estoy bajo los efectos del estupor que me produjo la reunión de Peña Nieto con Donald Trump. Otro balazo en el pie que se da el presidente, tal vez el definitivo si el riesgo de que se dispare otros más no fuera tan recurrente y posible.” Uno más dice: “¿En qué cabeza cabe haber hecho una cosa así? Sin duda por un atrevido cálculo tal vez correcto aunque muy arriesgado para un presidente capaz de ello, pero imposible para un Peña Nieto, para sus argumentos aprendidos, su lengua de madera, su mediocre, opaca e inconvincente actuación. Quizá al imaginar el encuentro se pensó que Peña Nieto reivindicaría el interés mexicano, que defendería la dignidad nacional ante un bárbaro ofensor, y que recuperaría una imagen presidencial positiva. Instrumentalismo fallido.” Un tercero concluye: “Marcado por la mala suerte, una mala suerte debida a la impropiedad de las invitaciones cursadas precisamente ahora, pero también por la impericia, la falta de sagacidad para retrasar la visita del arrogante y obcecado Trump. Arrogancia y obcecación ante la cual palideció (una forma de aludir a su rictus mecánico) el presidente Peña, empequeñecido ante el desorbitado candidato republicano. Aunque hay otra hipótesis: todo fue intencional. Y el resultado lo confirma: la barrabasada benefició a Trump y hundirá a Peña Nieto.” Seguir una política contraria al propio interés es una tendencia en la historia. Esa insensata marcha de la locura, como la llama Barbara W. Tuchman, determina las ocurrencias de este régimen anormal y en ello radican sus peligros. Érase una vez un presidente que fue diseñado televisivamente para llegar a esa posición y al cual el puesto le quedó muy grande: la causa es lo causado y todo origen es destino. Tuvo un torvo visir económico que ejerció el poder detrás del trono. Primero contó con un momento de suerte deslumbrante, pero los dioses ciegan a quienes quieren perder y a partir de Ayotzinapa el cuento mediático se volvió una pesadilla. Ahora está cansado, carga un fardo difícil de llevar. Que él mismo lo haya provocado no aligera la cuestión. El drama, pariente consanguíneo de la tragedia, no se caracteriza por su larga duración, tampoco por sus intensidades pero sí por sus escándalos. Como quiera que sea, el régimen ya se terminó. Fernando Solana Olivares

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