Wednesday, September 07, 2016

LOS TULIPANES INCONSTANTES

Un cinco de febrero de 1637 algunos ciudadanos holandeses asistieron en Alkmaar a una subasta organizada en beneficio de los huérfanos de Bartholomeusz Winckel. En ella se disputaron setenta bulbos de distintas y muy valiosas variedades de tulipán. La repleta sala iluminada en claroscuro asistió entonces a una delirante comedia capitalista que se representaba en los orígenes de dicha doctrina y por eso sería fundacional. J. Volpi (Memorial del engaño, Debate) cuenta que el señor van Halmael, comerciante y coleccionista de pintura, hizo su oferta con una risita socarrona. Era un tic que utilizaba para ganar en las pujas y en los tratos: la provocación desestabilizadora del adversario. El panadero Olfert Roelofz, un burgués acomodado, duplicó la oferta del otro y recibió de la asistencia aplausos que lo dejaron confortado. Luego el boticario Jan Sybantz la triplicó ---por recelo y simple envidia, como creyeron algunos de los presentes, y durante unos instantes pareció que todo sería suyo. El martillo del subastador estaba a punto de caer para sancionar la compra cuando un hombre pelirrojo y barbado de nombre desconocido, un menonita posiblemente, ofreció la cantidad final. Meses atrás de la subasta el comercio de tulipanes, denunciado por predicadores calvinistas y satirizado en las canciones populares, había comenzado a alcanzar precios nuca vistos, “capaces de volver rico a un vendedor en una sola tarde”. Esas flores exóticas habían llegado a las cortes europeas sesenta años antes arrancadas de los jardines del Gran Turco, y la fascinación que produjeron sus pétalos entintados púrpuras o escarlatas entre la alta burguesía holandesa no tenía que ver con simbolizar la imagen de las virtudes del alma, ni con su carácter edénico y ni siquiera con el placer estético que proveían. Su interés radicaba en ser uno de los bienes más perseguidos y mejor cotizados del siglo XVIII. El efímero fulgor de los tulipanes, escribe Volpi, era necesario para iluminar los tenebrosos salones de los Países Bajos. Su comercio era caprichoso porque lo definía el ciclo de vida de las plantas, que florecen en abril, mayo o junio según la variedad, y su esplendor dura unas pocas semanas. Al marchitarse los pétalos de la flor deben arrancarse los tallos de la tierra, secar los bulbos y envolverlos en un paño, para volverlos a sembrar a principios de septiembre y rogarle a los dioses que renazcan en primavera. Los compradores ni siquiera verán sus plantas pues los brotes se venderán a otros bloemisten como ellos antes de florecer. La subasta del cinco de febrero alcanzó precios exorbitantes con un total de 90 mil florines. Un delicado tulipán Viceroy se vendió en 4,203 florines y otro, imponente según Volpi, un Admirael van Enchysten, alcanzó los 5, 200, cuando el sueldo anual de un burgomaestre era diez veces menor. Se desató un frenesí por obtener las más exóticas variedades y los precios aumentaron vertiginosamente. En sus reuniones privadas o en subastas formales, los bloemisten desembolsaban fortunas o más bien las prometían. Conforme narra una reseña de la época, un bulbo podía venderse cientos de veces en un día. Era un riesgo de locos, escribe el autor, porque el clima del norte de Europa y la fragilidad de los bulbos no aseguraba su floración. El comercio de tulipanes se conoció como Windhandel: negociar con viento. Una tarde, por causas que aún se debaten, un importante grupo de bloemisten no acudió a una subasta. Tal hecho originó un pánico que se extendió por toda la ciudad. Como la noticia de los exorbitantes precios alcanzados en las pujas del cinco de febrero, ésta también escapó de Alkmaar para regarse por toda la provincia, pasó por Haarlem, llegó hasta Amsterdam y alcanzó toda Europa: la burbuja de los tulipanes había estallado. Y vino el caos, pues vendedores y compradores acudieron a las autoridades y ésta falló a favor de los primeros. Cuatrocientos años después ocurriría lo mismo con un producto tan evanescente por impagable como lo fueron los inconstantes tulipanes: los bienes inmuebles que entre 1997 y 2005 aumentaron sus precios más de ochenta por ciento. La venta especulativa de hipotecas y luego la reventa de ellas y de nuevo otra vez hasta explotar. Las autoridades políticas hicieron lo mismo que la otra vez: salvar la economía financiera de casino. Ayudarla a continuar. ¿Cuál será la semiótica de un sistema que negocia con viento y de ello produce sus riquezas? Fernando Solana Olivares

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