Friday, November 11, 2016

DEL ORDEN CANÓNICO

A pesar de su ineludible anglofilia, Harold Bloom observa que Cervantes “posiblemente” es el único par de Dante y Shakespeare en el canon literario occidental debido a la universalidad de su genio. Al comparar a quien designa como el centro de canon, el bardo inglés, con el autor español, recuerda que aquél tuvo un gran éxito como dramaturgo y murió en la abundancia, mientras éste nunca recibió derechos de autor por su obra y murió en la pobreza –los dos fallecieron según se cree, el mismo día, anota críticamente el ensayista-. Shakespeare y Cervantes ocupan la más alta eminencia, “no se les puede superar, porque siempre van delante de uno”. Y de nueva cuenta Shakespeare, en su “casi infinita capacidad para la indiferencia”, es el más parecido a Cervantes, cuyo personaje nunca causa en el lector un sentimiento de demérito sino de exultación y realce, a diferencia de autores como Dante, Milton, Swift, y desde luego Kafka, cuyas literaturas provocan en el lector una sensación de escrutinio autocrítico, de reproche. Una doble posibilidad, en cambio, surge con el Quijote: asumir sus ironías o pasarlas por alto. Bloom apunta una posible estrategia de Cervantes para evitar riesgos con la Contrarreforma y la Inquisición, la cual determinará el libérrimo carácter de su creatura: los aires de loco de Don Quijote, que le otorgarán una garantía de impunidad similar a la del Bufón en El rey Lear, obra contemporánea a la publicación de la primera parte del Quijote. El critico razonablemente afirma que “no hay dos lectores que den la impresión de haber leído el mismo libro”. Y contradice a Eric Auerbach, quien encontraba en el libro de Cervantes una representación de la realidad como alegría constante, universal, ramificada, exenta de problemática, así como rechazaba la condición simbólica y trágica de la locura de Don Quijote. Bloom prefiere al “más agudo y quijotesco de todos los agonistas críticos”, a Miguel de Unamuno, para quien la obra maestra de Cervantes representaba, por su sentido trágico de la vida, la auténtica Sagrada Escritura Española, así como su locura provenía de la grandeza, de ese “inextinguible anhelo por sobrevivir” tan similar a aquella fe que más adelante denominaría “indestructibilidad”. La locura de Don Quijote, cree Unamuno, obedece a un rechazo al principio de realidad freudiano, y la alegría del libro no le pertenece al caballero sino a Sancho Panza, el que al seguirlo purga su propio daimon. Sólo Hamlet a dado pie a tantas interpretaciones como el Quijote, dice Bloom, quien se cuenta entre los innumerables románticos que ven al personaje como un héroe y no como un loco y se niegan a leer el libro como una sátira de lo que fuere, novelas de caballería o comportamientos inusuales, para entenderlo como horizonte metafísico y visionario que impregna naturalmente obras como Moby Dick o cualquier otra donde se exalte “esa búsqueda de un sueño supuestamente imposible.” De manera perversa, Unamuno prefiere Don Quijote a Cervantes:” pero ahí me niego a seguirle”, escribe Bloom, pues ningún otro escritor ha establecido una relación más íntima con su protagonista. En ellas deben contarse las “infinitas maneras” que Cervantes intentó para interrumpir su relación y obligar al lector a contar la historia a contar la historia en lugar del autor. Los personajes de la novela han leído su propia historia y la de los otros, y la segunda parte trata, en mucho, de sus respuestas ante la lectura de ellas. “Don Quijote y Cervantes evolucionaran juntos hacia un nuevo tipo de dialéctica literaria”, la cual alternativamente proclama la fuerza y la vanidad de la narrativa en relación con los acontecimientos reales. Acontecimientos que, mediante un juego de prestidigitación literaria hasta entonces desconocido, se vuelven narrativa. Y para tanta, una sagrada e inagotable escritura que conduce a la iluminación profana de la transformación. Coda ineludible. El ominoso y aparentemente irracional triunfo electoral de Donald Trump, siniestro payaso, merece entonar un réquiem a la civilización y a la época que aquí concluye. Una puerta a lo desconocido está abierta y entraremos a ese espacio con desolada incertidumbre. Así termina el sueño americano, entre intolerancias, racismos, misoginias, ignorancia convertida en política planetaria y tantas otras aberraciones más. Este espacio abordará el tema en su próxima entrega: la declinación, y quizá la no tan lejana caída, del imperio estadunidense. Fernando Solana Olivares

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