Friday, April 14, 2017

ESTAMPAS DE UN DIOS SUFRIENTE

La alienación radical. El catolicismo hizo descansar en la interpretación de los textos sagrados toda la autoridad religiosa. Su institución intermediaria, la Iglesia, secuestró a Dios. Es cierto que lo expuso en una versión fantástica y estética, sangrienta, dolorosa e incomprensible, a veces muy humana, demasiado humana en su antropocentricidad. Pero esa confiscación despojó al misterio narrativo sagrado de su verdad y su sentido, aunque dejara, de todos modos, referentes culturales que han determinado a nuestra civilización y preguntas sin respuesta que nos seguimos haciendo: ¿dónde está Dios? Por cierto. Tenemos dioses de otra naturaleza, son literarios y múltiples, proteicos e inagotables. Ninguna fundación que ostente su denominación de origen puede hablar en nombre de un muerto inolvidable, parte de la memoria común. Histeria autoritaria que se ve superada (lo correcto sería decir: aplastada) por un fenómeno superior: sí, Juan Lacónico Rulfo, padre de todos nosotros y sepulturero, señor de las palabras, las estructuras y el lenguaje, no es propiedad de instituciones denunciantes o marcas registradas. Si Cristina Rivera Garza lo dijo tiene razón: sí, cada quién su Rulfo. Muy el derecho de los lectores y lo que contiene la lectura: la enciclopedia cultural de cada quien. Va siendo hora de revisar ese fenómeno de peluquines y maquillajes, de biografías edulcoradas y memorias moralistas a cargo de circunspectos guardianes, doloridas viudas y comedidos ensayistas que omiten y silencian pasajes biográficos escabrosos y dramáticos, humanos, humanísimos del autor. ¿Qué habría dicho nuestro maestro Juan Rulfo en el Centro Mexicano de Escritores sobre esta crispada apropiación de un autor ahora canónico y de una obra que es una forma significante que lee a sus lectores y ellos directamente interpretan, viven, recrean? Unos libros y un autor propiedad de nadie porque ahora son propiedad de todos. Hay un cuento de Rulfo en todo esto. Comienza con su risa al oír la historia del secuestro inútil. El amigo muerto. El diálogo literario es una forma de la permanencia. Uno lee a un camarada muerto y toma dos pequeños fragmentos que dejará en su propia escritura como discretas pero visibles huellas de un homenaje, huellas perceptibles para alguien más. La memoria tiene recursos extraños al preservarse. “Obre Dios”, dice una línea de Juan Rulfo. Tríadas, triángulos, trinidades. Y sobre Dios hay una extraña sucesión de tríadas para explicarlo, según escribe Slavoj Zizek. La religión se enfrenta a un trauma, a un golpe que hace desaparecer el vínculo entre la verdad y el sentido: ¿cómo reconciliar la existencia de un Dios bueno y todopoderoso con el sufrimiento de tantos inocentes? Y decimos. Existen teorías legalistas del pecado y el castigo, unas moralistas que hablan de la formación del carácter humano por el dolor, unas más que apelan a un misterio divino inescrutable. Son teorías acerca de un Dios soberano. Otra perspectiva es la de la limitación divina. Teorías que postulan un Dios directamente finito, no omnipotente ni omniabarcador sino abrumado por su propia creación, aquellas que afirman su autolimitación para permitir la libertad humana, o las que aceptan la existencia de un poder maligno que se le enfrenta. Teorías acerca de un Dios finito. Dios de ahora. La última posición teológica es la del Dios sufriente, aquel que agoniza en la cruz para asumir la carga del sufrimiento, de la miseria humana. “Solo un Dios sufriente puede ayudarnos”, transcribe el filósofo. Un eco de aquella frase de Heidegger dicha en su última entrevista: “Sólo un Dios puede salvarnos”. Este Viernes Santo. Podrá olvidarse este día cósmico a las tres de la tarde cuando los hombres crucificaron a Dios, pero ocurrirá siempre hasta la redención de la historia, sea esto lo que signifique. El Dios sufriente que imagina Zizek es un intento para reunir de nuevo la verdad y el sentido. Entonces, y he aquí la paradoja, el sufrimiento humano es acompañado, no abolido sino multiplicado, por nuestra misma condición sufriente. Nos redime el dolor de Dios. ¿Rogó Rulfo a Dios cuando sufrió la némesis médica? El lenguaje le hizo saber al maestro que precaria es la raíz de plegaria y así se adentró por las florestas sombrías, esos caminos sin orillas que tuvo que recorrer para cumplir con su destino cabal. Hoy es un día solemne y a las tres de la tarde oscurecerá. En el dolor nos hacemos, dijo Benavente, maestro del maestro. Tanto uno como el otro ahí encontraron a Dios. Fernando Solana Olivares

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