Friday, September 01, 2017

LAS ALMAS MUERTAS

Nikolai Gógol no utilizó el artículo para nombrar su narración Almas muertas, la historia de una estafa cometida por un seudo inspector que simula comprar siervos de la gleba, “almas” que estando muertas siguen registradas en los censos como vivientes. De haber habitado en la catástrofe posmoderna, Gógol quizá preferiría otro título: Conciencias muertas, pues el término alma, bien sea por intervención divina o por característica humana innata, invariablemente alude a la razón y a la sensibilidad, aquellos atributos que teóricamente terminan al desaparecer el individuo. Pero el alma también puede morir antes de que la persona fallezca. Y esta muerte en vida suele manifestarse en el lenguaje, esa casa del ser o casa del alma descrita por el filósofo cuya quiebra es una práctica cada vez más común. La advertencia de Joseph de Maistre en el siglo dieciocho (“toda degradación individual o nacional es anunciada por una degradación rigurosamente proporcional en el lenguaje”) resultó ser entonces mucho más que una amarga anticipación profética sobre las almas muertas del porvenir. Aquella ocupación central que la filosofía hizo del lenguaje en el siglo veinte, cuando la atención hacia la teoría de la comunicación, la lingüística y la cibernética se volvió dominante, fue saludada entonces como un salto decisivo hacia una forma de pensamiento completamente nueva. Sin embargo, ese “descenso al lenguaje” o “giro lingüístico”, como la teoría literaria lo llamó, escondía dos paradojas. La primera de ellas era que tal “fetiche de lo textual” desplegaba su atracción precisamente cuando los discursos intelectuales de oposición y resistencia a la época de los años 60 serían despojados de sus palabras a través de una manipulación del lenguaje vaciado de sentido, sobre todo en su uso público. Detrás de ese despojo había una derrota aún mayor: la destrucción de la herencia de la racionalidad ilustrada. Puede enumerarse brevemente, como lo hace John Zerzan, a dónde nos ha llevado: Auschwitz, Hiroshima, miseria psíquica de las masas, destrucción del planeta, entre otras cosas. La llegada de esa neolengua vislumbrada por Orwell en su distopía sería la segunda paradoja. Un lenguaje que elimina ideas y conceptos para sustituirlos por simplificaciones enajenantes, intencionalmente inexactas y deliberadamente empobrecidas. Su tarea es inhibir el pensamiento crítico y convertir a la gente en víctima inerme de las manipulaciones del poder. Las palabras son perspectivas y su reducción cancela la tarea central de la conciencia: mirar es rodear (con palabras) el objeto. De ahí que los políticos se dirijan a los ciudadanos como menores de edad, utilicen aspectos emocionales antes que formas reflexivas, mantengan al público en la ignorancia y la banalidad, empleen montajes como estrategia de la distracción. Los ejemplos se acumulan todos los días, en una sobresocialización que convierte en atmósfera o medio ambiente la declinación reductiva del lenguaje. Consejeros del INE y sus articulistas afines sostienen que atacar al “árbitro” (sic) de las elecciones genera “malestar con la democracia”; precisamente después de aprobar un obsceno presupuesto para las próximas elecciones, el presidente de ese instituto dice que es “tiempo de discutir” su descomunal monto; el desvergonzado secretario de Comunicación y Transportes traslada su directa responsabilidad en el socavón de Cuernavaca a terceros, lluvia, coladeras y drenaje incluidos; el dudoso ex director de PEMEX se indigna teatralmente ante el señalamiento de su presunta vinculación con sobornos millonarios. El lenguaje muerto de las almas muertas y sus palabras talismánicas en todo su esplendor: newspeak (neolengua), reality control (control de la realidad) y doublethink (doble pensar). La hegemonía de un sistema va imponiéndose a través de la corrupción del lenguaje. Llamar al pan el pan y que aparezca en la mesa el pan de todos los días, como escribió Paz en un poema eterno, parece ser ahora una tarea tan radical como improbable. El significado resulta neutro e irrelevante en este sitio triste y vacío que la capitulación del espíritu del posmodernismo ha implantado aquí y allá. La historia siempre va y viene como las olas de la marea. Y la resistencia se condensa en corregir las denominaciones y emplear las palabras verdaderas. Que las almas muertas se queden con su lengua de madera. Las almas vivas volverán a decir. Fernando Solana Olivares

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