Friday, October 13, 2017

SU RECONSTRUCCIÓN

Tanta transparencia para que haya tanta opacidad. El saldo parcial del terremoto, ese movimiento inesperado y destructivo dictado por la impermanencia, alcanza desde el estado de gracia que Porfirio Muñoz Ledo percibió en la generosa solidaridad ciudadana, en gran medida juvenil y proveniente de una generación que parecía estar ensimismada, sumergida en cables, audífonos e intereses visuales, hasta el estado de vacío de la clase política que fue expulsada, exhibida, desprestigiada todavía más si esto era posible, a partir del movimiento telúrico; desde la irrupción del hampa urbana que a partir de las nueve de la noche asaltó ciudadanos y saqueó viviendas en las zonas afectadas, hasta los tres modos de organización predominantes en los sitios de rescate y ayuda: un desastre, un orden regular o una organización de excelencia; desde el ejército y la marina y el gobierno de la ciudad que llegan cinco horas después y lo hacen mal arruinando la buena autogestión, hasta las pacientes brigadas de jóvenes esperando por horas que les toque su turno para descombrar; desde los vecinos que cuidan sus puertas sin apartarse de ellas hasta la imagen de Las clasificadoras, quince mujeres de dieciocho a veintitrés años que cuidadosamente seleccionan y separan los objetos que van saliendo entre los escombros del edificio de Laredo y Ámsterdam. En la composición del paisaje está el no-Estado de Peña Nieto que exhibe sus límites, sus corruptas ineficacias. Nietzsche describió al Estado como “la bestia más fría”. El de este régimen no cubriría tal condición. Es un no-Estado en tanto no pone punto final a una guerra, como dicen los clásicos, pero también por su ausencia crónica de nociones éticas y de capacidades para atender el bien común, por esa carencia de perspectivas políticas que no fueran intereses de grupo y servicios a los grandes capitales económicos, sus patrones. El desastre lingüístico del presidente ---ahora propuso que los damnificados se organizaran en “tandas” (sic) para reconstruir sus casas y así hacerse cargo ellos mismos del asunto: subtexto, el gobierno se desmarca, aunque quizá asesore en la organización de las tandas---, su pobreza enunciativa, así represente sobre todo a la burbuja de poder en la que autistamente vive, reitera otra vez, por si hiciera falta, la profunda mediocridad del régimen político mexicano. Casi sin excepciones. Por eso el gobierno, los políticos, los partidos y las burocracias van por un lado y la sociedad por otro. Sería deseable, aunque la política nada más sea el arte de lo posible, que las nuevas generaciones tomaran las cosas en sus manos. Puede parecer una utopía realista pero no lo es porque la manifestación de lo colectivo, en esa escala y de esa manera, solamente ocurre en los estados alterados. En un sistema de opuestos complementarios siempre surge lo mejor al lado de lo peor, pero el estado heroico de las masas es intermitente. Ahí está de muestra la ácida disputa entre los partidos por los fondos electorales aplicados a la reconstrucción. Pelean la paternidad de la idea y la radicalidad de la medida en un montaje que sirve a todos los partidos para pescar algo en ríos tan revueltos, “posicionarse” ante la opinión pública y hacer demagogia electoral. Es un triste panorama. Sucederá un voto vindicativo. La sociedad los castigará en 2018. El eje de todo ello será efectivamente la corrupción. El gobierno cleptocrático, adicto a los negocios, seguirá en esa ruta de expoliación del país hasta el final de su periodo y hará todo lo posible para no correr un riesgo judicial en el próximo sexenio, intentando que un aliado suyo ocupe la presidencia. El sistema de intereses se moverá en dicha lógica y sólo podrá derrotársele con la irrupción en las urnas del voto mayoritario. El terremoto significó una catarsis, purgó a la sociedad de la aflicción y el temor, sobre todo de éste último. ¿Hasta dónde le permitirá ir políticamente? Si la fuerza colectiva de tales días aciagos, excepcionales, oscuros y también luminosos sale a votar, se decidirá una victoria cuya promesa será (no hay garantía de cumplirlo) otro estado de gracia. En esos jóvenes parece haber ya una nueva agenda perceptiva y humana, de organización común. Comparten los tropos esenciales: ayuda, solidaridad, pero su tiempo histórico es el de la incertidumbre, la dificultad. Las mentes cambian en el contexto y un principio de lógica admitirá sin duda que éstas son mentes nuevas. Fernando Solana Olivares

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