Friday, April 13, 2018

ESTAMPAS EN ESCARLATA

En sus vidas paralelas Plutarco cuenta que Alejandro Magno conquistó Egipto y después se empeñó en cruzar un extenso desierto para visitar en Siwa el templo de Amón. La odisea entrañaba dos grandes peligros: la falta de agua en un terreno de muchas jornadas y el riesgo de que soplara un recio viento llamado ábrego, el cual levantaba remolinos de arena y podía asfixiar ejércitos de miles de hombres. A pesar de las advertencias de sus generales Alejandro impuso su voluntad soberana, como lo hará hasta el último momento de la insaciable campaña de conquista, cuando estando en la India su ejército se niegue a seguirlo más allá. Las lluvias inesperadas que cayeron durante el viaje aliviaron la sed y apaciguaron el viento, que nunca se levantó. Unos cuervos enviados por el dios guiaron al grupo hasta llevarlo al alejado santuario. El sacerdote del templo (“profeta”, le llama el biógrafo) saludó a Alejandro como hijo del cielo y le confió arcanos vaticinios que sólo el guerrero macedonio escuchó. Otra historia, no la de Plutarco, registra un encuentro más pero distinto de quien llegó a alcanzar el rango de divinidad en el mundo material ---un atributo que ningún otro ser humano habrá logrado de esa manera---, donde demandó respuestas y exigió oráculos a un hombre santo, un yogui de fantásticos poderes del que oyó hablar. Alejandro decidió visitarlo en la cueva donde vivía para preguntarle por su destino. Lo encontró en un estado de meditación profunda y lo interrumpió con impaciencia para saber si era capaz de ver el futuro. El yogui asintió en silencio y siguió meditando. Alejandro volvió a interrumpirlo con otra pregunta apremiante: “¿Conquistaré la India?” Después de unos instantes el yogui abrió los ojos, contempló al conquistador con una mirada amable y en tono compasivo le dijo: “Al final sólo vas a necesitar unos seis palmos de tierra”. Alejandro no comprendió entonces el dramático dilema de los seres humanos: aun conquistando el mundo se termina igual, o bajo tierra o envuelto en fuego. No mucho después vendría su final. Plutarco narra que años antes de este encuentro malogrado, Alejandro tomó la ciudad de Gordio y vio el legendario nudo gordiano hecho de cuerdas de corteza de cornejo. Allí escuchó la leyenda creída por los bárbaros: que quien desatara ese nudo sería dueño del mundo. La mayoría de los comentaristas consultados por el historiador griego afirman que aquel, desesperado por no poder desatarlo, lo cortó con la espada. Pero Aristobulo, en cambio, aseguró que sí le fue posible hacerlo. En estas dos posibilidades se encuentra la disyuntiva que caracteriza el momento actual: la vida contemplativa contra la vida activa. La acción contra la contemplación. La primera es predominante, generalizada, la segunda es vista con desprecio y desconfianza. La primera deriva en la prisa generalizada, la segunda reposa en la lentitud y la perdurabilidad. La primera termina en dispersión, en pereza activa o inutilidad, la segunda es un silencio, un hacer alto, una mediación entre nosotros y lo que percibimos. Lo pornográfico, según Byung-Chul Han, es todo aquello que se presenta sin mediación, o sea, sin que la razón lo perciba, lo mida, lo interprete. Así dice aquella calvinista reflexión literaria: saber quién y qué no es infierno, hacerlo durar y darle espacio. Saber eso es practicar una mediación. La contemplación es una mediación porque suspende los juicios críticos que la mente hace a priori. Conocer es producto de la contemplación, es decir, conocer es una acción a posteriori: primero ocurre el fenómeno, luego aparece su interpretación. Plutarco no cuenta qué dijeron los intérpretes y augures de Alejandro al volver con ellos del templo de Amón mientras se iban sucediendo atardeceres escarlatas durante el trayecto de regreso. Sólo alude en una línea a ellos como los crepúsculos rojos, bermellones y carmesíes que rodearon a los expedicionarios. Hay algunos como Robert Graves que creen en una fatalidad. El corte con la espada del nudo gordiano cerró una cultura de la participación y originó una desviación irreparable y creciente: la cultura judeocristiana de la manipulación. Aunque no fuera verdadera, la paciencia para desatar el nudo que Aristobulo le atribuye a Alejandro es real. O posible, lo cual es ya una manifestación de lo real. Y hay palabras asociadas: el arte de demorarse, o el arte de la paciencia y la contemplación. Hasta Alejandro lo supo y quizá lo practicó. Fernando Solana Olivares

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